La camiseta no se mancha

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Rubén Uría

Rubén Uría

No tenía por qué, pero abrió la puerta de su casa y de su corazón con un objetivo: tranquilizar a los barcelonistas. Fue un alivio para los que siempre han creído y una lección para los que renegaron. A todos los falsos profetas que decían que a Messi sólo le importa el dinero, el crack les regaló un billete sólo de ida a Soon Dong, la cueva más grande jamás explorada. Está en Vietnam. Que busquen allí un rincón de pensar.

Una vez más, se equivocaron con Messi, porque él no ama el dinero, sino la camiseta. Contó su verdad y habló desde el corazón. Pensó en irse, cierto, pero no lo ha hecho por algo muy sencillo: no quiere que el gran amor de su vida, el único club al que le debe todo y por el que ha dado todo, acabe mal, aunque la directiva se lo merezca. Messi es el Barça y el Barça es Messi. Y nadie lleva lo que más quiere a los tribunales.

Messi me trató de maravilla y me dejó un recuerdo para toda la vida, uno que me acompañará siempre en mi carrera periodística. Le estaré agradecido de por vida, pero eso no es lo importante. Sí lo es que me pareció que se negaba a traicionar su amor al Barça, yo estaba allí.

Se queda por fidelidad, por amor eterno a una camiseta y porque ese amor no hay tribunal que lo rompa. Messi no ha querido saber nada del dinero, ni del interés de otros equipos, ni siquiera ha escuchado a los que le pedían inicia r una guerra, por mucho que algunos lo merecieran.

Abrió su casa y su corazón para regalarnos, a un periodista y un medio que no son los más conocidos del mundo, su verdad. No sé si gana o pierde. Sí tengo claro que no desea manchar la camiseta en los tribunales. Se queda incluso cuando quizá lo mejor para él sea marcharse. En la película “Esencia de Mujer”, Al Pacino decía que “cuando la porquería se desparrama, unos corren y otros se quedan”. Messi se queda. No presume de valores. Los demuestra.