Opinión

Goles en propia puerta del Barça

Imagen del palco presidencial, con Joan Laporta a la cabeza, del Estadi Lluís Companys

Imagen del palco presidencial, con Joan Laporta a la cabeza, del Estadi Lluís Companys / VALENTÍ ENRICH

En un artículo que él mismo afirmó en la red social X que escribió “con el corazón”, Jaume Marcet defiende en Sport las múltiples razones que existen para sentirse orgulloso de ser del Barça, desde su historia hasta su peso social en Catalunya, pasando por supuesto por su palmarés y por la joya de la corona, la Masía. El artículo de Marcet no puede ser más oportuno en un momento en que una especie de depresión colectiva asola a los aficionados culés, consecuencia de la difícil coyuntura que vive el club, rodeado de incertidumbres institucionales, patrimoniales y deportivas. Solo la Masía y el extraordinario equipo femenino de fútbol funcionan en un club que demasiado a menudo parece encontrarse en una suerte de fallo sistémico, al borde de la desaparición. Y tampoco es eso.

Como con acierto señala Marcet, una explicación de este sentimiento depresivo es que en el deporte profesional se ha impuesto sin complejos el discurso resultadista. La victoria todo lo justifica, y la derrota equivale a una hecatombe la que arden los proyectos, los deportistas y los mitos de las entidades. En una cultura en la que solo vale ganar, reina el Real Madrid y su alucinante romance con la Champions League. Los blancos han vivido una década prodigiosa (seis finales en diez años) construida en parte sobre los últimos coletazos del mejor Barça de la historia. Mientras en Barcelona se discute continuamente sobre el ADN del club, en Madrid se afirma con pragmatismo que el único ADN blanco es ganar. Lo cual llevaría a afirmar que los Real Madrid del periodo 1981-1998 (uno de ellos, el de la Quinta del Buitre) o 2002-2014 (cinco años después del fichaje de Cristiano Ronaldo) no fueron dignos del ADN del club porque no llegaron a la final de la Champions. O, sin ir más lejos, el Madrid del año pasado, que acabó la temporada en blanco, tampoco parece que tuviera el gen ganador que autodefine al madridismo. Los relatos, como los define la RAE, son narraciones, cuentos.

El objetivo en el deporte es ganar, pero vencer no lo es todo, teniendo en cuenta que por definición solo puede imponerse uno. Por tanto, la victoria no puede ser la única vara de medir la salud de una entidad deportiva ni el estado de ánimo de sus seguidores. El problema para el Barça es que, más allá de los marcadores, sus constantes vitales aparecen deterioradas.

La mala situación económica, de sobras conocida, dificulta la gestión de los equipos de las diferentes secciones. La planificación ‘low cost’ de las plantillas se cobra su precio en el rendimiento deportivo, con el fútbol masculino y el baloncesto como principales exponentes. Una parte importante de la masa social ha dado la espalda al equipo de fútbol en Montjuïc y la gestión de las diferentes directivas en esta década prodigiosa madridista deja mucho que desear. 

Es justamente la gestión el síntoma más preocupante que emite el Barça. El sainete alrededor de la continuidad de Xavi (la dimisión en diferido, la decisión de continuar, el vodevil de madrugada en casa del presidente, las declaraciones a pie de acera, la rueda de prensa de ratificación...) ha sido el último capítulo de un serial que hace mucho que dura, y que tiene ‘cliffhangers’ como el Barçagate, Negreira, el Burofax, el asado, la marcha de Messi entre lágrimas y la huida de los ejecutivos, por citar solo algunos. La gestión se plasma en el césped y en la cancha, y contribuye de forma decisiva a este estado de ánimo depresivo entre los aficionados. No se trata tan solo de que el Barça no gane, y de que el máximo rival, sí, sino de que en la forma de gestionar el club de unos y otros se antoja una diferencia sideral: mientras unos se preparan para otra final de la Champions y esperan a Mbappé, los otros leen fichajes ‘low cost’ cada día en la prensa.

Por este motivo, sin caer en la depresión colectiva, sin dejar nunca de estar orgullosos de ser del Barça, la cantidad y la magnitud los frentes abiertos que tiene la institución son preocupantes y obligan a una reflexión sobre qué tipo de gestión necesita un club tan grande, más allá de cuántos goles marque Joselu o de qué jugador sin contrato fichará la próxima temporada. Para ganar, de entrada el Barça debe dejar de marcarse goles en propia puerta. 

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