Opinión | Tuercebotas

Vitor Roque, Endrick: la amenaza del cromo rasgado

La dinámica del mercado lanza a los jugadores cada vez más jóvenes al centro del coliseo. Hay que ser muy crack fuera del campo para soportar la presión

'Tigrinho' Vitor Roque

'Tigrinho' Vitor Roque / Valentí Enrich

Uno de los primeros golpes que el paso del tiempo te da es cuando un día te pones a ver el Barça y te das cuenta de que los futbolistas son más jóvenes que tú. La infancia analógica cabía en una habitación decorada con fotografías de jugadores y de la plantilla al completo, unos cuantos futbolistas sentados, otros de pie, y el equipo técnico y el presidente en el centro. Los sueños se resumían en goles por la escuadra y regates muy enganchadito a la banda, uno, dos, hasta tres defensas en el suelo, un caño, los centrales detrás de ti y el camino franco hacia la portería. Veíamos con envidia a esos niños y niñas vestidos del Barça que saltaban al campo de la mano de los jugadores. Algunos, muchos, de niños al Barça lo escuchamos por la radio y lo imaginamos a través de las fotografías del ‘Sport’. ¿Ir al Camp Nou? Impensable. ¿Saltar al césped de la mano de los jugadores? Nunca seríamos esos niños que miraban con asombro a unos jugadores sin duda adultos, de grandes mostachos y melenas intimidatorias. 

Hasta que un día los jugadores empezaron a ser de tu edad, y después fueron más jóvenes, y más tarde te sentías y te veías mejor que nunca, si estamos igual, pero a futbolistas más jóvenes que tú se les jubilaba y les llegaba la hora de colgar las botas. Y hoy los jugadores tienen la edad de tus hijos. O incluso empiezan a ser no más jóvenes, sino más pequeños. 

Vitor Roque llega al Barça procedente de Brasil con 18 años. Gavi, que ya lo tenemos muy visto, todo un veterano, tiene 19. Lamine Yamal, 16 años, la edad a la que se cursa Primero de Bachillerato, para situarnos. Balde, con 20, es un hombretón. Marc Guiu, 17. En el Madrid, Endrick tiene 17, y Arda Güler, 18. Claudio Jeremías Echeverri, el pibe que hace soñar a Argentina y al City, tiene 17. Estevao Willian, Messinho, se postula para fichar por el Barça a los 16. 

Negocio inflacionista

Las dinámicas del negocio del fútbol se mueven a golpe de traspasos estratosféricos y comisiones millonarias, y en un negocio inflacionista el talento se intenta comprar joven porque se supone que es más barato, aunque incluso este hecho empieza a desmentirse. Vitor Roque sale, en su versión más cara según objetivos, por 61 millones de euros. Endrick, si se pagan todos los bonus, le costará al Real Madrid 60 millones. Los cromos caducan muy rápido, la paciencia no cotiza, y en apenas unos meses Lamine Yamal ya parece amortizado a sus 16 años. Ansu Fati, a sus 21 años, y maltratado por las lesiones y el infortunio, parece desahuciado, y Joao Felix, con 24 años, ya va por su tercer o cuarto ciclo de redención tras las previas caídas en los infiernos. De Ilaix Moriba, 20 años, se dice que afronta este mercado de invierno su última oportunidad después de haber pulverizado en dos temporadas y media las estaciones clásicas del camino del héroe sin final feliz. 

Vitor Roque (recuerdo: 18 años) ha sido el protagonista estos días de un reality show transmitido en directo. Le hemos visto despedirse de su afición, irse de luna de miel (recuerdo: 18 años), desmontar su casa, besar de todas las formas posibles la camiseta del Barça, viajar a Barcelona, visitar la ciudad, conocer a su entrenador y a sus compañeros... Le recibe un club preso de las famosas urgencias históricas que se ha gastado en su fichaje el dinero que no tiene y una opinión pública y publicada que se relame pensando en el épico enfrentamiento que se avecina: el chaval joven y talentoso que luchará por el puesto de delantero centro contra la estrella que se supone en decadencia. Repito: 18 años. 

En una sociedad que hiperprotege e infantiliza a los niños y los jóvenes a veces hasta edades sonrojantes, sin embargo a los jóvenes talentos deportivos los lanza al centro del coliseo cada vez más jóvenes. Multimillonarios con acné, rodeados de un entorno que a veces es su peor enemigo, adultos cuando no pueden ni sacarse el carnet de conducir, en la edad en que el cuerpo les pide divertirse saben que cada regate fallido y cada remate a las nubes se contabiliza en varias cifras de euros. Sus ídolos son compañeros y adversarios y a la edad en que deberían coleccionar cromos resulta que son ellos quienes sonríen en las portadas de los álbumes. 

Hay que ser muy crack, sobre todo fuera del campo, para no naufragar bajo esta presión y convertirse en un cromo rasgado.