Opinión

A nadie le quedaban mejor las gabardinas que a Cruyff

Cruyff, cuestión de estilo

Cruyff, cuestión de estilo / SPORT

Lo que más envidio de Cruyff era su indiferencia absoluta al juicio de los demás. Quizás por eso a él le quedaban tan bien las gabardinas y a mí me recibe un coro de risas cuando entro a la redacción con una. Johan era tan elegante que seguía pareciendo un adulto respetable con un chupa-chups en la boca.

La seguridad es elegante. La autoconfianza entra por los ojos. Y a Cruyff le sobró valentía toda su vida. Por eso todos los de su generación querían parecerse a él. Querían su peinado. Querían su éxito. Querían su camiseta de Holanda del 74. Y querían no tener miedo como élJohan se convirtió pronto en un reclamo de la cultura pop, pero cuentan en su familia que habría sido un completo hortera sin su mujer Danny Coster.

En la casa que compartían en El Montanyà, al lado de los Carabén, se escuchaban discos de Nat King Cole y Julio Iglesias. Pero no había día que Cruyff no se plantara delante del espejo, antes de salir de casa, y le preguntara a Danny

-¿Hoy qué me pongo?-

Me lo contó su hija Susila con el mismo picante que gastaba su padre.

“Mira, te digo la verdad, él era consciente de que no tenía gusto. Pero le gustaba ir guapo. Fíjate que cuando era entrenador todos iban en chandal menos él. Yo igual lo vi una vez en mi vida con tejanos. Mi padre sabía que mi madre tenía buen gusto y le preguntaba cada mañana. Cuando esto no pasaba hacía unas combinaciones horribles”.

Susila me confesó dos cosas más. Que Johan era como un niño grande que disfrutaba haciéndole trastadas. Y que Danny lo ponía en su sitio cuando se venía arriba. Puede que fuera la única persona en el mundo con esa autoridad y atrevimiento con Cruyff. Hoy se cumplen ocho años de su muerte. De un personaje fascinante que sabía que el mayor fracaso de la vida adulta es no atreverse a ser uno mismo.