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En las revoluciones no se pacta con nadie

Se pregona una revolución, pero el equipo es un Frankenstein, un Barça de dos velocidades, sin química entre los capitanes y los nuevos

El cruyffismo es mano dura con las ‘vacas sagradas’: el club no utilizó la carta del Mundial para forzar el adiós de Jordi Alba y Busquets

Busquets se tambalea en una jugada

Busquets se tambalea en una jugada / JAVI FERRÁNDIZ

Joaquim Piera

Joaquim Piera

Ha habido dos grandes procesos disruptivos y revolucionarios en la historia moderna del Barça. La llegada de Johan Cruyff en 1988, con la complicidad de Núñez que sí que abrió el cofre, y las elecciones de 2003 ganadas por Joan Laporta. Y, ahora (presuntamente) se ha fraguado el tercero, el de las palancas.

El discurso oficial es el de ‘fer foc nou’, inocular cruyffismo puro y recuperar las esencias que hicieron del Barça el mejor equipo del planeta. Sin embargo, lo que se ha visto en Europa y en el Bernabéu es un más de lo mismo, un nuevo capítulo de una agonía infinita.

El club pregona una revolución, pero el equipo es un Frankenstein, un Barça de dos velocidades, sin química entre unos capitanes que llevan años gestionando en lugar de jugar y, por otro lado, los nuevos y los jóvenes con ganas de comerse el mundo. Algo falla en la génesis.

La huida de Nico al Valencia, que se vio chupando banquillo todo el año, y la falta de un substituto en la confección de la plantilla escenificó que Busquets seguía siendo intocable. Que Gavi, con corazón de Neeskens, empezara en el Bernabéu desde el banquillo es una blasfemia. Como también lo es que Balde, que fue titular, solo jugara un minuto desde que Xavi aterrizó en noviembre hasta su titularidad en un partido intrascendente en Getafe en mayo. No hay medias tintas con La Masia. Hay que creérsela y defenderla. No es posible enviar a los leones a Eric sabiendo que no tiene cuerpo para batirse con Benzemá o Lautaro (y ojo que Lukaku no estuvo en los dos partidos del Inter).

Y el cruyffismo, no una marca blanda, es mano dura despiadada con las ‘vacas sagradas’. En verano, el club no utilizó la carta del Mundial para forzar el adiós de Jordi Alba y Busquets, que si hubiera agarrado a Kross con la misma fuerza con la que se aferra a su sonrojante contrato otro gallo cantaría. Era un lacónico “si te quedas no juegas y no vas a Catar”. Y con Piqué, que es el más listo, se podría haber pactado.

Faltó determinación, convicción y radicalismo. Tres cualidades que Cruyff tenía para convertir a un doble punta como Nadal en central, o a un extremo como Goikoetxea en lateral. ¿Por qué no se ha probado a Eric de mediocentro? ¿O a Kessié de central con la plaga de lesiones? ¿O Frenkie de lateral? Sí, locuras para unos, pero genialidades para otros como cuando Guardiola reconvirtió a Mascherano en central o quiso poner a Keita de lateral en la final de Roma. Esto es la esencia del Barça: innovar, rebelarse, no pactar. Y es lo que se tendría que haber hecho en verano y no ahora.