Entre bostezo y bostezo, Inglaterra

Delph durante el encuentro Inglaterra-Bélgica

Delph durante el encuentro Inglaterra-Bélgica / AFP

Rubén Uría

Rubén Uría

Un penalti a las nubes de Stuart Pearce privó a Inglaterra de jugar la final de Italia ’90. Como el fútbol siempre es revancha, los ingleses volverán a tener una final del Mundial a la vista, 28 años después. Inglaterra no enamora, no ganaría un concurso de belleza y no aspira a ser un centro de estética, pero sigue en la pelea. ¿Por qué? Ha formado un grupo compacto que ejecuta un plan sin fisuras. ¿Juega bonito? No. ¿Tiene talento? Tampoco. Tiene otra cosa. Una idea tan simple como efectiva: un portero que rompe los arquetipos del meta inglés por antonomasia (Pickford); tres rascacielos en el fondo (Stones, Maguire y Walker), con una cintura digna de una nevera y un martillo en la cabeza; un lateral de roscas cósmicas (Trippier); mediocampistas precoces y fibrosos; y un delantero capaz de controlar una sandía y protegerla como un diamante (Harry Kane). Y la idea funciona.

Southgate, criticado hasta el extremo, ha dotado al grupo de un libreto definido. Defensa firme, mediocampo poblado y dos armas reconocibles: el talento descomunal de Kane y un laboratorio infinito de jugadas a balón parado. Inglaterra no gobierna los partidos, desdeña la posesión, no cocina los partidos en el centro del campo y sobrevive gracias a la inspiración de su portero, los fogonazos de su delantero y un poderío aéreo bestial. ¿Bonito? No. ¿Efectivo? Sí. Y entre bostezo y bostezo, está en semifinales. Poca broma.

Podemos despreciar a los que no viven de la posesión, prohibir los goles de pelota parada y encastillarnos en la superioridad moral del fútbol de toque, o reconocer que, aunque el método inglés sea poco estético, es legítimo. No todo el mundo puede jugar como el Ajax de Cruyff o el Barça de Pep. Eso era fútbol bonito y bueno. Ojalá, pero no. Hay otras fórmulas. Podemos comprender esos estilos o satanizarlos. Son gustos. El fútbol es gustar, pero también es ganar. Que no es lo único, pero sí lo más importante. Inglaterra no enamora, pero gana. Y no tiene intención de pedir perdón por ello. Por cierto, los 23 jugadores ingleses juegan en la Premier. Otros presumen de la mejor Liga del mundo y están viendo el Mundial por televisión.