La decisión más dramática de la familia Messi

Así entrena Messi en casa con una compañía y ayuda muy especial

/ @OTRO

Guillem Balagué

En ‘El Gráfico’, Leo contó años después lo que sintió aquel niño de catorce años solo con su padre en Barcelona: ‘‘Cuando me fui, lloré mucho, lloraba por todo lo que dejaba en la Argentina, pero al mismo tiempo tenía una ilusión y sabía que era para mejor. Me encerraba en la pieza y lloraba. No quería que mi papá me viera. Extrañaba mucho’’. Los cachorros del Barcelona, aún hoy, suelen ir a la escuela en autobús, comen y luego entrenan, y todo lo hacen juntos. Leo a veces iba del colegio a su casa -para comer, ver la tele, jugar a la Play o dormir una siesta- y de ahí, caminando al entreno. Generalmente solo.

Con los años se fue encontrando más cómodo con los compañeros y acabó almorzando en La Masia más a menudo y, en lugar de ir a clase, recibió el apoyo de un profesor que ayudaba a algunos jugadores que, por los viajes, los entrenos y la falta de entusiasmo, no se pasaban habitualmente por el Lleó XIII. Pero seguían quedando muchas horas libres.

Tras la marcha de la mitad de su familia, a Leo se le hacían pesados los ratos sin balón. Y Jorge Messi intentaba rellenar los huecos. Retaba a su hijo a la Play y a menudo salían a dar paseos. Se convirtió en sustituto temporal de los amigos, en apoyo moral, en la columna vertebral de la vida de Leo en Barcelona. Eso en un momento en el que el hijo, con catorce, quince, dieciséis años, debería rebelarse contra su mentor, en esa necesaria ley de vida que finalmente pone a todos en su sitio.

La figura de su padre

Su padre, haciendo malabarismos con sus roles, consiguió que Leo mantuviera el respeto a la autoridad y no olvidara de dónde venía, intentando poner siempre límites y sin caer en la sobreprotección. Pero, cuando le dice a su hijo ‘‘no te olvides de que los que te piden un autógrafo llevan horas esperándote’’, como tuvo que hacer en alguna ocasión, ¿es el mánager o el padre quien le habla?

Mantener la identidad como padre ha sido la gran lucha de Jorge y de muchos padres de futbolistas. Y cuando esa separación de roles no es clara, se puede producir una situación que reconocen muchos psicólogos deportivos: si al padre le toca hacer de mánager, el hijo queda huérfano. Y se pone a buscar padres en todas partes. 

¿Y el futbolista, cómo vive toda esta situación? Todos los jugadores de éxito son conscientes del sacrificio de los suyos, y sienten un agradecimiento infinito. Pero al mismo tiempo cargan con cierto sentimiento de culpa, por haberles quebrado la vida. Así que, para compensar, se convierten en proveedores, y compran, por ejemplo, casas a sus padres. Y de nuevo, esos ladrillos confirman lo excepcional de la situación.

Igual es por todo eso por lo que Jorge admitió que, si se diera la misma situación, no volvería a separar la familia. Matías enseñó a su madre a usar la webcam para poder comunicarse con Leo, quien de todos modos chateaba con ella diariamente y la llamaba por teléfono cada tres días. Religiosamente. Celia lloraba después de hablar con su hijo. Y también cuando lo veía por televisión.

"Parecía que lo llevaba todo bien"

Donde menos se veía ese estado de las cosas era en el campo de entrenamiento, donde los futbolistas se autoimponen ocultar sus debilidades. Nadie, ni los jugadores ni los preparadores de La Masia, sospechaba que Leo lloraba a solas en su habitación. ‘‘Parecía que lo llevaba todo bastante bien -reconoce Álex García, su entrenador en el Juvenil-. Creo que él tenía una cosa muy clara: sabía lo que había hecho: “Yo me he separado de mi madre y de mis hermanos porque quiero ser futbolista; no sé adónde llegaré, no sé cuánto duraré, pero tengo claro lo que quiero”. Sabía que requería sacrificios y supo sufrir’’. 

No había espacio para mostrar debilidades. Pero sí daba pistas: tras tres horas en el entrenamiento, Messi siempre quería quedarse un rato más. Para un futbolista joven, que no ha llegado aún al primer equipo, la soledad es esto: un domingo a las seis de la tarde, oscuro si es invierno, varias horas después del partido de la mañana, en su casa, alejado de su lugar de origen, sin nadie con quien ir no se sabe bien dónde, con el único sonido de la televisión...

A menudo Leo evitaba esas tardes alargando la sobremesa en un par de restaurantes argentinos, compartiendo su nueva Xbox con algún compañero o algún amigo argentino de otros clubes. Veía la tele argentina, seguía la Liga argentina. Sus películas favoritas, las argentinas ‘El hijo de la novia’ y ‘Nueve reinas’; Lio no perdió nunca el acento argentino, ni las costumbres. Y acabó creando una Rosario en Barcelona. ‘‘Siempre he dicho que es el jugador argentino más argentino que he conocido nunca’’, afirma la periodista Cristina Cubero, que estuvo muy cerca de él en sus primeros pasos en España.

El club le pidió que acudiera a almorzar regularmente a La Masia e hizo con él, al igual que con otros, un trabajo con el endocrino para enseñarle a comer bien. Al mismo tiempo, el doctor del club, Josep Borrell, decidió retirarle el tratamiento hormonal de forma paulatina y decreciente. A partir de los quince años, un control de la alimentación y un programa físico iban a permitirle alcanzar un máximo crecimiento sin necesidad de hormonarse. ‘‘En España tuvo un desarrollo que no se puede creer’’, recuerda Jorge Messi en ‘El Gráfico’. Creció veintinueve centímetros en treinta meses. Pero se saltaba la dieta a menudo, con milanesas con patatas y dulce de leche de postre.

Pablo Zabaleta, el protector

Tras unos meses en Rosario, su hermano Rodrigo volvió a instalarse en Barcelona con su mujer y su hijo, un bebé que Leo pasó horas cuidando. Rodrigo trabajó de cocinero en el hotel Rallye y El Corte Inglés, y llegó incluso a frecuentar el taller que Ferran Adrià tenía en la Ciudad Condal. Pero no permaneció mucho tiempo: prefirió cuidar de su hermano.

Leo contó con otros protectores: Pablo Zabaleta fue uno de ellos. Capitán de la Sub-20 argentina en las primeras internacionalidades de Leo y con quien acabó de sellar su amistad cuando el lateral jugaba en el Espanyol, Pablo aceptó con naturalidad el encargo tácito: le iba a buscar a la salida de restaurantes cuando empezaba a ser reconocido, le aconsejó, le guió, le ayudó a evitar según qué compañías...

‘La Pulga’ se compró un perro, Facha, un bóxer, que sacaba a pasear a la playa. Otro compañero. Óscar Ustari, amigo y compañero de selección de Leo, lo confirma: ‘‘Si hay un tema que por ahí él no lo habla, que le marcó, es el desarraigo’’. Leo pasó por el dolor físico y el psicológico antes de llegar a ser el mejor en lo suyo. La capacidad futbolística es necesaria para alcanzar esa meta, la capacidad de sacrificio también. Y la perseverancia. Pero tardó muchos años en dejar de llorar después de hablar por teléfono con su madre. 

Este texto es un fragmento del libro: Messi, de Guillem Balagué