LA ÚLTIMA
Xavi-Iniesta, más balón que oro
Ha de ser enorme no tener necesidad del Balón de Oro. Ha de ser grande, muy grande, vivir sin la esclavitud de poder apagar la luz de tu mesita de noche pensando que ese premio que adoras no va a ser para ti. Lo ansia, lo necesita, le es imprescindible a Cristiano Ronaldo por su glamour, su personalidad, su entorno, su imagen, su carrera. Lo desea, cuenta ya con él, lo tiene casi descontado, Leo Messi, que cree, en efecto, que ese premio es una de las tres maneras que tiene el mundo, el del fútbol, claro, el otro no piensa en esas bobadas (y menos con la que está cayendo en algunos rincones), de reconocer que eres el mejor.
Y, no le demos más vueltas, ellos dos, cada uno en su mundo, en su club, en su entorno, en su vestuario, en su fútbol, en su juego, en su estilo, en su cabeza, en su modestia o lujo, han decidido pelear por el Balón de Oro. Y hasta se diría que si no lo ganan, ese gesto de apagar la luz de la mesita de noche (al menos esa noche lujosa) se convierte en fracaso. Allá ellos, pero, aunque ellos hayan construido sus mundos sobre esas premisas, necesidades, obligaciones, no es tan importante, tan necesario, tan vital, ni para sus vidas, ni para sus cuentas corrientes, ni para su juego, acariciar ese trofeo.
Por eso, insisto, ha de ser maravilloso, mereciéndolo, no tener necesidad de él. Y es ahí donde aparecen dos monstruos que a mí, y a usted, lo sé, a usted también, nos parecen dignos propietarios, candidatos, aspirantes, novios de ese balón dorado. Tú ves jugar, comportarse, liderar, hablar, persuadir, vivir, rozar, apoyar, querer, representar, apoyar, entrenar, jugar, compartir, a Xavi Hernández y Andrés Iniesta y piensas que ese mundo que vota hasta conceder el Balón de Oro sabrá de fútbol, pero no tiene ni puta idea de la vida, de lo que le gusta a la gente, de lo que es representar a un deporte.
Porque está bien que los goleadores, aquellos que acaban decidiendo los partidos a martillazos, a proezas, a carreras, a disparos, a cabezazos, a eslaloms, sean los `protas¿ de esas galas, los triunfadores de esas votaciones, aquellos que asciendan por la alfombra roja. Bien. Pero los hay que, caminando, jugando, pisando con zapatos y botas de gamuza, silenciosos, hacen que ese mismo mundo sienta una caricia interior en su alma futbolística que pide a gritos que alguien reconozca que esa forma de ser, representar, liderar y jugar de esos dos muchachos, cada uno en su tiempo, en su rol, merece un reconocimiento de ese tamaño. Ellos, insisto, pueden vivir sin él. Es más, ese mundo raro que vota ya les ha convencido de que la cosa esta entre `el mudito¿ y `la bestia¿. Sabido es de que ellos no lo necesitan. Tienen nuestro cariño y admiración. Pero estoy hablando de justicia, no de premios.
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