Opinión

Las lecciones del Mundial femenino al fútbol masculino

España obtuvo el título en Sydney

España obtuvo el título en Sydney / RFEF

Durante mucho tiempo, sobre el fútbol femenino pesó una losa: la comparación con el masculino. Una comparación eterna y dañina: se insistía una y otra vez en que ellas tenían menos ritmo de juego, menos físico, menos velocidad, peor preparación técnica y táctica. 

Toda esa letanía de ideas fue sedimentando en el imaginario colectivo, hasta acabar generando una brecha que parecía insalvable: las chicas nunca podrían jugar al fútbol como los chicos

El Mundial que acaba de concluir en Australia y Nueva Zelanda –sin olvidar los grandes éxitos cosechados por el Barça en los últimos años- ha roto por fin esa brecha. Ha servido, entre otras cosas, para que a muchos aficionados se les caiga la venda de los ojos: no es que las mujeres puedan jugar al fútbol igual que los hombres; es que a veces lo hacen bastante mejor.

Ahí está la final del Mundial, entre España e Inglaterra: fue un partido tenso y vibrante hasta el pitido final. Hubo ocasiones, ritmo, contragolpes y un sinfín de detalles de calidad.

Ganó España porque fue mejor, y porque supo competir como nunca antes había hecho. Atacó con claridad y solvencia, y cuando le tocó defender, lo hizo con solidez y sin complejos. Muchos equipos de Primera o Segunda división deberían tomar nota.

El Mundial deja otras lecciones: las mujeres –no solo la selección española- han demostrado que compiten con una mirada más limpia. Cuando caen lesionadas, apenas fingen. No ruedan por el suelo, retorciéndose de dolor, o se llevan la mano a la cara al más mínimo roce, como si las hubieran noqueado. No existe esa perversa tendencia, tan habitual en el fútbol masculino, de intentar engañar continuamente al árbitro, o de provocar al rival. 

Apenas hubo tanganas, ni siquiera en la final, donde se vivieron momentos tensos (no era para menos). En líneas generales, se compitió con respeto y nobleza.

Apenas se vieron gestos de desprecio, celebraciones absurdas o ridículas. Tampoco protestas arbitrales fuera de lugar. También en eso deberían tomar nota muchos equipos masculinos. 

El fútbol femenino está logrando crecer y multiplicarse despojado de todo aquello que sobra en el masculino: la picardía mal entendida, las provocaciones, las peleas, los gestos y actitudes barriobajeras; la mala educación, en resumen. 

Cuando acabó la final, Mary Earps recogió su trofeo como mejor portera del torneo: aplaudió a su afición y felicitó a las españolas. 

Cuando acabó la final del Mundial masculino, Emiliano ‘Dibu’ Martínez se puso el trofeo entre las piernas, en un gesto impresentable que según él, respondía a la arrogancia de sus rivales franceses. Es solo un ejemplo que ilustra las enormes diferencias entre ellos y ellas a la hora de competir. 

En España, el eco del Mundial fue de menos a más, hasta acabar explosionando en un éxtasis colectivo gracias a la victoria en la final. La atención mediática y popular estuvo a la altura de lo logrado por la selección en Australia. 

Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo en otros países: las portadas de la prensa deportiva internacional ni siquiera mencionaron la final del Mundial femenino. 

Aún queda mucho camino por delante.