Modesto, el trabajador silencioso

Cuidador del equipo profesional, estuvo al servicio del club 46 años, dejó una profunda huella y fue un padre para los jugadores

Encargado del material, de facilitar la vida a los futbolistas y de la logística en los desplazamientos

Los futbolistas que defendieron los colores del FC Barcelona entre 1922 y 1968 tuvieron la inmensa fortuna de compartir vestuario con un hombre que se desvivió por todos ellos. En él encontraron aprecio, protección y un sabio y leal consejero

Modesto, en una imagen en el campo de Les Corts, sosteniendo dos balones precintados por la Federació Catalana, antes de un partido oficial. La logística, como local y visitante, corría de su parte

Modesto, en una imagen en el campo de Les Corts, sosteniendo dos balones precintados por la Federació Catalana, antes de un partido oficial. La logística, como local y visitante, corría de su parte / Familia Amorós Montoliu

David Salinas

David Salinas

Bondadoso, honrado, servicial, comprensivo y resolutivo. Así fue Modesto Amorós, cuidador del equipo azulgrana entre 1922 y 1968. Llevó su responsabilidad y misión a límites más allá del profesionalismo. Fue un segundo padre para los jugadores, una figura entrañable, respetada y querida, que los protegió con lealtad absoluta. Todos fueron sus “nois”.

Modesto Amorós Sancho nació el 21 de junio de 1896 en Alcampell (Huesca). Hijo de Francisco y María, se trasladó a Barcelona cuando fue llamado a filas y su primera toma de contacto con el FC Barcelona tuvo lugar en febrero de 1922, empelado como albañil con motivo del inicio de la construcción del campo de Les Corts. Finalizada la obra, en mayo de ese año, y gracias a las gestiones de un amigo de Josep Samitier, fue contratado para ser el portero del nuevo campo y en 1925 pasó a cuidarse del primer equipo.

Sus funciones, con el paso del tiempo, lo llevaron a una exhaustiva y eficaz polivalencia: encargado del mantenimiento y limpieza de la indumentaria del equipo (botas incluidas), ocuparse de los balones, hacer acopio de rodajas de limón para los jugadores durante los partidos, responsabilizarse de la logística y el ‘ajuar’ de los desplazamientos, mantener el campo en condiciones...

Y todo ello, siempre, con entrega absoluta, profesionalidad y devoción por sus “nois” (así llamaba a los jugadores). De ahí que fuera considerado el “padre” de varias generaciones de futbolistas y una figura cercana y apreciada por el barcelonismo. Fue el eterno acompañante del vestuario en alegrías y decepciones. Siempre, en un segundo plano, silencioso, pero infatigable trabajador. Su hijo Modesto recuerda que “nunca se enfadaba” y que cuando un jugador se hallaba indispuesto era él quien iba a la cocina y pedía un caldo con una pechuga de gallina.

Jefe de ruta

Además de las tareas asignadas, Modesto veló también por el bienestar del equipo en los viajes, ya fueran por carretera o vía férrea. En el equipaje nunca faltaba la cesta con víveres para avituallar al equipo con pan blanco, viandas y vino. “Merecen estas atenciones”, solía decir. Y, claro, era el encargado pasar cuentas con el club, hasta el céntimo, de los gastos derivados de los desplazamientos. En sus pulcras liquidaciones incluso añadía las propinas a los botones del hotel o los cafés. Y cuando un jugador se lastimaba durante un partido, saltaba como un resorte del banquillo, junto a Ángel Mur, para que bebiera el “agua milagrosa” mientras el también querido masajista atendía el infortunio del futbolista.

Lo que escondía en el almacén de Les Corts

En su almacén del campo de Les Corts, recuerda su hijo, además de camisetas, pantalones, medias, botas, balones y todo tipo de material, tenía reservas de coñac. El licor tenía especial salida con los rigores del invierno, cuando el frío arreciaba y la temperatura no invitaba precisamente a saltar al campo en ropa deportiva...

El 8 de mayo de 1949, antes de un Barça-Granada (5-0) de Copa, un emocionado Modesto desveló que, junto a Mur, había sido objeto de un homenaje: “Los muchachos nos han regalado una insignia del club, pero de oro y brillantes. Estoy muy contento. Ha sido una suscripción entre los jugadores y el entrenador”. El periodista le preguntó: “¿Se puede ver esa joya?”. Y Modesto, orgulloso, respondió: “Ya lo creo, mírala...”.

Íntimo de Kubala

En marzo de 1953, en el campo de Atocha, en San Sebastián, Kubala perdió en el fragor de la batalla la medallita que siempre lucía pegada al cuello, un recuerdo de su idolatrada madre. El húngaro así se lo hizo saber a Modesto y, al día siguiente, este la buscó y la encontró escondida en el césped gracias a un destello cómplice con del sol matutino. “¡Ay, viejo... Eres mi padre!”, le dijo Kubala, abrazándolo. Su relación con el fenómeno húngaro fue íntima y se lo ganó cuando, el primer día, le dio la bienvenida al Barça en su idioma, que aprendió de sus amigos y exjugadores magiares Ferenc Plattkó y Elemér Berkessy.

Modesto viajó por toda la Península y estuvo en las excursiones de 1928 por Argentina y Uruguay y de 1937 por México y Estados Unidos, la famosa gira que permitió al Barça llenar la caja para reemprender la actividad del club a partir de 1939. Solo había faltado a cuatro desplazamientos cuando dejó de viajar por enfermedad en 1953.

Incansable

Ese año sufrió un ataque de apoplejía que le paralizó el lado derecho. Se encontraba al pie del cañón, concentrado con el equipo en Caldas de Montbui. Inicialmente se recuperó y cuando su estado de salud se lo permitía, siguió sirviendo al club pese a estar renqueante. Casado con la también oscense Carme Montoliu, de Peralta de la Sal, tuvo tres hijos: Juan (fallecido a los 4 años y ahijado de Gamper), Montserrat (1927-2022, nacida en el campo de Les Corts y autora del saque inicial en el amistoso que el Barça disputó en agosto de 1995 en Alcampell) y Modesto (1932).

Modesto falleció en la madrugada del 6 de junio de 1968. Tenía 71 años, casi 72, y estuvo 46 años al servicio del FC Barcelona. Su sepelio fue una verdadera manifestación de duelo desde el domicilio mortuorio (Novell, 63) hasta la Iglesia parroquial de la Mare de Déu del Remei. La suya fue una figura clave, hoy de otro tiempo, pero vital para preservar y transmitir los valores en los que actualmente se sustenta la entidad azulgrana. Claudio Pellegero, su fiel ayudante, tomó el relevo del incomparable Modesto.