Opinión

El problema del Barça ya no es Xavi sino Laporta

Joan Laporta y Xavi Hernández, foco de atención en Montjuïc

Joan Laporta y Xavi Hernández, foco de atención en Montjuïc / FCB

El Barça se descompone, pero Montjuic bosteza. Nada explica mejor el socavón social e institucional que vive el Barça que la lenta decapitación a cámara lenta de una leyenda como Xavi bajo la fría pasividad de un estadio sin alma y lleno de turistas. El barcelonismo, como buena parte del catalanismo, ha decidido que el mejor método para expresar su rechazo es la abstención.

Y es que hace ya demasiado tiempo que en el Barça lo trascendente de verdad no sucede sobre el terreno de juego. En medio de un ambiente enrarecido, el partido contra el Rayo fue una goleada burocrática, otro día en la oficina de un equipo sin capacidad de explicar nada sustancial más allá de las chispas de los niños de La Masía. Lo único importante contra el Rayo era ver qué decía Montjuic en medio del vodevil y cuál era la posición de Xavi, partiendo de la base que Laporta ha decidido quedarse mudo. Con el silencio del palco y de las gradas, las palabras de Xavi adquirían especial relevancia.

El entrenador del Barça, el único en el club que da la cara, se mantuvo fiel a la línea que inició el sábado y decidió responder con elegancia e inteligencia a la vergonzosa semana de filtraciones de Laporta: el entrenador blaugrana, bien aconsejado, se mantuvo en la línea de que no sabe nada e incluso llegó a condenar los pocos gritos que hubo contra el presidente.

Las ruedas de prensa sobrias de Xavi en medio del vendaval contrastan con el comportamiento grosero de Laporta con su entrenador, al que ha cocido a fuego lento a base de filtrar por detrás y callar por delante, en un doble juego que ha terminado por lograr el efecto adverso al deseado: en medio de las turbulencias y a pesar de sus errores durante la temporada, Xavi ha sabido salvaguardar su dignidad, y cada vez queda más claro que el histerismo presidencial con las declaraciones sensatas del entrenador no eran más que una excusa para cesar a alguien que, a pesar de las lágrimas, nunca se ha creído.

Ha quedado claro que Laporta no busca entrenadores sino paraguas, y Xavi dejó de interesar cuando el propio presidente rompió su protección con el vodevil de su renovación. En realidad, el problema que tiene ahora Laporta es que el torbellino en el que vive el club ha saltado a un último peldaño: la crisis, más que deportiva o institucional, es moral. Laporta ha faltado gravemente al respeto a Xavi y lo ha utilizado como a un ‘kleenex’, pero ya había hecho exactamente lo mismo con Koeman, al que tuvo quince días medio zombie y con Messi, a quien echó después del asado prometido.

Lo cierto es que mientras el club ha montado homenajes a directivos anónimos como Eduard Romeu, al que se despidió con una sobreactuada rueda de prensa, las leyendas del club salen menospreciadas por la puerta de atrás. Termine como termine el culebrón, se vaya Xavi o se quede, lo cierto es que quien más daño se ha hecho con esta última crisis es Laporta, quien empieza a tener el mismo problema de credibilidad que tuvo Bartomeu en el final agónico de su mandato. Lo inquietante es que, más allá de las personas, el que baja por una pendiente cada vez más peligrosa es el destino del propio club.