El mejor entrenador para el Barça

Jonatan Giráldez en el Clásico

Jonatan Giráldez en el Clásico / Valentí Enrich - SPORT

Maria Tikas

Maria Tikas

Cuando un equipo pierde, o falla, o juega mal, o simplemente no cumple con las expectativas, el primer señalado es siempre el entrenador. Justo o injusto, pero lógico y entendible, como capitán de un barco y de un proyecto. En cambio, cuando las cosas van bien, no se le da el reconocimiento que merece su trabajo. A veces, incluso, se le juzga antes de que empiece, antes de darle la oportunidad de demostrar por qué puede ser ideal para ocupar el cargo.

Es lo que pasó con Jonatan Giráldez. Cuando el Barça y Lluís Cortés decidieron separar sus caminos unos días después de ganar la primera Champions y un triplete histórico, Markel Zubizarreta tuvo claro cuál era el camino a seguir. "No toques lo que funciona", que reza el dicho, y escogió a uno de sus asistentes. No tardaron los ‘grandes entendidos’ en fútbol -aquí todo el mundo se cree entrenador o director deportivo- en criticar la decisión, sin conocimiento de causa. "No tiene experiencia". Cualquier excusa les servía de argumento y el tiempo dio la razón a Markel.

No lo tuvo nada fácil. Era muy complicado igualar o superar lo logrado la temporada anterior. Y a la mínima era comparado con Cortés. Giráldez dejó claro, en su toma de posesión, que su proyecto iba a ser continuista pero que también quería ir un paso más allá para no estancarse y dejar su sello propio. En su primera temporada, el Barça estuvo impecable en cuanto a resultados. Solo falló en un partido casi trivial en Wolfsburgo y, eso sí, en Turín -como si fuese tan fácil ganar al Lyon en una final de la Champions-. Y en la segunda ganó -con la dificultad añadida de haber perdido a Alexia para todo el curso- en competitividad. 

Prueba de ello es la final de Eindhoven. No sé cuántos equipos serían capaces ahora de remontar un 0-2 al descanso en contra en una final de la Champions. En toda la historia hay solo tres precedentes en las 67 ediciones de la Copa de Europa masculina (el último, el Liverpool-Milan en Estambul, 2005) y dos, contando el Barça, en las 21 ediciones de la femenina (el otro equipo que lo logró fue precisamente el Wolfsburgo en 2014).

Y, aquí, el papel del entrenador -y de todo su cuerpo técnico- tiene una importancia mayúscula. No es casualidad que las futbolistas hablen maravillas de él y le concedan el mérito en muchas victorias, como en Frankfurt. Si algo no va bien en el primer tiempo, casi siempre da con la tecla para darle la vuelta en el segundo.

Ambicioso, competitivo nato -dicen que se juega como se entrena y solo hace falta ver cómo celebra cada victoria en los entrenamientos- y alejado de los focos, siempre pone el grupo por delante. Y tremendamente inconformista. Ya puede haber ganado 5-0 al Madrid que siempre habrá algo que mejorar. Así es cómo se construyen los equipos campeones.

Convirtió a Rolfö en una de las mejores laterales del mundo y ahora está transformando a Engen en una gran central, buscando siempre la versatilidad en los roles de cada una de sus futbolistas para tener más recursos. 102 partidos -cumplió los cien ante el Benfica- y un 95% de victorias. El Barça de Giráldez tiene más recursos, se sabe adaptar a distintos contextos y escenarios, es más imprevisible y compite mejor. Y hay que darle al técnico el reconocimiento que merece. No hay mejor entrenador para este equipo.