Opinión

El lado bueno del esperpento

Laporta tiene ahora una oportunidad única para huir del cortoplacismo

Laporta y Xavi, en la rueda de prensa

Laporta y Xavi, en la rueda de prensa / Dani Barbeito

Casi 38 años después de la mítica rueda de prensa de Josep Lluís Núñez tras la destitución de Cruyff en mayo de 1996, Laporta y Xavi protagonizaron esta semana otro esperpento de dimensiones parecidas.

Paradojas de la vida, a pesar de haber dedicado media vida a ser su antítesis, Laporta se asemeja cada vez más a Núñez. Las renovaciones se cierran en su casa, y llora a cada aparición en público. La junta directiva, como antaño, es convenientemente ninguneada, y ya solo nos falta por ver algún Pulido de turno que le aguante el abrigo al todopoderoso presidente.

Para imitar, lo imita incluso en su afán por terminar las temporadas en blanco, una característica del largo invierno nuñista antes de Cruyff que Laporta empieza a copiar, con dos años sin títulos grandes de tres posibles. Y, finalmente, Laporta, como Núñez, ha sabido protegerse por una fiel red de aduladores, que aplican una curiosa doble vara de medir: si otro presidente hubiera echado a Messi, endeudado el club hasta el límite o fichado en plena ruina a Vitor Roque por más de 60 millones, estos mismos que se ponen de perfil a cada gran decepción estarían levantando barricadas en forma de moción de censura y pidiendo el alzamiento del barcelonismo.

Curiosamente, es este nocivo laportismo acrítico el que ha dejado a Laporta solo y desnortado, sin nadie que le aconseje ni se atreva a fiscalizarlo internamente, y el que lo ha llevado a improvisar sin rumbo en el sainete de la renovación de Xavi, que culminó en la peor rueda de prensa del club desde hace casi cuatro décadas.

Sin embargo, incluso aquel esperpento puede tener su lado bueno. Porque, más allá de las formas, de los vaivenes y de los cambios de opinión constantes, lo cierto es que Laporta puede haber tomado la mejor decisión, o al menos la menos mala de todas las posibles. Renovar a Xavi es sin duda la mejor opción para proteger la excepcional hornada de jóvenes que lideran Lamine, Cubarsí o Fermín, la única gran iúsión del barcelonismo en medio de la actual sequía.

Las alternativas a Xavi eran entre inciertas (Hansi Flick) o simplemente temerarias (Márquez), con lo que el presidente puede encontrar con el técnico egarense el mejor escudo protector de todos los que tenía a mano. Además, puede esgrimir con razón que es coherente con su filosofía de confiar en un entrenador cuando todo el mundo le pide su cabeza (como hizo en su día con Rijkaard), y desliga su decisión del resultadismo, aunque sea a costa de autodesmentirse con la famosa frase “perder tendrá consecuencias”, que se ha visto obligado a reformular sobre la marcha.

Laporta tiene ahora una oportunidad única para huir del cortoplacismo, rebajar las expectativas y huir de cualquier promesa de títulos. En la rueda de prensa con Xavi, a pesar de pronunciar reiteradas veces el peligroso e improbable verbo “ganar”, se entrevio algún intento de empezar a modular el discurso. De hecho, es la primera vez que Laporta comparece sin apelar a la gastada “herencia”, el comodín que hasta hoy lo ha justificado todo. Queda la esperanza que del vodevil haya nacido también algo bueno.