Opinión
Hasta los huevos
Hasta los huevos fritos con gulas y guindilla, un clásico muy apreciado entre los habituales de la “llotja” de Montjuïc, parecen saber peor últimamente, y es que también las delicatessen más armoniosas saben mejor o peor según el estado de ánimo con el que las degustas.
No vayan a pensar que soy un habitual de la zona noble de l’Estadi Olímpic, no lo soy, pero sí voy de vez en cuando a saludar buenos amigos que no lo están pasando bien y que siempre insisten en que baje a verlos, los acompañe, y les comparta con mi optimismo habitual las cuatro noticias que saben que manejo por cocerse entre los bastidores de la prensa y la farándula deportiva. Un lugar curioso, la 'llotja', donde se mezclan personas imprescindibles, personas que deben estar, personas que pueden estar y otros personajes que no entiendes del todo qué hacen ahí ni cómo diantre consiguen acceder a todas las áreas nobles del país, ya sea el Barça o el Godó, el Liceu o los conciertos de Cap Roig, “pequeños Nicolases” a la catalana de edades variopintas expertos en el cotilleo y el gorreo, y que uno se pregunta cómo consiguen sortear la profesionalidad y el control de Jordi, Gemma y Ferran, tres auténticos baluartes de las relaciones públicas y el protocolo del club.
El lunes no disfruté
Pero lo cierto es que, tras las paredes de esa sala llena de referentes de la cultura, los negocios, la política y la mencionada pillería del país, está la realidad que ampara toda esa parafernalia: El terreno de juego, sus gradas y su gente. El lunes no disfruté. No me acabó de convencer la propuesta deportiva ni el juego desplegado, parco, lento y cauteloso, pero mucho menos me gustó lo que viví en las gradas: camuflados entre turistas excitados se oyeron muchos, demasiados aficionados culés (o no tanto) dispuestos a trasladar donde no se debe sus fobias y sus filias en los momentos de dificultad. No me vale hablar de libertad de expresión… ¡Basta de engañar y de engañarse! Suficientemente caliente está el ambiente para olvidar que necesitamos, como sea, garantizar esa segunda posición que propone dinero seguro y gloria por conquistar. Basta de alimentar, a quien lo hace y desde donde lo haga, la locura de los plebiscitos públicos sobre unos o sobre otros, basta de separar entre los que aplauden y los que silban, entre los que gritan y los que callan.
Hasta los huevos con gulas y guindilla, dentro del palco, fueron testigos silenciosos e inertes de la división, y por ese camino, amigos míos, no se llega a destino interesante alguno…
Messi nos enseñó que su solo talento ganaba partidos, pero fue la unidad del colectivo, y solo esa unidad, la que ganó campeonatos (y en esa unidad estamos todos incluidos. Todos).
Si no aprendemos del pasado, difícilmente proyectaremos el futuro.
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