Opinión

Aprender no debería ser a base de hostias

Marc Márquez, ansioso por correr en casa

Marc Márquez, ansioso por correr en casa / motogp

Cuentan lo expertos en inteligencia emocional que a cometer errores mucha gente lo llama fracaso, pero que en realidad estos constituyen una información muy trascendente para entender que hay que empezar de nuevo y, con toda seguridad, de forma distinta. Al respecto, Einstein dijo: “Hacer siempre lo mismo, y esperar resultados diferentes es una locura”.

Nos valdrían estos axiomas para intentar entender qué es lo que le pasa a Honda en el mundial de MotoGP esta temporada, y cómo afecta todo ello al rendimiento de sus pilotos, empezando por su hombre franquicia: Marc Márquez.

Desde hace como mínimo dos temporadas (sino tres) la marca del ala dorada ha cometido bastantes errores en la fabricación de su moto de carreras, según han ido contando -y sufriendo- sus pilotos. En consecuencia, el caudal de información recogido debería ser enorme, aunque los resultados no han mejorado sino todo lo contrario. Basta con ver la clasificación del mundial de marcas. En consecuencia, tal vez el genio de la relatividad tuviera razón, y hacer siempre lo mismo, y mal, no cambia el resultado de las acciones.

Leíamos esta misma semana un magnífico artículo de Germán García Casanova en Motorsport.com en el que contaba la visión de Davide Brivio de los problemas que están acuciando a las marcas japonesas en los GP. El italiano conoce muy bien la idiosincrasia de los nipones, puesto que después de varias temporadas en el equipo Yamaha junto a ni más ni menos que Valentino Rossi, este gestor deportivo fue capaz de hacer crecer el Team Suzuki Ecstar desde su regreso a las carreras hasta el título de Joan Mir en 2020 en tan solo cinco años.

Para Brivio, que actualmente trabaja en Alpine F1 dedicado al seguimiento de sus jóvenes promesas, el problema radica en la filosofía de trabajo de los japoneses, que van a su bola, con sus propios ritmos de trabajo, sin escuchar demasiado desde la fábrica lo que les cuentan quienes están en los circuitos (empezando por los pilotos, aunque estos tengan un porrón de títulos mundiales), y con un proceder que ha quedado obsoleto en comparación con los progresos que han hecho los fabricantes europeos como Ducati (especialmente), KTM o Aprilia.

En condiciones normales -es decir: con las marcas japonesas liderando el campeonato como históricamente ha sido- abordaríamos este fin de semana en el Circuit con la ilusión de ver a Marc Márquez en lo más alto del podio. Y, sin embargo, a lo máximo que puede aspirar el octacampeón mundial es a mejorar el ¡duodécimo puesto! del Red Bull Ring (sus primeros puntos de un domingo en 2023) que celebró casi como a una victoria. Nada de soñar con su podio número 140 en 238 Grandes Premios, y -por supuesto-, olvídense de la hipotética 86ª victoria de su florido palmarés. Son otros tiempos.

Contaba Emilio que Marc explicó en Austria porqué había pasado de ser un piloto ambicioso, aspirante permanente a lo máximo, a convertirse en un deportista conservador: se ha roto tres huesos y unos ligamentos en apenas seis carreras este año. Y si ese parte de guerra les parece poco significante, busquen las caídas que lleva Joan Mir con la misma moto.

Puede que entonces valoren aún más lo difícil que es pilotar a más de 300 por hora en el laberinto de curvas que es una pista como la de Montmeló este fin de semana. Y puede que, acaso, sólo por eso, cuando vean salir a esos chicos con sus motos de color naranja (no se confundan con los de KTM, que esos ya vienen aplaudidos de su fábrica) tengan aún más ganas de animarles, de vitorearles, de valorar su esfuerzo, aunque no estén en condiciones de ganar como ellos quieren. Y, sobretodo, porque si algo merecen es nuestro cariño y no el desprecio que reciben desde el país del sol naciente. Y donde escribo Honda, también podría escribir Yamaha. Penúltimos y últimos del mundial de constructores, con menos de un tercio de los puntos de Ducati (354): 93; como el dorsal de Marc Márquez, que ha cambiado a base de darse hostias lo que otros no quisieron aprender. Porque saber, saben.

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