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Kampala enmudeció

Hoy teníamos un campeonato del mundo crocanti en Kampala, Uganda. África presentaba un festival de talentos, de hombres y mujeres singulares, que venían a darlo todo en este enclave húmedo, situado a 1200 metros sobre el nivel del mar. Kenianos, Etíopes, Eritreos y Ugandeses estaban dispuestos a ofrecer un gran espectáculo para no dejar caer el interés de esta bonita disciplina del Cross, que vive a la espera de que en el COI se sienten de una vez por todas a tomarla en serio, con el fin de integrarla en los Juegos Olímpicos de Invierno. Sería una bonita manera de realzar esta prueba invernal, en vista de que algunas estrellas de este deporte la han abandonado para irse a buscar los dólares que deja la Maratón. Normal, de algo habrá que vivir. Pero esa idea de hacerla olímpica también serviría para acercar a los Juegos a estos países del cuerno de África, que no son muy duchos en el manejo de los Esquís. Puede que eso también anime al resto de países a motivarse y tomarla un poco más en serio.

Afortunadamente Kampala no amaneció lluviosa. El aspecto del circuito parecía perfectamente diseñado con el autocad de un ordenador en un estudio occidental, lejos de la árida imaginería salvaje de un paraje Africano; en el que integraba algún obstáculo natural, un repecho de quitar el hipo, y algún que otro tronquito jodedor, en fila india de a uno. Pero, en general, se podía decir que el diseño del circuito estaba trazado descaradamente para atletas de perfil más rápido que resistente.

Hoy el público de Kampala pudo comprobar cuan delgada es la línea que separa la gloria de la tragedia de este deporte.

Un circuito que al tratarse de Uganda, parecía ideado para su hijo pródigo, el kampaleño de 20 años, Joshua Chpetegei, un atleta rapidísimo de talento superior, muy valiente, y sagaz, que ha sido el protagonista de estos campeonatos. Aunque por motivos distintos a los que nadie podía imaginar. Y menos tras su exhibición en la pasada edición del Cross de Elgoibar.

Hoy el público de Kampala pudo comprobar cuan delgada es la línea que separa la gloria de la tragedia de este deporte. Y todo sucedió en cuestión de segundos. Pero hasta que llegó ese momento vale la pena rebobinarlo para adelante y decir, que tras Kenianos y Etíopes apareció el chaval Ugandés y se fue rápidamente en solitario. El público corría tras él con banderas, le plantaban el trapo en la cara como si este no supiera a que país representaba. Algunos se sacaban la camiseta, y la hacían girar al viento como las alas de un helicóptero. Los Kampaleños estaban enamorados con su chaval, todos querían tocarle, si no fuera porque era tan difícil hacerlo como tocar a un rayo amarillo con la punta de los dedos. Kampala era una fiesta de serpentinas, luces de colores, música de tambores y hasta el presidente de su país estaba de pie, dispuesto a bailar el ritmo de este veinteañero que sacaba los colores a los todopoderosos Kenianos y Etíopes. El chaval iba a una velocidad inhumana, a 2:40 el km, se intuía que corría por debajo de 28, teniendo en cuenta que también se comía el repechazo y el socavón. ¡Y parecía que estaba entrenando! 

Solo pudo seguirle el genial Kamworor que se resistía con las uñas a dejar el título de campeón del mundo conseguido en China. El Keniano parecía feliz corriendo tras los pasos de la bala Ugandesa. Totalmente restablecido, después de su extraña enfermedad que lo dejó abatido muchos meses, y un posterior accidente de tráfico donde su coche dio varias vueltas de campana. Pero ahí estaba de nuevo el prodigio del Rift Valley, a unos 10 segundos de Cheptegei. El Ugandés llegó a poco más de la última vuelta y seguía imperial, agasajado por su querido público. Era un monólogo de uno que corre y el público que enciende sus sonrisas.

Kampala será recordado por el día en que Cheptegei se quedó a un kilómetro de la gloria y a un suspiro de seguir con la vida.

Así funcionaba la carrera hasta que llegó el minuto 25. De repente, se clavó salvajemente en el terruño como si le hubiera pasado un tranvía por encima de su cabeza. Se quedó literalmente K.O. Sus piernas se habían dejado llevar por el alarido del público, y ahora pagaban el precio altísimo de la inexperiencia. Kampala enmudeció. Y no era para menos. El muchacho empezó a ir de lado sin saber ni siquiera como se llamaba, y a que país representaba, mientras era rebasado por Kamworor que se iba solo a la meta. Tras él, un grupo de atletas entre los que se encontraba Aaron Kifle, el chico Eritreo que entrena el español Jerónimo Bravo, que hizo un notable 4º puesto. Lo pasaron hasta 30 atletas y dando bandazos consiguió colocar a su país tercero por equipos poniendo en riesgo su integridad física.

Sin duda, la imagen del día fue la de Cheptegei. Una pena. Confieso que a este cronista le llegó al alma y se le escapó la lágrima al ver la estampa destruida de este niño prodigio sonriente que se encontraba roto y perdido en un limbo. Kampala será recordado por el día en que Cheptegei se quedó a un kilómetro de la gloria y a un suspiro de seguir con la vida.

En mujeres fueron las Kenianas las que se llevaron el gato al agua. La IAFF en una disposición por generar una mayor conciencia para igualar los géneros en este deporte, decidió que este año las chicas corrieran los mismos kilómetros que los chicos, ni uno mas ni uno menos.

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Como debe ser.

Y como debe ser, por esa misma razón, deberían cobrar la misma cuantía de dinero en premio que los chicos y recibir el mismo trato de favor. Después de todo, ellas han sido bravas en hacer el mismo esfuerzo de correr esos 10 kilómetros de distancia que se hacen igual de difíciles y peliagudos cuando falta el aire en el gaznate. Y en esa distancia fue Cheptai del equipo de “la policía” de Kenia quien fue la ganadora y tras ella cinco representantes del mismo país. Una verdadera pasada.

Otra iniciativa, es el invento del relevo mixto por equipos, prueba que resulta muy pintona verla funcionar en un mismo equipo a chicos y chicas. Un verdadero acierto. Kenianos y Etíopes se la tomaron muy en serio, y se agradece. Para disputarla echaron mano de lo mejorcito de su fondo de armario que, como saben es infinito y abundante, como el armario que aparece en la película de Narnia que te lleva a otro mundo. La emoción se vio hacia el final. La Keniana Beatrice Jepkoech partía en su posta con 39 segundos de diferencia sobre Genzebe Dibaba y la termita etíope, terminó comiéndole, casi medio minuto.. Otra proeza de la familia Dibaba al saco.

Europa al desnudo

El equipo británico senior y masculino, que tan alegremente pavoneó su lujo deportivo durante el campeonato de Europa, esta vez escondió sus plumas de cara a la cita de Kampala, y decidieron no presentar a nadie en vista del sonoro collejón que les iban a dar “los morenitos”. Seguramente estos atletas ingleses, aunque no acudan al mundial, percibirán por sus becas una cuantía de dinero anual mayor a los 30 mil euros que se embolsaron Cheptai y Kamworor por vencer. Paradojas de la vida. Sin embargo, las británicas y sus Juniors sí corrieron. Francia llevó a dos representantes. La coproducción Turco-Keniana, la que reina al completo en Europa, se borró en categoría masculina y femenina, (si bien la esbelta Can y Kaya, se pasaron al relevo mixto, a resguardo, logrando una tercera plaza). El caso es que dejaron sólo al campeón continental de la distancia, Aras Kaya, que hoy en el terruño Ugandés parecía un náufrago al que solo le faltó correr con el ropaje deshilachado, y el loro de Robinson Crusoe encaramado en el hombro…Como ven, todo esto es para decir que en Europa, hay quien sabe en que lugar poner las piernas, y donde no poner la cara. Y hoy era un día para esconderla. Aunque te llames Inglaterra, y lo hayas sido todo en esta distancia y ahora sean unos cagabandurrias.

En cierta manera esa rajada de la élite europea, le da un punto de valor a la presencia en todas las pruebas del equipo español -aunque en su composición también hubieron rajadas inexplicables-. En su defecto, diremos que al menos tuvieron el mérito de acudir a Kampala a dar la cara, (o a ponerla, según se mire). Aunque su papel real sobre el terreno, aún con buenas actuaciones, se redujera al de comparsa en la fiesta africana. Siempre habrá aficionados que opinen que un buen resultado es la única justificación posible para llevar a un equipo entero, y que fueron a Kampala a poco más que hacer Safari. En cambio, habrá aficionados más condescendientes que empaticen con los sentimientos y el rendimiento ofrecido, y crean que es bueno que se fogueen con los mejores. Eso es un mundial de cross. Y es que eso de correr con los africanos en su casa es una experiencia de vida deportiva única. Y ya se sabe que no somos nada sin experiencia, ¿Para qué negársela?

Mario Torrecillas


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