Un 'Kaiser' de cartón piedra

El brasileño Carlos Henrique Raposo es uno de los grandes estafadores de la historia del balompié

No es que fuera malo, es que no era futbolista

El brasileño Carlos Henrique Raposo

El brasileño Carlos Henrique Raposo / Panenka

ORIOL RODRÍGUEZ

En 1980 el cineasta Julien Temple, uno de los documentalistas musicales más relevantes de todos los tiempos, estrenó el mockumentary sobre los Sex Pistols The Great Rock ‘n’ Roll Swindle, o, lo que es lo mismo, La gran estafa del rock‘n’roll. Si cambiáramos el rock por el fútbol, este sería el título ideal para resumir la vida de Carlos Henrique Raposo ‘Kaiser’, uno de los grandes farsantes de la historia del fútbol.

Al contrario que algunos de sus compañeros de profesión menos brillantes –incapaces de cumplir las expectativas, superados por la presión o poseedores de una técnica limitada–, el problema de Raposo no es que fuera mal futbolista. Es que no era futbolista. Su carrera singular fue llevada, hace años, a la gran pantalla bajo el acertado título de Kaiser: The Greatest Footballer Never to Play Football (El mejor futbolista que no ha jugado a fútbol nunca). Una trayectoria en la que aparecen algunos de los clubes más importantes de Brasil: Flamengo, Fluminense, Botafogo, Vasco de Gama... En todos ellos estuvo Raposo, a los que hay que sumar también experiencias en México y Francia.

¿El truco? Jamás llegó a jugar un partido de fútbol. Nunca sacó a relucir en público sus habilidades (es decir, sus carencias). Mediante engaños, estrategias de seducción y la complicidad de algunas de las estrellas del fútbol brasileño de la época, ‘Kaiser’ convenció a directivos y entrenadores de que, en realidad, era un delantero letal. Estos picaban y lo fichaban. Durante la semana, asegura, se entrenaba mejor que nadie (siempre lejos del balón para que nadie detectara su inoperancia), pero cuando se acercaba el sábado simulaba una lesión ficticia que le tenía apartado de los terrenos de juego durantes meses. Y así de equipo en equipo, año tras año.

“No me arrepiento de nada. Ningún club me denunció. Aportaba alegría, hacía grupo”, confesaba

El rey del regate

En una entrevista a Panenka publicada hace cinco años, Raposo explicaba cómo había logrado vivir del fútbol sin haberse tenido que exponer jamás ni a las cámaras ni a los aficionados. En el origen de todo, en su infancia, nadie sospechaba de esas oscuras intenciones. Entonces, aseguraba, el amor por el balón era puro: “De pequeño quería ser futbolista, como todos los niños brasileños. Mi ídolo era Pelé. Pero me hacían jugar de defensa”. Precisamente de aquella posición heredó el apodo que le acompañaría toda la vida. “Decían que tenía un estilo parecido al de Franz Beckenbauer. Por eso me llamaban ‘Kaiser’. Con el paso de los años fui avanzando mi posición hasta acabar de delantero”, explicaba.

Pero algo se torció y afectó la confianza del pequeño Raposo. Algo que le haría perder la fe en todo. “Éramos una família muy pobre. Mi madre tenía problemas con la bebida y necesitábamos ganar dinero. Mi agente se aprovechó de la situación y, dependiendo del mejor postor, me fue llevando de un club a otro. Eso hizo que fuera perdiendo mi interés por el fútbol. Con el tiempo me dejó de interesar este deporte”, lamentaba. Pero el fútbol ofrecía ingresos y un estilo de vida que no iba a poder conseguir de otra forma, así que se esforzó en estirar el chicle a base de mentiras. Empezaba su leyenda, cosida a base de saltos entre clubes de su país natal pero también con aventuras al otro lado del Atlántico. Un buen amigo, Fabinho Barros, lo recomendó para que fichara por el Gazélec Football Club Ajaccio.

Carlos Henrique Hermoso, el rey del regate

Carlos Henrique Hermoso, el rey del regate / Panenka

En Córcega fue recibido como un auténtico héroe: “El estadio estaba lleno. Yo pensaba que aquel primer día iba a ser sólo mi presentación. Pero resultó que aquello era un entreno de puertas abiertas. Si no hacía algo, todo el mundo se daría cuenta de que no sabía jugar, así que tan pronto salté al campo, empecé a saludar a los seguidores y a lanzarles todos los balones, como si se los estuviera regalando. Nos quedamos sin balones y se suspendió el entreno”, recordaba.

Aunque Fabinho siempre se vanaglorió de que, gracias a su mediación, Raposo pudo acabar en el Gazélec Ajaccio, en el documental dio un giro radical a su declaración, negando que su amigo estuviera allí. Raposo reconocía así los motivos del cambio de opinión. “Tenía miedo”, explicaba a Panenka. “De la mafia de Córcega. Imagino que no quieren o no les gusta que se sepa que estuve ahí, y seguramente en este tema Fabinho se siente amenazando y por eso ahora va diciendo que yo jamás firmé por el Gazélec Ajaccio, que todo es un invento mío. Pero no lo culpo. Ahora tiene una familia, mujer e hijos”. Aunque las explicaciones no sean muy convincentes, lo cierto es que sí hay fotos de Raposo con la camiseta del club corso.

Organizaciones criminales

En cualquier caso, cuando regresó a Brasil se unió a un club donde la organización criminal también jugaba un papel destacado. El Bangu era un equipo muy popular del barrio de Río de Janeiro que le da nombre. En aquel momento, se desempeñaba en la segunda división. Su presidente era Castor de Andrade, un personaje pintoresco... y peligroso.

“Castor era uno de los bicheiros más poderosos de Rio de Janeiro. Uno de los gánsteres más poderosos de la ciudad”, recordaba ‘Kaiser’. “Los bicheiros son los gánsteres que controlan las apuestas y el dinero que mueve la lotería ilegal a la que absolutamente todo el mundo juega, y de Castor se dice que, efectivamente, era el más poderoso de Río de Janeiro, teniendo en su control bajo soborno a algunos de los políticos más importantes y a gran parte de la policía y el funcionariado. A su lado, la mafia de Córcega de la que hablábamos antes eran cosa de niños. Yo nunca tuve ningún problema con él, todo lo contrario: me trataba como un hijo”.

El contrato profesional del 'Kaiser'

El contrato profesional del 'Kaiser'  / Panenka

Pero no tardó Raposo en decepcionar a su nueva hinchada y en sacar de quicio a su presidente. Llegaba con la aureola de haber jugado en Europa y la gente pedía que marcara diferencias sobre el terreno de juego. ¿Cómo iba a hacerlo si nadie lo había visto vestido de corto? Se cocía un nuevo truco. “Como era habitual, al poco de llegar fingí que me lesionaba. Llevaba así unos meses y Castor se cansó. Se acercaba un partido importante y exigió al entrenador que me convocara. Y a Castor se le tenía que obedecer. Empecé en el banquillo pero como las cosas no estaban yendo bien, el propio presidente volvió a ordenar al entrenador que me sacara. Empecé a calentar pensando que si salía a jugar se descubriría todo. En la banda los aficionados rivales me insultaban. No me lo pensé dos veces. Salte la valla y me líe a tortazos. El árbitro me expulsó antes siquiera de poder saltar al campo. Cuando acabó el partido Castor bajó a los vestuarios. Estaba extremadamente enfadado conmigo. Le dije que lo había hecho porque lo estaban insultado a él. No sólo se le pasó el enfado sino que, a punto de acabarse mi contrato, me renovó”, recordaba, socarrón.

La vida de Raposo es la de un estafador que se valió, como él mismo reconoce, de “un gran físico” y “una buena disciplina” con las que disimulaba su incapacidad técnica. Las lesiones que fingía eran el salvoconducto con el que logró alargar una carrera ficticia. Y precisamente lesiones es lo que, desde hace un tiempo, trata de prevenir en su nuevo trabajo como preparador físico. “No me arrepiento de nada. Ningún club me denunció. Aportaba alegría, hacía grupo”, se defiende. El ‘Kaiser’ fue el rey del regate. 

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