Opinión

La Liga no es ‘pressing catch’

Es digno de estudio psicológico pensar que la competición está amañada y al mismo tiempo seguirla con apasionamiento

Hernández Maeso, arbítro del Madrid-Almería

Hernández Maeso, arbítro del Madrid-Almería / efe

Cada fin de semana, en cualquier campo de tierra o de fútbol 7, se ve la imagen de los chavales y sus entrenadores protestando las decisiones de los árbitros. No es casualidad que en el deporte formativo y aficionado sea en los campos de fútbol donde más a menudo se repiten estas escenas, ya que no hacen más que imitar lo que se ve en los campos de juego profesionales. Las pulsaciones altas, la frustración, el amplio espacio a la interpretación que dejan las reglas suelen ser motivos que se esgrimen para justificar la animosidad contra el árbitro en el fútbol, pero no es sólo eso. Las pulsaciones al máximo están en todos los deportes profesionales y la frustración por decisiones injustas la experimentan todos deportistas. Quejas la hay en todos los campos, canchas y piscinas, pero lo del fútbol sólo sucede en el fútbol.

La decisión de introducir la tecnología en el arbitraje debería haber ayudado. Pero no, es fuente de mayor polémica aún, sobre todo en la Liga española. Tampoco debe de ser casualidad. La Liga española es la competición en la que desde tiempo inmemorial lo equipos que pierden partidos y torneos acusan a los árbitros de su derrota, lo cual equivale a afirmar que la competición está adulterada.

Es digno de estudio psicológico que la convicción de que la competición está amañada conviva con el entusiasmo que renace cada jornada con el partido del equipo. ¿Qué sentido tiene seguir, interesarse y apasionarse, no digo ya participar, en una competición que se cree adulterada? ¿Por qué quienes creen que “Así gana el Madrid” siguen viendo los partidos de su equipo si saben que sólo los blancos pueden ganar? ¿Por qué aquellos convencidos de que Enríquez Negreira ganó los títulos de la era dorada del Barça siguen sufriendo por las remontadas del Madrid en el minuto 94? Si los árbitros estuvieran comprados, nada importaría, el fútbol no sería más que un gigantesco combate de ‘pressing catch’. ¿De verdad creemos que es así?

La competición no está amañada. Influida, condicionada y arbitrada por las decisiones de seres humanos que pueden acertar y equivocarse, o ser mediocres o excelsos en su trabajo, sin duda. Hay dos formas de interpretar los audios filtrados de la sala VAR. Una es ver en esas conversaciones manos y leyendas negras, los espectros de Florentino y de Negreira, la prueba de la ‘vargüenza’ y de la manipulación extrema del juego. La otra es ver en acción el desconcierto de los árbitros, personas bajo una enorme presión que aciertan o se equivocan y que, como todos, tienen sus sesgos. El problema es cuando yerran demasiado a menudo.

El arbitraje en España está en una crisis de confianza, como dicen los propios colegiados, por motivos estructurales y porque son los propios protagonistas del espectáculo (jugadores, entrenadores, presidentes) los que azuzan las acusaciones de amaño. El VAR es un galimatías que nadie entiende, los criterios no están unificados, las normas que durante décadas gobernaron el juego cambian sin saber por qué, los descuentos se alargan y se acortan sin lógica aparente, y las decisiones parecen caprichosas. Los audios, los oficiales y los filtrados contribuyen al desconcierto. Si en nuestros trabajos y decisiones cotidianas nos grabaran y se juzgaran los resultados como a los árbitros, el resultado sería más caótico que el del VAR.

Pero a la crisis del arbitraje contribuyen aún más que los errores propios del colectivo los deportistas, la prensa y las aficiones. Al pícaro que engaña al árbitro se le ensalza, a los entrenadores que se escudan en penaltis y fueras de juego se les aplaude, a los directivos que hablan de competiciones adulteradas se les elogia su carisma. El árbitro está para decidir, ser el foco de desahogo de los hinchas y el chivo expiatorio de las derrotas. Es más criticado un árbitro que se equivoca en un fuera de banda que el equipo técnico de Xavi que sale a varias tarjetas por partido o la línea editorial de Real Madrid TV, un canal corporativo.

Así, lo raro es que haya árbitros. De hecho, en las pachangas entre amigos nadie quiere ser el árbitro y se impone una autogestión que, curiosamente, no funciona mal. Igual esto tendrían que hacer los árbitros: ceder el silbato y las sillas del VAR a sus críticos e irse al bar. Y a ver qué pasa.

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