Opinión

Sin culés, el Barça no existe

La historia nos dice que somos lo que fuimos y seremos lo que somos

Eran años con poco glamur y mucho menos postureo, pero más auténticos

Aficionados culés en Wembley el 20 de mayo de 1992

Aficionados culés en Wembley el 20 de mayo de 1992 / SPORT

El mundo ideal se parece mucho al de los noventa, donde las redes sociales eran bares o salas recreativas y los ‘influenciadores’ no hablaban todos igual ni posaban todos igual ni se hacían llamar así porque solo destacaban por jugar muy bien al fútbol o llevar la primera bomber o teñirse de amarillo por sorpresa. Eran años en los que, hasta el 92 (ese glorioso año), podías ir de paquete sin casco en una Variant o lucir manguitos verdes en la Jog, con la cartera y el paquete de tabaco como únicos inquilinos de los bolsillos. Los ‘haters’ eran los del otro grupito y poco más. El móvil era ciencia ficción y, por supuesto, para quedar bastaba con un “a las siete en la sala”. 

Eran años con poco glamur y mucho menos postureo, pero más auténticos. Una época en la que el mundo adulto quedaba lejos y solo los más avispados (los trepas de ayer, hoy, mañana y siempre) entendían el futuro y se lo hacían suyo pagando un precio demasiado alto, su juventud. El resto aprendía a base de hostias, de caerse y levantarse, sin más apoyo que su propia identidad, muchas veces incompleta porque es imposible entender el mundo cuando aún no formas parte de él. Los felices noventa están ahí, imborrables, eternos. Y fue durante esa maravillosa década cuando, para muchos, nació el Barça

Romario firmó una obra de arte tras un pase de Michael Laudrup en El Sadar en 1993

Romario firmó una obra de arte tras un pase de Michael Laudrup en El Sadar en 1993 / JAVI FERRANDIZ

Con Cruyff nació el Barça moderno: un club ganador, desacomplejado, firme en sus convicciones y cuya personalidad estalló en todo su esplendor gracias a una esencia destilada gota a gota durante décadas. La historia nos dice que somos lo que fuimos y seremos lo que somos. Johan fue un antes y un después, sí, pero sin antes no existe el después. Esta premisa obliga a quienes hoy escriben el relato blaugrana a ser fieles al pasado y, al mismo tiempo, responsables ante el futuro. 

Jon Andoni Goikoetxea con la Copa de Europa de 1992

Jon Andoni Goikoetxea con la Copa de Europa de 1992 / SPORT

Ese Barça de los noventa se hizo grande porque ya lo era, sustentado en la identidad que le daba su gente, la que acudía al estadio, la que fumaba puros, la que lucía sus colores en cada desplazamiento sin pensar en la foto que colgaría en Instagram. El Barça es quien es por esa gente de Les Corts, pero también de Lleida, Huelva, Murcia, Extremadura, Girona o Aragón. Sin ellos, ese nuevo estadio, moderno y capacitado para acoger a más de 100.000 personas, será solo una obra arquitectónica majestuosa hecha de cemento y ausente de alma. El Barça no se construye gracias a la visita del turista llegado de Tokio vestido con una camiseta cuyo precio supera los cien euros y consume ‘hot dogs’, el Barça es un club cuya esencia nace del kilómetro cero. Cuiden al guiri, mímenle, pero no más que a quienes han hecho del Barça ser lo que es. Sin culés, el Barça no existe.