La Euro de la reconciliación

Se cumplen 35 años del único título de la selección de los Países Bajos

El del gol de Van Basten, el de Rinus Michels, el que cerró la herida de 1974

Los jugadores de los Países Bajos celebran la Eurocopa de 1988 en el Olympiastadion de Múnich

Los jugadores de los Países Bajos celebran la Eurocopa de 1988 en el Olympiastadion de Múnich. / Cedida por Panenka

Roger Xuriach

Roger Xuriach

Faltaban pocas horas para que esa preciosa camiseta naranja, brillante, hipnótica, tan rematadamente ochentera, se hiciera eterna. Sin embargo, los once encargados de lucirla por última vez –once y nadie más, porque el seleccionador ni siquiera necesitaría mover el banquillo– seguían a lo suyo, disfrutando con la voz inconfundible de Whitney Houston.

Si habían acudido al concierto de la diva norteamericana había sido por culpa de Ruud Gullit. El capitán quería prolongar la fiesta por haber llegado a la final y desplazó a todos sus compañeros al pabellón Olympiahalle de Múnich. Después de seis años para olvidar, donde se habían encadenado tres ausencias consecutivas a grandes torneos (los Mundiales de España’82 y México’86 y la Eurocopa de Francia de 1984), los Países Bajos volvían a estar en disposición de estrenar su palmarés.

Con perspectiva, el bloque que presentó la ‘Oranje’ en la Euro de 1988 –cuyo formato todavía era de ocho equipos repartidos en dos grupos– respiraba gloria por los cuatro costados. Sin embargo, con el tiempo muchos de sus integrantes se revalorizarían todavía más. Para empezar, el equipo contaba con cinco miembros del PSV Eindhoven que acababa de proclamarse campeón de Europa. Para continuar, otros seis habían jugado recientemente la final de la Recopa de Europa (cinco del Ajax y uno del Malinas). Y para terminar, se juntaron tres jugadores diferenciales de un Milan que se preparaba para reinar: el vigente Balón de Oro, Ruud Gullit; el centrocampista reconvertido a central Frank Rijkaard, recién fichado aquel verano del Real Zaragoza; y Marco Van Basten, cuyo primer año como ‘rossonero’ no había salido como muchos esperaban. Al mando de aquel grupo, Rinus Michels, el hombre que había puesto la semilla del ‘Fútbol Total’ en el primer gran Ajax de Johan Cruyff y que había logrado el subcampeonato mundialista de 1974 con la ‘Naranja Mecánica’. El ‘General’ era un entrenador duro. “Era un hombre muy rígido y estricto. Pero aquel verano fue muy amable y afectuoso con nosotros, llegando a descolocar al grupo. Años más tardé le pregunté por qué había sido tan blando y me confesó que al ver que éramos un vestuario tan profesional no sintió la necesidad de sacar el látigo”, explicaba Ronald Koeman en una charla con Panenka.

Rijkaard, Gullit y Koeman, un trío que dominó Europa tanto con su selección como con sus respectivos clubes.

Rijkaard, Gullit y Koeman, un trío que dominó Europa tanto con su selección como con sus respectivos clubes.  / Cedida por panenka

El inicio del torneo fue decepcionante… pero premonitorio. Ante la Unión Soviética, el rival con el que curiosamente se mediría en la final, Rinus Michels planteó un 3-4-3 con Koeman de líbero y Van Basten, con molestias, en el banquillo. El cuadro neerlandés dominó, pero perdió por la mínima. “En realidad fue nuestro mejor partido”, explicaba Gullit a Panenka. “Pero nos vino bien porque propició un cambio táctico. Aquel sistema nos hacía muy débiles”, añadía.

‘Míster Mármol’ hizo modificaciones. Desde entonces, el 4-4-2 sería innegociable, así como el once tipo. “El cambio táctico también benefició a mi hermano”, contaba Koeman. Si él había llegado a la Euro como campeón de la Copa de Europa, Erwin lo había hecho como campeón de la Recopa (con el Malinas belga). El menor de los Koeman jugaba abierto a la izquierda, pero con el 4-4-2 “pasó a incorporarse al centro del campo”, recordaba Ronald. “El equipo se hizo más compacto”. En el flanco derecho, y con el ‘7’ a la espalda, jugaba otro conocido de Koeman, su compañero de equipo Gerald Vanenburg, un futbolista de gran técnica y desborde que venía de ser, por segundo curso consecutivo, el máximo goleador de la Eredivisie. Si en los 70 los Países Bajos se habían nutrido del gran Ajax, en 1988 el PSV imponía su ley. “Lo cierto es que los que veníamos de Eindhoven llegamos al torneo con la confianza por las nubes. Afrontamos el campeonato con toda la tranquilidad”, confesaba Koeman.

Los cambios no tardaron en hacerse notar y la selección logró enderezar el rumbo hasta pasar como segunda de grupo. Primero, con una victoria ante Inglaterra (1-3), un partido trepidante en el que Van Basten hizo un hat-trick. Y después, ganando a Irlanda por la mínima. Wim Kieft, también del PSV, salió desde el banquillo en la segunda mitad y marcó el 0-1 que daba el pase a semis.

Era imposible meter el balón”, recordaba Koeman sobre el gol de Van Basten a la URSS

Venganza y a la final


Habían pasado 14 años desde que Cruyff y compañía habían caído ante Alemania en la final del Mundial de Alemania. Caprichos del destino, en la Euro de Alemania, y ante Alemania, una nueva hornada dirigida también por Michels tenía la posibilidad de saldar la deuda de la generación anterior. Le bastó a Van Basten con un gol en el 89’ para materializar la remontada y helar las gradas del Volksparkstadion de Hamburgo. La asistencia, a la altura del tanto, se la dio el ‘ajacied’ Jan Wouters, nombrado centrocampista del torneo. Antes había marcado Koeman desde los once metros, su especialidad. “Fue el penalti más complicado de mi carrera. Íbamos perdiendo, la presión era enorme y todos éramos conscientes del peso histórico del partido”, reconocía.

Es la volea de todos los tiempos, con permiso de la de Zidane. Un disparo inverosímil, sin ángulo, que sorprendió a Dasaev

Es la volea de todos los tiempos, con permiso de la de Zidane. Un disparo inverosímil, sin ángulo, que sorprendió a Dasaev / Cedida por Panenka

Después de tantas decepciones acumuladas, los Países Bajos regresaban a una final. Como en los 70. Pero esta vez no había ningún anfitrión para aguar la fiesta. La URSS de Valeri Lobanovsky volvía a cruzarse en el camino. Los soviéticos parecían tener la fórmula del éxito, pero la química surgida entre los jugadores, multiplicada por la pizarra de Michels, fue, esta vez, determinante. Ruud Gullit se guardó el único gol que marcaría en el torneo para la final, un cabezazo imperial, con sus rizos al viento y el brazalete bombeando en el brazo izquierdo, marca de la casa. Exuberancia antillana y delicadeza occidental. Pero su tanto más importante como internacional pronto caería en el olvido. En el minuto 54 Van Basten se sacó un latigazo inverosímil para marcar el que, con toda probabilidad, es uno de los mejores goles de su carrera. “Era imposible meter el balón desde aquel ángulo. A mí, desde el campo, ni se me pasó por la cabeza que pudiese llegar a chutar”, recordaba Koeman sobre aquella volea que se coló en la escuadra de Dasaev. “Van Basten fue el dominador absoluto del torneo”, resumía Gullit.

Todavía tendría tiempo Van Breukelen de pararle un penalti a Belanov que el propio meta había provocado. El arquero del PSV, pesadilla de la ‘Quinta del Buitre’ en las semis de la Copa de Europa, se había llevado el traje de ‘hombre-milagro’ a la Euro, donde acabaría integrando el ‘Once Ideal’ del torneo junto a otros cinco neerlandeses. Todo salió a pedir de boca. Los Países Bajos lograban, al fin, el primer título de su historia. La Copa del Mundo seguiría resistiéndose –con otra final perdida, la tercera, en 2010–, pero como mínimo aquel triunfo sirvió para que el fútbol se reconciliara con una selección inolvidable, persistente como pocas a la hora de hacernos disfrutar con su estilo de juego. “Queríamos que Rinus se sacara la espina del 74”, reconocía Gullit. Lo lograron. El ‘General’, a los 60 años, lograba esbozar, al fin, una sonrisa de alivio.