Tuercebotas

A favor de los Williams y Lamine

La eclosión en el deporte de la diversidad social es un triunfo colectivo del que sentirse orgulloso

Lamine, en el entrenamiento del FC Barcelona previo al duelo ante el Athletic

Lamine, en el entrenamiento del FC Barcelona previo al duelo ante el Athletic / FCB

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Los hermanos Williams son la pareja de moda del fútbol español. Sus padres, Comfort y Félix, llegaron a España desde Ghana después de atravesar el desierto del Sahara a pie y saltar la valla de Melilla. Convertidos en refugiados sin papeles, llegaron a Bilbao en 1994 acogidos por Cáritas Diocesana. Su vida fue la de tantos emigrantes: sufrimiento, pobreza, precariedad, la ayuda de organizaciones y personas solidarias... Treinta años después, los dos hijos del matrimonio son las estrellas del Athletic de Bilbao. A nivel de selecciones, el mayor, Iñaki, golea con Ghana; Nico juega con España.
Lamine Yamal es la joya de moda en el fútbol español y el Barça, su proyecto más firme de estrella mundial. Cuando marca, dibuja con sus dedos el signo de 304, los tres últimos dígitos del código postal de su barrio, Rocafonda, en Mataró. Rocafonda es uno de los barrios de la ciudad donde se concentra la inmigración, procedente sobre todo del norte de África. Hijo de Mounir Nasraoui (Marruecos) y Sheila Ebana (Guinea Ecuatorial), Lamine es tercera generación, ya que la aventura española la inició su abuela paterna, originaria de Tánger.
Esta semana ha debutado en la selección española femenina de fútbol un nuevo proyecto de crack, Vicky López, de padre español y madre nigeriana. Comparte equipo, en la selección y en el Barça, con Salma Paralluelo, hija de padre español y madre ecuatoguineana. El padre de Alejandro Balde, el lateral izquierdo del Barça y la selección, es de Guinea Bissau y la madre, de la República Dominicana. Son algunos ejemplos, hay muchos más, de cómo el deporte refleja cada vez más la realidad demográfica española, que es mucho más plural y diversa de lo que algunos querrían en estos tiempos de auge de nativismos, nacionalismos e intolerantes.
La eclosión de jóvenes deportistas cuyas raíces remiten a multitud de códigos postales en otros continentes permite observar de otra forma la evolución social española en las últimas décadas. Al sistema de integración español se le critica a menudo por buenista y demasiado garantista, y la conversación pública está repleta de clichés, bulos y manipulaciones que hablan de invasiones, aludes migratorios, servicios públicos saturados y emigrantes que copan ayudas públicas. Sin duda los procesos de integración son muy complejos y todo es mejorable, pero que la diversidad empiece a sobresalir en el mundo del deporte merece aplauso y un reconocimiento a la capacidad de la sociedad española para aceptar la pluralidad y canalizar proyectos de futuro y de vida, también en el deporte.
En Francia, una visibilidad similar en el deporte fue acompañada de agrios debates políticos y sociales. La extrema derecha nunca aceptó la diversidad racial y religiosa de la selección francesa de fútbol, y mide al dedillo el entusiasmo con el que se canta la Marsellesa. Es reflejo de un sistema de integración con muchos problemas, simbolizado por las banlieues. Durante el pasado Mundial de Qatar, en Francia hubo disturbios en las celebraciones de las victorias de la selección marroquí.
En ese equipo que asombró al mundo jugaron trece jugadores con doble nacionalidad marroquí y de algún país europeo: España (Achraf Hakimi y Munir Mohammedi), Países Bajos (Hakim Ziyech, Noussair Mazraoui, Sofyan Amrabat y Zakaria Aboukhlal), Bélgica (Selim Amallah, Ilias Chair y Bilal El Khannous), Francia (Romain Saïss, Sofiane Boufal y Zakaria Aboukhlal) e Italia (Walid Cheddira). Para la extrema derecha, el hecho de que prefirieran jugar con Marruecos y las celebraciones por sus victorias fueron la prueba de que la emigración, da igual cuántas generaciones lleven en Francia, siempre es sospechosa en términos de identidad.
La otra forma de verlo se les escapa a los intolerantes: historias como las de los hermanos Williams deberían generar un justificado orgullo social. Una pareja sin futuro ni esperanza encontró un lugar donde fue acogida y pudo construir una vida en la que sus dos hijos explotaron su talento. En este sentido, da igual en qué selección juegue Iñaki y en cuál Nico las competiciones internacionales: sus goles constituyen una victoria colectiva que va más allá de las banderas esencialistas. Por eso duelen a los más intransigentes que reparten carnets de identidad y permanencia, de buenos y malos.