La exigencia obsesiva del seguidor culé

La afición esperando al Barça en el autocar del equipo

La afición esperando al Barça en el autocar del equipo

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

El fútbol es una religión politeísta extraña. Existen tantos dioses a los que agarrarse como clubs esparcidos por el mundo. También hay quien profesa su fe hacia divinidades vestidas de futbolistas y quienes lo combinan todo a la vez. Ser católico, por ejemplo, es aceptar sin argumentos empíricos la presencia de un ser superior que nos observa y guía en nuestro camino vital. Es una forma, como cualquier otra, de responder preguntas existenciales que no tienen respuesta. De dar, en definitiva, sentido a la vida. Ser seguidor de un club como el Barça o el Milan tiene mucho de eso. De hecho, los hijos de los aficionados colchoneros lo clavaron: “Papa, ¿por qué somos del Atleti?”, se preguntaban en una excelente campaña promocional. Cada equipo tiene sus respuestas, pero todas se alejan de la razón como la fe religiosa. 

Lo que realmente distingue una y otra creencia es la actitud del creyente respecto al objeto venerado. El aficionado del Liverpool convierte a quienes visten su camiseta en pequeños dioses, son poco críticos y su fe incondicional no entiende de modas y épocas. Lo habitual en la cultura futbolística inglesa. En Italia son algo más beligerantes y no es extraño ver a grupos ultra reprimir a sus futbolistas si notan que no dignifican el escudo. En España, donde hay de todo, un caso sobresale por encima del resto: el Barça. La forma de entender el club que tiene una parte importante de la afición culé se hace, muchas veces, difícil de entender. Desde los silbidos a sus propios futbolistas hasta la obsesión purista por un determinado tipo de juego que no puede apartarse ni un milímetro de la idea original. Si la afición fuera tan exigente consigo mismo como lo es con el equipo, Catalunya sería imparable.