El primero de la clase
Un referente de este diario me comentaba la semana pasada: Espero tu contra del viernes porque es innegable que escribes “diferente…” (¡miedo me da esa expresión porque la diferencia no tiene por qué ser un atributo!), pero le sonreí mientras él me espetaba: Pero tengo una duda, he leído el artículo sobre Xavi y no sé si te tiene fascinado o fastidiado.
Le comenté que es cierto que últimamente opino bastante de nuestro míster, le tranquilicé declarándome absoluto defensor de su figura y de su trabajo, y en todo caso también le hice ver que es compatible ser admirador y crítico.
Con Xavi me sucede como le sucede al profesor con el más aventajado de la clase o al padre con el más capaz de sus hijos, ambos centran sus críticas más firmes, pero también más educativas y formativas en quienes consideran más dotados en llegar a la excelencia, no en quienes no pueden dar más de sí.
No tengo duda ninguna. Estoy encantado en que hayan confiado a Xavi Hernández la casi sagrada misión de conducir el equipo, nuestro equipo, hacia la tierra prometida, la del Olimpo, de conducirlo y de encontrar el mejor camino, y ahí estamos, comentando su trayecto.
Y en este momento, aún de cierta transición, con bajas y muchos cambios, el pasado domingo Xavi me dejó atónito. Declaró sin alterar el semblante que estábamos instalados en una mejora incontestable del juego, una fluidez palpable, una paciencia y calma en la construcción, y no quedándose ahí, expresaba abiertamente que estábamos frente al mejor Barça desde que él entrena el primer equipo.
Los tres amigos que habíamos seguido juntos el encuentro por televisión, aún disgustados y discutiendo si el gol de Félix era legal, nos miramos entre nosotros. No entendíamos nada. ¿Habíamos visto el mismo partido?
No sabía que pensar. ¿Esas declaraciones eran una estrategia y un antídoto “Anti-entorno” o realmente ninguno de los tres había visto lo mismo que el entrenador?
De salida niego la mayor. No, este Barça ni me enamora ni es la mejor versión de la era Xavi.
Xavi demostró su innegable talento encandilándonos con juego y victorias como contra el Madrid en la Supercopa el 15 de enero, esa goleada más dulce que las peladillas ante el Sevilla el 6 de febrero o la conquista de “La Cerámica” solo 6 días después.
Y comentándolo con colegas periodistas, me encuentro que, a partes casi iguales, unos coinciden parcialmente con el entrenador mientras que otros difieren diametralmente.
¿Y saben qué? No me resulta trascendente que no haya unanimidad, lo que me parece urgente es volver a reconocer a mi equipo, y ganar. Ganar, y olvidar que el domingo, con buen juego o no, no pudimos con el penúltimo de la clasificación.
¡A por ello!
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