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Un refugiado en la Maratón

Se me ocurre una idea:

Por cada dopado, una multa para mantener a un atleta refugiado.

Así hacemos como con los contenedores de reciclaje: Convertimos los residuos tóxicos en energía renovable. Y no tal y como sucede ahora, que nadie sabe bien que hacer con esos residuos; unos y otros se los van pasando como el escarabajo pelotero sin encontrar una mayor utilidad que la de castigar a quienes han echado mano a “la farmacia del infierno.”

Pues con los campos de refugiados pasa lo mismo, no encuentro una palabra exacta en el diccionario para definir algo así, porque aquello es indescriptible a los ojos de cualquier persona. Solo puedo decir que hay algo incluso peor que el hambre, cuando el sol cae de lo alto como una flecha y a tu alrededor tienes a un montón de criaturas reclamándote un mísero botellín de agua que alivie el fuego que sube de sus estrechas gargantas. Es una sensación angustiante.

Por desgracia, el año pasado, durante dos semanas, un servidor tuvo que convivir en un campo de refugiados, y todavía sigo sin encontrar una palabra en el diccionario que describa exactamente lo que pude ver con mis ojos. Y pongo un ejemplo que tal vez pueda servir. Sabemos que, cuando un hombre pierde a una mujer, es “viudo”. Sabemos que, cuando un hijo pierde a su padre, es “huérfano”. Pero cuando un padre pierde a un hijo, ¿Qué palabra se puede poner a algo así? El dolor es tan grande que no creo que haya una palabra que lo describa.

Un campo de refugiados es un lugar en el que “te puedes volver loco”.

La falta de agua. Muy mala. A matar. Si estuviera en mi mano, de estos de atletas dopados, aprovecharía también sus músculos; algunos muy voluminosos como los del americano Gatlin, y los mandaría cargados con paquetes de enteros de agua y sacos de alimentos; además de hacerles pagar una cuantiosa multa porque por algo se han enriquecido de forma ilícita. Jo, que les cayera algo a estos pobres de los corrompidos, sería una cosa que todos los amantes al deporte limpio y al olimpismo, en general, nos gustaría más que a un puñado de patatas fritas.

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Por primer vez en la historia un equipo de refugiados competirán bajo la bandera olímpica.

Desde luego la iniciativa de hacer un equipo de refugiados en la olimpiada es una idea fantástica. Hace diana con los verdaderos valores del espíritu olímpico; espíritu que, a veces, el marketing y los intereses comerciales se encargan a menudo de emborronar. Por tanto, no seré yo el cenizo de tirar por tierra esa idea tan necesaria y noble, por otra parte, de montar un equipo de refugiados, con un número redondeado de 10 deportistas.

Pero hay que recordar que esto es un pequeño paso adelante en un largo camino que todavía hay que recorrer. Nos consta que han invertido 2 millones de dólares para pagar el entrenamiento de estos y otros atletas que se encuentran en situación de personas refugiadas que viven en extrema pobreza. También la IAAF, en concreto, financia una fundación en Kenia que sirve para rescatar deportistas de países colindantes en guerra. Algunos de ellos fueron acogidos tras escaparse de jaulas como animales.

(…)”Visionado obligado para todos aquellos que aún creen que esto de las olimpiadas es algo más que la imagen de unos atletas corriendo en un tartán”

Precisamente por esta y otras mil razones de peso, entiendo que el equipo de refugiados, debería ser un programa constante con los cimientos muy sólidos para evitar que los inversores se cansen como suele suceder, y dejen de apoyar a estos deportistas pensando fantasiosamente que, tras las olimpiadas, deberían funcionar por sí mismos. Parece que está montado para que tenga continuidad. Veremos luego que pasa.

La pieza que vamos a ver a continuación es un cortometraje de 3 minutos y poco más, bastante convencional, pero de una narración clásica y efectiva que hace bien su función: Sirve para comprender la razón de ser del equipo de refugiados y debería ser visionado obligado para todos aquellos que aún creen que esto de las olimpiadas es algo más que la imagen de unos atletas corriendo en un tartán dándose dentelladas por conseguir una medalla.Y ya de paso, también sería ideal para pasarlo en las escuelas.

El corto cuenta la trayectoria del único atleta refugiado que participará en la prueba de la maratón de las olimpiadas. Fue el único elegido que participará entre 43 atletas que se quedaron a las puertas. El elegido es el etíope Jonas Kinde, un muchacho muy tímido y sereno con buenas marcas en los diez mil metros que, tras pasar un calvario personal y, gracias a la generosidad de su entrenador, un abuelete concienciado del mundo, puede llevar una vida muy digna en Luxemburgo. Incluso entrena a buen nivel y no descarta que pueda realizar un gran papel en su prueba. Él habla de medalla. Después de todo es Etíope y de casta viene el galgo.

Kinde sorprende de saque con unas palabras muy duras contra el gobierno de Etiopía, tachándolo de “miseria moral”. Y no es de extrañar, basta solo con ver la ceremonia del otro día que protagonizó el equipo nacional de Etiopía de atletismo cuando se despedía de su Presidente antes de viajar a Río, con una liturgia de arrodillamiento de las hermanas Dibaba, bajo la bandera, junto a su presidente, orgulloso; de pie, en un acto escalofriante, que bien vale como metáfora para describir el estado de sometimiento y pobreza en el que vive la población de estos grandes fondistas que tanto nos apasionan. Una cosa no quita la otra.

Sorprende también que el el corto siendo producción del Comité olímpico, conocido también por su posicionamiento neutro ante las cosas, no haya filtrado las palabras de Kinde, lo que indica que, algo, afortunadamente, está cambiando en las oficinas de los aros. Otra de las frases que se graban a fuego es cuando Kinde describe un campo de refugiados como un lugar en el que “te puedes volver loco.” Lo dice con un tono tan educado, suavito y callado, que todavía entra de una manera más escalofriante.

Afortunadamente, habla de progresión como atleta en su nueva vida de Luxemburgo. De felicidad, mientras se hace un café. De alguien que, en definitiva, ha sido acogido como persona y querido como atleta. Que aprende el idioma, gracias a dos asistentes. Me gusta cuando el entrenador dice: “Soy responsable del chico y consciente de su situación,” un detalle de la importancia que tienen los entrenadores cuando la vida de sus atletas dependen de sus cuidados y, por desgracia, no siempre es así.

Todo en este corto suena a verdad de la buena, me gusta lo que veo y lo que oigo, y no me importaría saber más de la vida de Kinde. Parece muy bien chico y sus piernas…zancas prometedoras. Lo veremos en Río. Y al final de su carrera (y durante) espero verle bebiendo vasitos de agua para evitar deshidratarse. Otros, como él sabe, esperan a tener su oportunidad para hacerlo. #TeamRefugees

Subtítulos en Español, Francés e Inglés.

Foto Portada: Acnur

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