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La nueva profesión de Carolina Robles: campeona de España

A los 32 años, se ha proclamado este invierno campeona de España de cross y de  10.000 metros. Y ya sólo le falta repetirlo en su prueba, los 3.000 obstáculos. Pero con su forma de ser todo llegará. 

La suya es una prueba de realismo. Cosa de los años y de la vida vivida. Ya tiene 32 años Carolina Robles. Gracias al atletismo, ha descubierto que la perfección no existe. Ha cambiado esa palabra por la seguridad en sí misma. Y le va bien tanto en el trabajo como en la pista. “Siempre que llego a casa pongo la cuenta a cero y dejo de ser campeona de España”, explica.

Su nueva profesión: campeona de España.
Ojalá fuese mi profesión de por vida. Firmo el contrato. Siempre me gusta ser la mejor. Pero no lo había preparado específicamente este invierno. Me dediqué a acumular volumen y a estar sana.

¿Y entonces es la mejor?
No, sólo he sido la mejor ese día. Siempre que llego a casa pongo la cuenta a cero y dejo de ser campeona de España. Me centro en volver a entrenar, en estar fuerte. Pero no creo que sea la mejor ni no lo sea nadie. A cada una le tiene que tocar un día.

Pero no se le sube a la cabeza.
Yo soy entrenadora y lo hablo con mis atletas. Si ganas no se te pueden subir los humos. Al final, esto es cuestión de esfuerzo. Si te esfuerzas al cien por cien, llegues como llegues a meta, te quedas satisfecha. Si lo haces así no tienes ni por qué ir con tensión.

¿A cuantos atletas entrena?
A unos 60 niños y a unos 50 adultos. En total, unos 110.

¿Lleva estrés?
Bueno, lo llevo junto a mi pareja que ya es mi marido. Me casé el año pasado justo el día que viajé al campeonato del mundo de cross en Australia. Acabó la boda y me fui. Le dije a mi marido, ‘nos vemos la próxima semana’, porque era un viaje de una semana.

Entonces no existió luna de miel. 
A posteriori. Cuando volví nos fuimos a Islandia.

¿Siguió entrenando en Islandia?
Estaba lesionada. Me dediqué a sanar. Lo único que hacía era estar andando viendo los volcanes, las cataratas, las cascadas… Vimos hasta una playa de arena negra. Nos trajimos un par de botellas de arena negra de recuerdo. Me gustó tanto el país que me lo tatué: varias estrellas con una bruja vikinga. Estaba decaída por la lesión y unos problemas personales. Mi perro tuvo bultos cancerígenos. Islandia me regaló la sonrisa.

Buen titular. 
Cuando llegué leí la noticia de que Ángel Basas había fallecido con su hijo en un accidente. Fue un palo el primer día de mi luna de miel leer eso. Ángel fue mucho para mí. Si no me llega a tratar antes de Tokio no me hubiese clasificado. Me salvó de una lesión muy dura. Cada vez que veía una cascada me acordaba de él porque le gustaban mucho.

Al final, no queda otro remedio que pasar página.
Realmente no se olvida. Pero el tiempo te ayuda a convivir con lo que está pasando. Pero a Ángel lo tengo muy presente. Cada vez que compito me acuerdo de él.

¿Y de qué se acuerda?
Me viene su cara, su recuerdo, su ayuda. Era una persona muy fiel a su trabajo, muy hospitalaria. No paraba hasta lograr la solución que necesitabas. Y eso acabó en una amistad que me transmite una sensación de bondad, de empatía, de paz.

En este mundo tan difícil.
Así es. La vida no es fácil. En nuestro caso se suma las lesiones. Un atleta de élite no es un robot. Nos pasan cosas. Por eso me rodeo de personas que me transmiten seguridad. Gracias a ellos ya no pienso en el futuro ni en el pasado. Yo no era así. Siempre pensaba en lo que podía haber sucedido.

Necesitaba cambiar el chip.
He sido una  persona que buscaba la perfección. Con el tiempo me he dado cuenta de que la perfección no existe. Pero yo le daba tres mil vueltas a la cabeza para no dejar nada al azar. Me preocupaba por dormir bien y no lo conseguía. Me preocupaba  por comer bien y me sentaba algo mal. Pero llegó el día en el que descubrí que la vida no se puede planificar en un guión.

¿Ya no le molesta perder?
No. Nadie es mejor que nadie ni nadie es peor que nadie. A mí lo que me molesta es no quedarme satisfecha.

¿Y hay veces en las que no se queda satisfecha?
Pocas. Una de ellas fue en el mitin de Barcelona, y me molestó mucho. Iba detrás de Irene a falta de 600 metros. La penúltima ría la salté mal y ahí se me fue. Intenté arrancar fuerte, pero el cansancio… Si llego a hacer dos segundos menos tendría la mínima olímpica. Fue un error de novata. Me dolió mucho.

¿Irá a los JJOO?
Espero que sí. Estoy casi convencida. Lo voy a lograr. Sé como hay que hacerlo. Tengo que correr en menos de 9’23”. Es difícil pero espero tener la oportunidad y resolverlo pronto para dormir bien por las noches. Recuerdo que para ir a Tokio lo pasé muy mal. Me levantaba a las tres de la mañana con pesadillas.

El problema es ser competitiva en los JJOO. 
El problema es que hay tanto nivel que impide que se vea que tú estás competitiva. Mire, para los JJOO de Londres pedían 9’42”  y ahora piden 9’23” en los 3.000 obstáculos. En Tokio fueron 45 atletas y ahora a París van 36. Son nueve atletas menos. Incrementan el nivel, cogen a las mejores y puedes tener 9’20” y no entrar a la final.

Puede quedar hasta la última. 
Exactamente. Pero cuando estás ahí no piensas en eso. Cuando acudí entré la 34 o 35 y entraban 45 y no pensaba en que iba a ser última sino en aprovechar la oportunidad. Y, en todo caso, seré la última en unos JJOO con lo difícil que es estar ahí.

¿Y después?
Me gusta mucho la ruta. Después de correr Münich, le dije a Antonio Serrano: quiero maratón y él me preguntó que si era ya para este año y le contesté que aún no. A mí me gusta correr rápido. Por eso, antes del maratón, no sé si voy a tantear el 5.000 o el 10.000.

¿Qué opina Don Antonio?
Don Antonio encantado. Quería que fuese ya al maratón. Pero terminaré en la prueba que él diga. Me adaptaré. Al final, lo que me gusta es entrenar y correr.

¿Ha resuelto la vida corriendo?
Si no trabajase no llegaría a fin de mes con lo que gano corriendo. Tengo una beca, una ayuda de mi club y de unos patrocinios. Pero son muchos gastos de fisios y de tratamientos. Hay mitines en los que me pago el viaje. He estado enferma y… Le digo que me puedo gastar 200 euros en una semana en el fisio y me los gasto.

El éxito es caro.  
Además, yo tengo que trabajar para llegar a él. Tengo ese cansancio. Pero por suerte es un trabajo que no son ocho horas en una oficina. Es más mental que físico. Sobre todo es de planificación, de facturas, de tenerlo todo controlado. Me ayuda a no pensar siempre en entrenar.

 


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