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La muerte súbita no tiene edad

Adiós, Alba. Este es nuestro pequeño homenaje. Nos despedimos de ti, Alba Cebrián (2000-2024), sin entender nada y abroncando al destino. No hay derecho a esto.

Tenía 23 años. No es edad para morir. Pero Alba Cebrián murió el pasado lunes tras sufrir un paro cardíaco en un entrenamiento. Murió sin permiso. Murió sin tiempo para despedirse. Murió corriendo. Murió como quizás nos gustaría morir a nosotros el día que el destino decida que ha llegado el momento. Murió en acto de combate, haciendo lo que la gustaba, persiguiendo al futuro, presentando batalla. Pero no nos engañemos. El consuelo no existe. Escribir tampoco solucionará nada. Solo es una manera de acordarse de ella, de echar una bronca al destino, de demostrar que todos somos uno y de gritar, ‘yo también lo siento‘, esto es imperdonable.

Alba se ha ido a los 23 años, y eso ya no tiene solución. Ha sido una muerte como las que solo te imaginas en el cine. Una muerte innecesaria y de una crueldad que no tiene explicación sensata. Yo no la conocía. Nunca hablé con ella. Pero me apetece escribir aunque sepa que no llegaré a ningún sitio. Pero no pasa nada. Escribir es un viaje que no tiene pancarta de meta. De hecho, ni siquiera he preguntado a nadie por su currículum.  Pero es que hoy no quiero escribir de cosas materiales ni de esperanzas que ya no existen.

Me apetece más ver en silencio esa fotografía en blanco y negro de Alba saltando obstáculos. Me apetece ver a esa chica con una planta impecable de atleta. Y me apetece imaginarla en su hábitat, en la pista, donde todos nos sentimos héroes alguna vez. Y me apetece despedirme de ella, que era uno de los nuestros, de los que, de uno u otro modo, amamos esta lucha frente al reloj. Y me apetecería teclear su número de teléfono para que me contase que se ha recuperado del susto… Pero no hay manera. Alba ya no volverá.

Antes de empezar, me he preguntado: ¿qué te puede inspirar a escribir acerca de la muerte de una joven de 23 años? Pero hoy recordé, como hacía tiempo que no me pasaba, la muerte que más me impactó de un atleta en vivo. Fue la del maratoniano Diego García hace casi 25 años. Diego tenía 39. Estaba retirado y se cayó en un calentamiento sin importancia el día  antes de la media maratón de su pueblo. No hubo solución. Se fue para siempre. Marchó sin querer, sin envejecer.

Recuerdo que en los días siguientes leí a un cardiólogo decir que nadie podía reprocharse nada. Que hay muertes que no se pueden evitar. Que hay enfermedades del corazón que no dan la cara ni en las pruebas más exhaustivas y que su única manifestación puede ser la muerte súbita. Casi 25 años, ha reaparecido en mi esa amarga sensación. Se ha ido Alba Cebrián. Sea por la razón que sea, se ha ido a los 23 años en la pista de Vall d’Uxo. Y se ha ido con un físico perfecto para correr, con una juventud envidiable para soñar y con una cabeza que sabía lo que se hacía (había terminado la carrera de enfermería).

Una vez más, entiendo que no hay manera de defenderse frente a las canalladas del destino. Sólo queda desahogarse, recordar con pasión y volver a disfrutar del atletismo como hubiese hecho Alba Cebrián Chiva (2000-2024). Y lo mejor que podemos hacer es no olvidar. El 5 de febrero ella cumplirá 24 años y aquí estaremos para decirla donde quiera que esté:

-Feliz cumpleaños, Alba. Disfruta de tu día.


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