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Katir: una semana después

He pensado en estos días si escribir acerca de Katir. Pero, al final, aún a riesgo de equivocarme, lo estoy haciendo. Y me arriesgo a decir que creo en él.

Fue un domingo anónimo en Barcelona: ya se había ido la prensa, ya se habían ido hasta las cámaras de televisión. La gente ya había llegado o ya estaría llegando a casa.

Acababa de terminar la Jean Bouin de profesionales, una carrera que él ganó sin dificultad.

Katir acababa de abrigarse en uno de esos vestuarios de calle, ambulantes de la organización, y cuando salió me dirigí a él:

-Quiero hacerte una entrevista -le dije.

Siguió andando y, sin mirarme a la cara, contestó:

-Tengo que calentar.

¿Y después?

-Tengo que subir al podio -rehuyó.

No sé donde se fue, pero recuerdo que, desde el podio, tuvieron que llamarle varias veces por megafonía hasta que Katir, finalmente, apareció.

Luego, cuando bajó del podio, sin nadie que le acosase, me volví a dirigir a él y, sorprendentemente, me acompañó hasta el sitio que yo había elegido para colocarnos: había sillas vacías y no había gente.

-Rápido que tengo el tren que sale a las cuatro -me dijo.

La realidad fue que, al final, salió una conversación que tuvo el aprecio de las redes sociales y en la que diría que se sintió a gusto. No metió prisa en ningún momento ni hizo miradas asesinas al reloj. Hasta se despidió con suma amabilidad.

-Nos vemos el próximo año.

¿Por qué hoy cuento esto?

Tengo a Katir por un genio, por un poeta. Y los genios, como los poetas, acostumbran a ser muy raros. Los genios no tienen término medio. Son capaces de quedarse dormidos en la camilla de masajes o de no tener domiciliada la factura de la luz y de que se la corten por falta de pago. A los genios, en definitiva, les puede pasar lo que le ha pasado a Katir con la localización de esos tres controles.

Pero, claro, las reglas son las reglas. A nosotros tampoco nos gusta pagar facturas.  Pero, si no lo hacemos, nos metemos en un lio.

No les voy a engañar. He pensado en estos días si escribir acerca de Katir. Pero, al final, aún a riesgo de equivocarme, lo estoy haciendo. Y me arriesgo a decir que creo en él. Incluso  hasta he fabricado mi propia defensa.

Últimamente pienso bastante en Katir. Deseo que sea inocente. Deseo que pueda dormir con la conciencia tranquila. Deseo que se solucione y que en agosto pueda estar en la villa olímpica de París con la mente limpia y sin excusas para luchar por una medalla. Todo lo que no fuese así sería una decepción para mí. No me gusta ver a nadie en la lona. No obtengo ningún beneficio con esto.

Sólo él y su entorno saben si estoy equivocado con lo que escribo. Su entorno tiene que saberlo. Su entorno es el mismo que le aconsejó borrar ese mensaje rabioso que Katir escribió en redes sociales nada más conocer su suspensión. Su entorno debe estar sufriendo igual o más que él. Su entorno desea que los días pasen deprisa y que arda la impaciencia. Yo pido algo menos: yo me conformo con ver pronto a Katir con dorsal.

Me hubiese gustado escribirle esta semana para felicitarle por su cumpleaños que es el próximo viernes (26 años). Pero no creo que  vaya a ser un feliz cumpleaños para Katir. Es un hombre que ahora vive en la lona. La angustia debe ser como una navaja. Desde el martes toda su vida ha saltado por los aires: entrenar así debe ser como estudiar en agosto.

Ahora mismo, su credibilidad se siente señalada. A lo sumo, es provisional como su suspensión. Cualquiera pone la mano en el fuego por él y es lógico. Yo leo las redes sociales. Pero también hace falta gente (más allá de Murcia) que se atreva a creer en él y a decírselo en público: yo lo estoy haciendo.

Si realmente es inocente ojalá esto se resuelva con la máxima velocidad posible. Como estudiamos en filosofía,  “una cualidad de la Justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”. Así que, si realmente Katir fuese inocente, llegará el día en el que ni nos acordaremos de esto, porque la memoria es frágil e inteligente, capaz de eliminar los malos recuerdos de su paso.

 


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