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Cheptegei, la otra medalla de oro

Joshua Cheptegei ha resucitado. ¡Aleluya! Larga vida a Joshua Cheptegei. ¡Aleluya! Después de todo, tiene 20 años y se puede morir y resucitar muchas veces. Lo hizo al menos una vez en ese campeonato del mundo de Cross celebrado en su país en el que fue absoluto protagonista. Se murió y resucitó. En cierta manera, su actuación, recordó a esos jóvenes cuando conducen un coche alocadamente, que se creen eternos, que creen que a ellos no les pasará nunca nada, y que no deben preocuparse por nada, porque los males y los achaques, son siempre esas cosas que les pasan a los mayores. Hasta que pasa. Y pasa por desgracia.

Joshua Cheptegei, se creyó eterno, sí. Se creyó eterno porque tenía un país a sus pies. Se confió, quiso correr a 2:40 el km, una barbaridad en un circuito así. Creyó que podía subir y bajar repechos a 1500 metros por encima del nivel del mar, que podía correr los 5 primeros kilómetros en 13:59, como si estuviera volando en una pista lisa, cuando, en realidad, estaba corriendo sobre un trazado rugoso de hierba que era más alta y jodedora de lo que parecía en la pantalla de casa. Se creyó eterno. Por algo también su correr parece tan fácil, como superior y fiable…pero, ¡zas! se estrelló a un kilómetro de llegar a meta, cuando tocaba la gloria con la punta de la yema de sus dedos. Y el mundo que lo vio se quedó conmovido, alelado, estrujado…al ver inexplicablemente, y en directo, como esa hierba tan alta se transformaba en una planta carnívora que se tragaba al fenómeno Ugandés de un bocado. Mientras el público de casa, amigos y familiares en muchos casos, que estaban a pie de pista, acompañándole, gritándole, miraban al cielo, pidiendo explicaciones a Dios porque le había negado el último empujoncito para lograr coronarse campeón del mundo. Y peor, por qué razón lo había dejado vagando moribundo en la pista.

Pero Joshua Cheptegei, atleta creyente hasta la médula, ya lo dice: “Dios quería que este no fuera mi momento. Y así lo debo ver”. Aún estando en un estado comatoso, y dando pasitos cortos como un pajarillo aterido, entró en meta 32 segundos antes que el español Mechaal. Pero es que a Sergio Sánchez y Fernando Carro les metió más de un minuto.


“Hay que aprender de las caídas, y tratar de volver a levantarte porque, -¡qué leches!- siempre es bonito tener en mente un sueño al que mirar para tratar de conseguirlo”.

Tras una semana algo complicada, en la que recibió mensajes de apoyo de gente tan relevante como Kipchoge, o el mismo Kamworor, a la postre, ganador de la carrera…todos coinciden que su momento llegará en “la pequeña Londres” este verano, como los kenianos llaman a la capital inglesa. Él, mientras, empieza a preparar la temporada en pista, y en un descanso, quiso hablar con nosotros con una madurez y una templanza envidiable para alguien que hace tan sólo cuatro días lo tenía todo y se quedó con nada. A eso se le llama proceso de interiorización de una derrota, y lo demás son tonterías. “Un chico de 20 años debe aprender cuando no logra algo, a no dejar de renunciar a nada. A intentarlo de nuevo…-dice tranquilamente-. Hay que aprender de las caídas, y tratar de volver a levantarte porque, -¡qué leches!- siempre es bonito tener en mente un sueño al que mirar para tratar de conseguirlo”.


“En ese último kilómetro tan difícil para mi, estaba consciente y sabía lo que hacía”.

Mucho se ha especulado sobre si era o no oportuno que continuara corriendo tras ese famoso reventón del último kilómetro que lo dejó moribundo. “Me gustaría aclarar que estoy bien, y que en ese último kilómetro tan difícil para mi, estaba consciente y sabía lo que hacía”. Y, ¿por qué seguir en un estado así, y no abandonar? “Para mi hubo un momento en que ya vi que había perdido la medalla de oro. Pero había otra medalla de oro que estaba en juego: la que podía ganar si conseguía cruzar la meta. Me costó, pero lo conseguí. ¡La gané! Y, además, le di la tercera plaza por equipo a mi país. Modestamente, pienso que me pasó como a Bekele en Mombasa, cuando se quedó también a un kilómetro de revalidar su mundial. Y eso me alivia.”

Cheptegei es unos de esos raros talentos prematuros que están llamados a algo tan grande como sustituir a Mo Farah en la pista. Su correr es fácil como beber un vaso de agua, y su mentalidad, la de un ganador, la de alguien que siempre está en constante lucha consigo mismo para aprender. Y mejorar. Por eso, en su cabeza, no le cabe la espantada de los países de Occidente al renunciar al mundial de Kampala. “Para mi es algo difícil de entender, no sé. Creo que no es una buena idea que muchos de estos atletas de occidente renunciaran a correr el Campeonato del mundo en mi país. Y si es porque ellos querían venir, pero sus selecciones no les quisieron traer, me parece mal igualmente. Este deporte, uno de sus valores que tiene es la capacidad para poder mejorar. Y que los atletas occidentales no compitan con los africanos, les aleja mucho más de la posibilidad de ganarles en el futuro. Yo, de no ser africano lo tendría claro: Habría pedido venir a Kampala para tratar de ganar. O de mejorar”.

Una de las características del planeta africano es trastocar la edad real de sus atletas. Basta tirar de hemeroteca en el pasado mundial Junior de Polonia, para ver cómo a juniors de verdad, caso del imberbe Jordi Torrents, lo sacaban de su carril a empujones unos tiparracos etíopes que lucían en sus cabezas un estado de avanzada alopecia. Pero en el caso de Joshua Cheptegei, es verdad que tiene 20 años. Y por supuesto, todo, absolutamente todo por delante.

“Revelar la forma en la que entreno es como enseñar una foto desnuda de mi cuerpo, o casi. Es algo muy íntimo”
Cheptegei con Jonatan Flores el año pasado en Laredo

“Yo soy testigo de que Joshua sí tiene esa edad”-dice Jonatan Flores, director de la carrera de Laredo-. Conoce a Cheptegei, el año pasado corrió allá, y ganó con 27:46, una marca que no fue mejor porque la liebre le falló, Alex Kapcheromit, amigo de Joshua, al que la fatalidad quiso cruzarse en su camino, y poco tiempo después de la carrera fue asesinado cruelmente a machetazos.  “Cuando vino Cheptegei tuve que hacerle la ficha en el hotel, y su DNI ugandés, indicaba que tenía 19 años. El propio Jonatan, atleta amateur de buen trato con las zapatillas y entusiasta profesional de este deporte, guarda un recuerdo muy entrañable del paso del chico por el asfalto Cántabro. “Era muy gracioso: Se acercaba a la gente y les pedía, por favor, si querían hacerse fotos con él. Y la gente se quedaba flipada, claro. Luego, cuando llegó a Uganda, me mandó todas esas fotos. Es un fenómeno.”

¿Se imaginan a Neymar, un equivalente futbolístico, en talento y juventud, acercándose a la gente preguntando: -¡Eh, perdona! ¿Me puedo hacer una foto con usted? Imposible de imaginar, imposible de creer.

En cuanto al pajarón del otro día, Flores, tiene un par de adjetivos trastornados para definirlo: “Fue terrible. Me quedé frío y consternado por Joshua.”

No obstante, el joven africano, la esmeralda del atletismo ugandés, todo lo que tiene de extrovertido y afable para pedir una instantánea a un desconocido, lo tiene de introvertido y reservado para hablar sobre sus métodos de entrenamiento: “Perdona que no te responda a esta pregunta. No te lo tomes a mal. Para mi revelar la forma en la que entreno es como enseñar una foto desnuda de mi cuerpo, o casi. Es algo muy íntimo, algo de lo que no me gusta hablar…-Ah, no, no te preocupes-le digo. Pero Joshua como es así, me da explicaciones sin pedírselas. En eso se nota su corta edad. Cuando sea más mayor descubrirá que para ahorrarse decepciones en la vida es mejor no dar explicaciones. “Entiendo que haya atletas que sí compartan sus entrenos”, dice. “Y que lo publiquen, incluso. Lo respeto, pero yo no soy así. ¿Por qué? Pienso que, hasta que no haya cruzado todas las metas que tengo en mi cabeza, la forma en la que entreno, será un secreto…es una especie de lucha interna conmigo mismo.”


“Creo, firmemente, en un deporte sano y justo”

Incrédulos en este deporte, es normal que los haya. Las noticias diarias de casos de EPO, y demás “quimicefa”, sólo hacen que aumentar cada día el número de incrédulos por metro cuadrado.  Son los mismo que creen que no es posible bajar de 27 en un diez mil, ni de 13 en un cinco mil, sin la ayuda de algún fármaco que actúe de extintor cuando el corazón ya está en llamas. Pero Joshua es categórico al respecto, y se moja hasta más arriba de su cabeza pelona: “Es muy difícil hacer esas marcas, sí. Pero se pueden lograr totalmente limpio. Creo, firmemente, en un deporte sano y justo.”

Gracias a su clarividencia, y a esa madurez que demuestra a tan corta edad, el chaval llegará a lo más alto de este deporte, si la suerte le acompaña. Nosotros le desearemos en el futuro un papel más favorable para su innato talento. Le desearemos, principalmente, que sea feliz. Luego, que consiga bajar de 13 en la próxima edición de la Diamond League. Que logre una medalla en Londres en su prueba de los 10 mil, de la que ya sabe quedar campeón del mundo, aunque en categoría Junior. Que le toque las narices a Farah en casa, como lo hizo en Río, donde ambos se revolcaron por los suelos en una pelea de barro. O mejor aún, que sea el próximo campeón del mundo de Cross dentro de dos años, para que pueda borrar la derrota de la huella que quedó grabada en su tierra. Aunque para nosotros los aficionados, por mucho que diga el palmarés, él fue el ganador moral.

Porque los aficionados somos un poco como aquellas abuelas de los pueblos, que se ponen de parte del débil y rara vez del ganador. Y en muchas ocasiones, siempre retienen más al campeón moral que no al ganador del metal. ¿Quién no se acuerda de la imagen de aquella suiza, desfallecida, que entraba moribunda y de lado a la meta de aquella maratón de la olimpiada de los Ángeles 84? ¡Cómo olvidarla! Algo similar a lo que le ocurrió a Joshua Cheptegei en el mundial de cross, cuando corría entre nieblas por ese terreno que lo vio crecer. Seamos sinceros. En este deporte, la gesta, la épica, el sudor y la sangre, siempre irán por delante de los metales. Si no fuera así: ¿Estaríamos hablando de Joshua Cheptegei ahora mismo? Sí. Puede. Pero no de la misma manera.

Mario Torrecillas


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