Las lágrimas del fútbol egipcio

En 2008, The Guardian catalogó el Zamalek-Al-Ahly como “el derbi más violento del mundo”

El derbi de la capital egipcia detiene ya no solo la vida de los habitantes de la ciudad, sino que su impacto se extiende a todo el país e incluso al continente africano

Imagen de la afición del Al-Ahly en un partido

Imagen de la afición del Al-Ahly en un partido / Al-Ahly

SPORTbyPanenka

En 2008, The Guardian catalogó el Zamalek-Al-Ahly como “el derbi más violento del mundo”. Por esas mismas fechas, el periodista Andy Mitten publicó Mad for it, un libro sobre las rivalidades futbolísticas más extremas del planeta, en el que afirmaba que la que sobrevuela El Cairo es una enemistad “que puede dejar pequeña incluso a la del Real Madrid y el Barcelona o a la de Boca Juniors y River Plate”. Palabras mayores. Pero lo más probable es que sean exageradas.

El derbi de la capital egipcia detiene ya no solo la vida de los habitantes de la ciudad, sino que su impacto se extiende a todo el país e incluso al continente africano y buena parte de Oriente Medio, a sabiendas de la tradición del choque y la envergadura de los dos contendientes. Además, en su caso, lo de jugar ‘a vida o muerte’ no es una simple metáfora. Ojalá lo fuera. Desgraciadamente, ambos clubes saben lo que es lidiar con la tragedia.

Aunque empecemos por el principio. El Al-Ahly y el Zamalek no se enfrentaron en un terreno de juego hasta 1917. El primero, fundado una década antes, surgió como estandarte del nacionalismo egipcio antibritánico. Un detalle basta para hacerse una idea de lo que siempre quiso representar: el rojo de sus camisetas es el de la antigua bandera precolonial.

En Egipto lo consideran “el equipo del pueblo”, pues el núcleo duro de su hinchada proviene de la clase trabajadora. Aunque su palmarés no podría ser más pudiente: es con diferencia el conjunto que más torneos domésticos posee y tampoco hay otro en todo el mapa que tenga más Champions africanas en el bolsillo.

Un gigante de corazón obrero. Su rival, por su parte, se creó en 1911, y desde los inicios fue asociado a la burguesía extranjera que trajo la ocupación europea. Su color es el blanco, y en las vitrinas tampoco le faltan trofeos. El último, la liga del curso pasado.

Ganar o ganar

Dicen que el derbi de El Cairo es un campeonato en sí mismo: si lo ganas, te llevas el título más importante de Egipto. Dicen, también, que el Al-Ahly y el Zamalek son los dos partidos políticos más seguidos del país.

“Cuando chocan, está en juego algo más que el orgullo”, escribió hace unos años el prolífico reportero James Montague, después de asistir en directo a uno de sus combates, y de darse cuenta de que las repercusiones de aquello trascendían inevitablemente al fútbol e incluso al estado anímico de las dos aficiones. En su momento, se llegó a poner por escrito en el reglamento que sus duelos tenían que ser arbitrados por un colegiado foráneo, para no avivar todavía más el fuego.

Aunque las llamas, en el fútbol egipcio, ya llevaban tiempo descontroladas. Entre 2012 y 2015, contando solo disturbios relacionados con los dos clubes, se contabilizaron casi 150 muertes y más de 1.000 heridos. Una lista de los horrores que empezó a engrosarse en Puerto Saíd, cuando 74 hinchas del Al-Ahly fallecieron al ser agredidos con piedras, botellas y bengalas por aficionados, en ese caso, del Al-Masry, ante la permisividad de la policía.

En enero de 2013, una corte penal condenó a muerte a 21 personas por haber participado en la matanza, pero solo un año después el Tribunal de Apelaciones anuló el veredicto, hecho que desató una nueva oleada de violencia que dejó otras 40 muertes.

Tendrían que pasar bastantes años para que en el país volvieran a disputarse partidos con público en las gradas. Y cuando la gente regresó, a quien le tocó llorar fue al Zamalek: una treintena de aficionados suyos perdieron la vida en una batalla campal contra las fuerzas de seguridad del Estado. Después de aquel mazazo, las autoridades cerrarían de nuevo los estadios.

No son pocos lo que insinúan que el Gobierno podría haber estado detrás de aquellas dos catástrofes. ¿El motivo? Reculemos solo un par de pasos más en el tiempo. Los ultras del Zamalek y del Al-Ahly llevan más de un siglo dándose la espalda, salvo en una ocasión, en 2011, cuando compartieron primera línea del frente en las protestas del pueblo egipcio contra sus dirigentes correspondientes a la Primavera Árabe.

Varios expertos han señalado que la experiencia y la capacidad de organizarse ante las acometidas policiales de los grupos de animación fueron claves para que las movilizaciones no se desactivaran y el autócrata Hosni Mubarak acabara cayendo del poder. El Gobierno también vio de lo que eran capaces si juntaban sus fuerzas. Apuntó sus matrículas. Y se juró no perdonarlos.