2022: cuando los futbolistas se mojaron

Termina un año en el que varios profesionales han levantado la voz: la guerra de Ucrania, Qatar, las mujeres iraníes o las elecciones brasileñas

Pocos años se recuerdan como este, en el que una cantidad inusual de futbolistas profesionales se han pronunciado ante la vulneración de los derechos humanos

Las reivindicaciones por las mujeres de Irán

Las reivindicaciones por las mujeres de Irán / AFP

Adrià Soldevila

Adrià Soldevila

Pocos años se recuerdan como este, en el que una cantidad inusual de futbolistas profesionales se han pronunciado ante la vulneración de los derechos humanos, ante problemas sociales y políticos o han pedido el voto por un color concreto en unas elecciones presidenciales.

Este 2022 que hoy dejaremos atrás ha acercado a algunos jugadores al resto de la población. No han sido una mayoría, pero decenas de futbolistas se han significado, conscientes de que sus opiniones y posturas ideológicas pueden no ser compartidas por sus fans o por los aficionados de los clubes y selecciones que defienden sobre el terreno de juego.

Diego Armando Maradona, Éric Cantona, Robbie Fowler o Oleguer Presas, por ejemplo, fueron una rara avis en su época. También lo fue Sócrates, un jugador intelectualmente privilegiado que persiguió tanto el éxito deportivo como la revolución social de izquierdas en Brasil.

Pero este 2022 nos deja no solamente a jugadores que han decidido salir a la palestra, como Héctor Bellerín, Christian Eriksen o Bruno Fernandes, sino incluso a equipos enteros, como la selección alemana, la iraní o el combinado ucraniano que saltó al césped del Aviva Stadium de Irlanda con once banderas colgadas en la espalda de sus titulares.

También hemos asistido al posicionamiento globalizado –sobre todo a través de las redes sociales– de algunos futbolistas brasileños en las elecciones generales. Ya en 2018, Ronaldinho, Rivaldo, Cafú, Kaká, Felipe Melo o Lucas Moura hicieron campaña por Jair Bolsonaro, pero en este 2022 el ultraderechista ha tenido el apoyo de Thiago Silva, Dani Alves e incluso la estrella de la selección brasileña, Neymar Jr. En el otro bando, Juninho Pernambucano, Raí –hermano de Sócrates– o el delantero cedido por el Bayer Leverkusen al Atlético Mineiro, Paulinho, pidieron el voto por Lula da Silva, el triunfador final en los comicios.

Qatar en el centro

El Mundial de Catar se ha llevado la palma de todas esas reivindicaciones. Desde que en 2010 le fue concedida la celebración de la Copa del Mundo muchas voces se han levantado para denunciar la vulneración de los derechos humanos que existe en el emirato del golfo Pérsico. La opresión de la mujer, que vive sometida a los deseos y voluntades del hombre; la persecución del colectivo LGTBIQ+ o la muerte de más de 6.500 obreros procedentes de Nepal, India, Pakistán o Bangladesh han provocado la reacción de una parte del mundo del fútbol.

El negocio no se ha visto perjudicado y el Mundial ha acabado siendo un éxito de audiencias y de ingresos tanto para Catar como para la FIFA, pero la mancha por los escándalos que lo han envuelto permanecerá para siempre. Entrenadores de la élite como Jürgen Klopp o Jorge Sampaoli fueron claros con la elección de la sede.

“Nadie ha pensado en esos trabajadores. Ha habido muchas posibilidades de denunciarlo desde la concesión del Mundial. Años para decir que el proceso no ha sido limpio. Pero mucha gente ha ganado dinero por un mal motivo”, espetó el técnico del Liverpool en rueda de prensa el pasado 7 de noviembre, a once días de la inauguración del evento más deseado.

“La FIFA determinó jugar en un lugar en que no se debería haber jugado en una fecha que no se debería haber jugado. Y todo por plata, todo es un negocio”, dijo el entrenador del Sevilla.

Pero no solo fueron los entrenadores. Héctor Bellerín, un jugador con una visión que va siempre más allá del deporte de competición, quiso dejar claro que “el fútbol es un reflejo de nuestra sociedad, de la avaricia, del egoísmo, de que no hay límite, y seguimos agrandando todas esas cosas que nos separan, que solo llevan al desencuentro y a la desigualdad”.

Es cierto que el lateral azulgrana no fue convocado para el Mundial y que, si lo hubiera estado, hubiera participado del evento, tal y como reconoció públicamente. Tampoco estuvo en Catar el madridista Toni Kroos, muy crítico con la elección. Pero también existen futbolistas que, de forma individual y formando parte del elenco escogido para representar a sus países, han criticado duramente la celebración del torneo en el país asiático.

Es el ejemplo de los centrocampistas del Manchester United Bruno Fernandes y Christian Eriksen. El portugués no se dejó nada en el tintero: “Sabemos lo que rodea al Mundial, lo que ha pasado con la gente que ha muerto en la construcción de los estadios. No estamos contentos sobre eso. Un Mundial es más que simplemente fútbol, es una fiesta para los fans, para los jugadores, es una alegría poder seguirlo y debería hacerse de una mejor manera”. El danés no se quedó atrás: “Sabemos por qué se juega en Catar. Todos coincidimos en que debió hacerse de manera correcta”.

Ya en Catar, la selección alemana decidió posar con su once titular tapándose la boca con la mano ejemplarizando la falta de libertad de expresión de la FIFA y del país del golfo Pérsico ante las reivindicaciones sociales. Concretamente, tras la prohibición por parte de la FIFA del brazalete ‘One Love’, acordado por nueve selecciones para promover la diversidad sexual y la inclusión. Los once futbolistas no dudaron en dejar una imagen para la historia.

Jugándose la piel

Quiénes más arriesgaron fueron los jugadores de la selección de Irán. También en Catar, los internacionales iraníes decidieron no cantar el himno nacional como protesta por la ola de represión que se vive en el país tras la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años detenida y maltratada por la policía de la moral por llevar mal puesto el velo islámico. La revolución por la libertad de la mujer en Irán llegó al Mundial en el debut de su selección, pero no pasó a un segundo escalón debido a las amenazas de “violencia y tortura” que recibieron los jugadores tras el primer encuentro por parte del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní.

Banderas por la paz

En Catar, un aficionado saltó al césped durante el Portugal-Uruguay correspondiente a la segunda jornada del Grupo H. El joven llevaba una camiseta con dos inscripciones: en la parte delantera, ‘Save Ukraine’ (salvar Ucrania); y en la trasera, ‘Respect for Iranian women’ (respeto para las mujeres iraníes). Pero el chico también levantaba una bandera que, a simple vista, parecía la del arcoíris. Pero no lo era.

Concretamente, la bandera exhibida era la de la paz, de colores similares. Cinco meses antes, en el Aviva Stadium de la República de Irlanda, once banderas nacionales también simbolizaron una petición de paz. Los jugadores titulares de la selección ucraniana pidieron el fin de la guerra con Rusia a la vez que demostraban su amor por la nación invadida por las tropas de Vladimir Putin y paralizada en prácticamente todas sus actividades desde el mes de febrero de este mismo año.

El fútbol, obviamente, también paró. Pero tras seis meses sin goles, el Gobierno de Volodimir Zelenski quiso aparentar normalidad y en agosto la liga volvió a arrancar. Eso sí, a puerta cerrada, con búnkeres en todos los estadios y únicamente en cuatro ciudades: Kiev, Lviv, Lutsk y Úzhgorod. Sin duda, un año único para el fútbol como fenómeno social.