Por favor, no se apiaden de ellos

El Barcelona aún no ha encontrado su versión más óptima de juego

El Barcelona aún no ha encontrado su versión más óptima de juego / Valentí Enrich

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Llevo días dándole vueltas a la tormenta que, dicen (yo jamás me la creí), se formó y vivió en los vestuarios de diversos equipos de élite (y, tal vez, de no tanta élite) a lo largo de las últimas semanas de mercado. Veamos, es evidente que no tiene sentido ¡pero para nadie!, ni siquiera para el propio mercado, los clubs, los jugadores, los entrenadores y la preparación de la temporada (e inicio de campeonato), que se puedan contratar futbolistas (como ha ocurrido en España) mientras se disputan las tres primeras jornadas de campeonato.

Pero de ahí a pensar que los jugadores se vuelven locos, están muy, muy, muy preocupados por su presente y futuro, media un abismo. No pasa absolutamente nada porque aquellos que se sienten, que son, que ejercen, de ‘putos amos’ de este deporte-negocio-espectáculo estén, por algunos días, con la sensación en el cuerpo de que, tal vez, cambien de club (jamás, jamás, jamás, perdiendo un euro, siempre ganándolo) porque así lo exige la entidad que le paga.

No daré nombres, pero todos ustedes los tienen en la cabeza y muchos de mis colegas se han apiadado de ellos estos días cuando, en realidad, esos mismos futbolistas estaban, además de pendientes de las decisiones de sus clubs, buscándose la vida en otros equipos, en otros países e, incluso, en futuros mercados. Insisto, no daré nombres, no hace falta. Pero, ¡por favor!, no pienso, apiadarme de ellos. ¡Ni hablar!

Siempre me han leído mis críticas hacia los futbolistas que son perfectamente conscientes de ser, los buenos, los amos, los que deciden dónde juegan, qué cobran y, a menudo, con qué compañeros juegan. Juan I. Irigoyen y Ramón Besa publicaban recientemente, en ‘El País’, que Leo Messi, el gran Leo Messi, se puede ir del Barça cuando quiera: es decir, cada final de temporada. Yo, la verdad, no sé interpretar muy bien ese gesto, en serio. ¿Alguien que ama al club, a la entidad, a esa camiseta, alguien que ha sido rescatado, con 13 años, para ofrecérselo todo y ayudarle a crecer hasta convertirse en el mejor futbolista de todos los tiempos, muestra su cariño, satisfacción y agradecimiento imponiendo una cláusula de escape de esas dimensiones? ¿En serio? Insisto, no sé qué pensar. O sí.

Es a esa sobradez de los grandes a la que me refiero y por la que me extraña que otros colegas ahora rindan pleitesía en el sentido de pobres, era imposible que se concentrasen en lo que estaban haciendo si no sabían si iban o no a seguir en el club. Bueno, pues supongo con la misma incertidumbre que tenemos todos los currantes del mundo, digo.

Yo, la verdad, creo que la influencia, la acumulación y presencia de grandes ídolos y, sobre todo, de cantidad de candidatos a Balón de Oro debe hacer absolutamente imposible su gobernabilidad y, sobre todo, convertir esa plantilla en un auténtico equipo de fútbol, enfocarlo hacia un único destino (ganar) e intentar que estén motivados en todos y cada uno de los partidos.

Pienso en Ernesto Valverde, pienso en Zinedine Zidane, pienso en Thomas Tuchel. Y pienso en Pep Guardiola, pienso en Jürgen Klopp, pienso en el ‘Cholo’ Simeone. Y, a continuación, pienso en el elenco de futbolistas que se creen candidatos al Balón de Oro en el Barça (Messi, Griezmann, Suárez, Piqué, Ter Stegen, Rakitic, Busquets, Alba, De Jong…). O en los ‘Zizou’, que también tiene un buen equipo de pretendientes al trono mundial (Hazard, Bale, James, Benzema, Marcelo, Modric, Courtois, Kroos…). Y, por qué no, los parisinos de Tuchel, ¡menuda lista! (Mbappé, Icardi, Cavani, Di María, Thiago Silva, Verratti, Neymar Júnior…)

Enormes futbolistas, tremendos profesionales, que dan la sensación de reunirse en algún rincón del vestuario o el césped y deciden que hoy, sí, hoy vamos a jugar como sabemos. Hoy nos apetece, hoy nos está mirando el mundo, hoy estamos en el escaparate. ¿Tiene usted la sensación de que Valverde, Zidane y Tuchel aprietan a los suyos, les hacen ver y notar la trascendencia de dejarse la piel en un partido, digamos, ‘normal’? No, lo siento.

Giras la mirada (virtual, inventada, imaginaria,  inexistente en realidad, porque todo en el vestuario es oscuro y silencioso) e intuyes que la capacidad de Guardiola, Klopp y Simeone de influir en el ánimo, en el espíritu, en la entrega de los suyos es total, tremenda, determinante diría yo. Se nota sobre el césped. No por su pasión, que también, sino porque les gusta (y necesitan) transmitir a sus jugadores que cada partido es una final. Y, sí, ves al City, al Liverpool y al Atlético y, en efecto, es una final.

Por eso, cuando ves la selección de futbolistas que han hecho Pep, Jürgen y el ‘Cholo’, tienes la impresión de que, en efecto, alguno ganará algún día el Balón de Oro (miren, hay quien cree que Virgil van Dijk se lo merece este año, pero ahí están Messi y CR7 para discutírselo), pero ni han sido escogidos para eso, ni han sido fichados para ganarlo, sino para formar parte de un equipo. Por eso esos nombres, esos hombres, son otra cosa. Agüero, Laporte, el inmenso De Bruyne, el tremendo Bernardo Silva, Gabriel Jesús, el mismo veterano David Silva, Salah, que ya tiene bastante con ser ‘faraón’, Mané, Milner, Firmino, Joao Félix, que puede que lleve camino, Costa, Oblak, Saúl, Koke…se relamen jugando a fútbol con la intensidad que les pide su entrenador. Lo demás, si viene, ya vendrá, pero será porque su fútbol los ponga en el escaparate. Ellos no se exhiben con esa intención, no, ni escogen el día para hacerlo. Lo hacen siempre, en todos los campos. Les están mirando (sus entrenadores).