Perdóname Frenkie, porque he pecado

De Jong, protagonista en Mendizorroza

De Jong, protagonista en Mendizorroza / AFP

Rubén Uría

Rubén Uría

Marcó un gol que vale oro. Y como escribir es meterse en problemas, aquí estamos para escribir sobre Frenkie De Jong. Hace un par de años, me preguntaron qué era jugar bien a fútbol. Me hinché como un pavo y quise ilustrar mi mejor respuesta: “Mira a Frenkie De Jong”. Despliegue, físico, robo, distribución, asociación, llegada y elegancia.

Dos años después, el mundo no ha cambiado y Frenkie sí. Ni rastro de aquel potro salvaje de la “orange”. Anémico de confianza, instalado en la duda, se comporta como un cuerpo extraño. Ni pesa en los partidos, ni brilla cuando debería, ni da un paso al frente. Su caso es sorprendente. Una involución inesperada y profunda.

Iba a ser pieza clave y hoy parece un cuerpo extraño. Iba a ser el socio de todos y hoy es un paracaidista atrapado en un árbol. Sí, todos los jugadores tienen derecho a una mala temporada. Sí, hay agravio comparativo cuando se discute a Frenkie y se aplauden cuatro regates de Dembélé. Y sí, sus condiciones de gran futbolista permanecen intactas, como su gran reputación entre la prensa, pero nadie vive del ayer, el fútbol no tiene memoria y cuando el club está necesitado de ingresos, hoy está más cerca de ser traspasado que de ser una piedra angular de futuro. Hay quien reclama para De Jong la paciencia infinita que se tiene con Dembélé, pero el caso es que el Barça no puede esperar a nadie, que hay que subirse al tren en marcha y que el chico no está, cuando se le espera.

Al fondo, un debate espinoso: creer en su calidad o en lo que el campo, que nunca miente. Un buen amigo y gran periodista sostiene que con Frenkie todavía hay licencia para creer: “És un tros de futbolista”. Amén. El asunto está en la obligación de demostrarla. Ojalá lo haga. Ojalá pueda volver a responderle a la gente que si alguien se pregunta qué es jugar bien a fútbol, debe mirar a De Jong. Ojalá demuestre en el campo que está mejor que Busquets, Pedri, Nico o Gavi, porque ahora mismo eso no está pasando. Ojalá me tenga que comer este artículo. Con patatas. Estaría encantado de que así fuera. Quién sabe.

Quizá en junio el holandés vuelva a ser ese futbolista que enamora al Camp Nou, quizá vuelva a ser imprescindible y quizá se haya vuelto a meter al público en el bolsillo y no sólo al periodismo. Hasta entonces, uno se confiesa cuñado y pecador. Si quien esto escribe fuera presidente del Barcelona y mañana un equipo pusiera el mismo dinero que costó De Jong, le traspasaría con los ojos cerrados. Que me perdone el Barça, porque no sé lo que digo. Que me perdonen los socios, porque veo lo que veo. Que me perdonen los “Frenkielievers”, porque el amor es ciego pero los vecinos no. Y perdóname Frenkie, porque he pecado. Rómpela.

PÓKER, INGRATITUD Y CHANTAJE

Dembélé prohibió al mundo hablar de su implicación. Stoichkov, que piensa que es mejor pedir permiso que perdón, le pidió que deje de manchar el escudo. Renueve, salga o no juegue más, Ousmane acusa al club de usar el amor como variante del chantaje. Sigue la eterna partida de póker. Y el club tiene ‘full’: la ingratitud es hija de la soberbia. 

ANSU Y EL QUIRÓFANO

Diecinueve años, tres operaciones de rodilla y una artroscopia después, Ansu Fati pelea contra el peor enemigo posible de un futbolista, las lesiones. Lleva el gol en la sangre, pero si pasa otra vez por el quirófano, nadie puede engañarse: mejor perderle toda la temporada que arriesgar (otra vez) sin necesidad. Las prisas, para los malos toreros.