El fútbol y la Navidad

Sergi Roberto marcó el recordado gol de la remontada al PSG en el Camp Nou

Sergi Roberto marcó el recordado gol de la remontada al PSG en el Camp Nou / FC Barcelona

Hugo Scoccia

Hugo Scoccia

He llegado a una conclusión un tanto extraña. El fútbol para los adultos es lo que la Navidad para los niños.

Os explico. Yo, que no tengo hijos, lo más parecido que he visto a la ilusión de un niño esperando la Navidad, es a mi madre sentada en la tribuna del Camp Nou viendo un regate de Ronaldinho. A ella, que no le gusta el futbol.

O los ojos llorosos de ese chaval enfocado por las cámaras de televisión cuando Sergi Roberto marcó el sexto gol al Paris Saint-Germain. Con el fútbol he visto a señores llenos de canas convertirse en niños pequeños; tras el gol de Iniesta en el Mundial, a mi lado, un abuelo lloraba desconsolado bajo la extraña mirada de sus nietos y unas mesas más atrás, el banquero del pueblo se daba besos con los desconocidos que tenía enfrente.

Cuando marcó Belleti en otra gran final, el padre de un buen amigo mío se arrodilló al suelo durante una hora como si estuviese rezando a un Dios, y el alcalde del pueblo pegaba botes encima de la mesa del bar. Hace unos meses, tras el pitido del arbitro que certificaba el scudeto del Napoli, señoras de posguerra se abrazaban por las calles de la ciudad, gritando canticos y haciendo saltos de ilusión como hacen las niñas felices con sus juguetes nuevos.

Mis ojos hipnóticos postrados al televisor viendo las jugadas de Messi son los mismos que ponía de pequeño al ver a los tres Reyes Magos. Esta es mi extraña conclusión. La Navidad y el fútbol son la misma cosa.

Sí, quizás parezca estúpido, pero solo el fútbol y la Navidad han conseguido treguas bélicas no pactadas en despachos: señores traumatizados por la guerra, dejaron las armas un 25 de diciembre durante la primera guerra mundial, para jugar un partido con porterías improvisadas con los cascos que portaban. De la misma manera que juegan los niños en las plazas, poniendo dos piedras o dos jerséis.

Solo esa cosa esférica llamada pelota es capaz de hacer algo tan terapéutico como inducir a los adultos a ese estado tan puro como es la ingenuidad de la niñez. Si el éxtasis de la celebración de un gol o la puerilidad de la navidad fuesen permanentes, el mundo sería un lugar mejor. 

Pasolini decía -metafóricamente- que el fútbol era la última representación sagrada de nuestros tiempos, pero se le olvidó añadir que era la última representación sagrada para los adultos. Para los niños sigue siendo y será siempre la Navidad.

Probablemente no os convenza, pero esta es mi conclusión. El fútbol y la Navidad, ambas tan parecidas como bellas.