Oliver y Benji no nos prepararon para lo que venía después

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Remover el pasado con los ojos del presente acaba resultando casi siempre una idea infame. Tiene mucho de sabotaje. Sobre todo a uno mismo. La confusión está en la trastienda. Solo hay que rascar un poco la superficie. No echas de menos ni el primer disco de Oasis, ni la Mega Drive ni la cola de vaca de Romario. Ni siquiera esa primera novia que dejaste con solemnidad y ahora piensa con la misma solemnidad que te has convertido en tu padre cuando te mira.

Lo que echas de menos de verdad es lo que eras tú entonces. Alguien tan asquerosamente joven y no alguien tan asquerosamente calvo como para volver de Estambul con una cinta en la cabeza. Así que estaba más que avisado. Sabía de antemano que volver al mundo de Oliver y Benji era un campo de minas. 

Había más verdad en los balonazos en la cara de Bruce Harper que en los tiros con efecto de Oliver Atom

Hay series que se cruzan en tu infancia y moldean tu visión de la realidad. Y lo bueno de que pase justo en ese momento es que te cuelan cualquier burrada y te la crees sin decir ni mu ¿Si un tronco era capaz de cagar regalos después de haberse comido tres mandarinas del Lidl por qué no podía hacer yo catapultas infernales, tiros combinados y superar todos los defensas que me diera la gana? 

Uno vive feliz hasta que aparece algún Desailly que te pone en tu sitio, te vuelves un cínico y se va todo un poco a la mierda. Pero para mí el fútbol en ese momento era Campeones. Una serie donde los buenos sufrían un montón y tú con ellos pero al final siempre ganaban oye. Y qué horterada es esa de ganar sin sufrir.

A Oliver le dolía el hombro todo el rato. A Benji le dolía el tobillo todo el rato. Y a ti te dolía, todo, todo el rato. Pero pronto te dabas cuenta de que había un ‘happy ending’ esperando a la vuelta de la esquina. Y así te imaginabas la vida. Y así tenía todo el sentido del mundo.

Una de las claves del éxito de la serie fue dedicarle el tiempo necesario a construir personajes carismáticos

Toichi Takahashi fue el culpable de todo aquello. Y su gran preocupación el día que lo entrevisté era encontrar una buena paella en Barcelona. La mía, tratar de entender qué le pasaba por la cabeza cuando creó esta marcianada maravillosa. 

“Piensa que el jugador va corriendo pero está pensando al mismo tiempo. No solo se trataba de explicar lo que ocurría en el campo. Queríamos contar el mundo interior de los personajes. Y esa parte, claro, ocupa tiempo. Quizás por eso todo se te hacía tan largo”. 

Si esas palabras fueron exactamente las que salieron de su boca solo lo sabe la traductora de Sabadell que le acompañaba ese día. Pero yo me lo creí y me dije que ahí había gran parte del éxito de la serie. La épica no solo estaba en su banda sonora y en esas jugadas que eran como ver un partido ciego de LSD  con Chimo Bayo y la tía Enriqueta.

Captain Tsubasa, o Campeones como se llamó en España, se tomaba el tiempo necesario para construir personajes carismáticos. Y no solo los principales: había jugadores fetiche para regalar con su propia historia: Julian Ross y sus problemas en el corazón. Roberto Sedinho y su adicción al alcohol. Ed Warner y su pasado en el judo. 

También se me quedó grabado cuando el bueno de Takahashi me dijo que Bruce Harper es el personaje al que más cariño le tiene. Poco imaginábamos cuando veíamos la serie que había mucha más verdad en los balonazos en la cara de Bruce Harper que en el tiro con efecto de Oliver Atom.

Captain Tsubasa: Rise of New Champions

Hay que reconocerle a Captain Tsubasa: Rise of New Champions su deseo de ser fiel al espíritu del anime. Aquí también cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Esto es más un videojuego de Oliver y Benji que un videojuego de fútbol. Y eso lo descarta para el gran público.

El valor gráfico del videojuego, y su notable capacidad para recrear escenas de la serie, no es suficiente ante la sensación de ser más un espectador pasivo que un jugador durante muchas fases del recorrido.