Baggio, en la gran pantalla: ¿encaja el cine con el fútbol?

La película 'Baggio, la Divina Coleta' deja una sensación de oportunidad perdida

Roberto Baggio, la Divina Coleta

Roberto Baggio, la Divina Coleta / NETFLIX

Dídac Peyret

Dídac Peyret

"El fútbol no mezcla bien con el cine. La ficción es mentira y lo mejor del deporte es su verdad". El director Cesc Gay me dijo esto cuando le pregunté cómo vería hacer una película sobre fútbol. Y esa idea fue lo primero que me vino a la cabeza viendo Roberto Baggio, la Divina Coleta.

Puede ser que el fútbol sea el deporte que más se parezca a la vida. Puede ser que uno tenga que tragarse 89 minutos de tedio para vivir un minuto de épica, belleza o felicidad. Puede ser, incluso, que no pase absolutamente nada extraordinario en noventa minutos y eso no funciona para el cine comercial.

Un director no puede darse esa licencia si quiere mantener el interés del espectador. Pero sobre todo no puede replicar la verdad y lo imprevisible que abarca un estadio de fútbol. Porque ahí la posibilidad de que un jugador se haga daño o a un aficionado salte al césped es real. 

Porque ahí, cuando un equipo queda eliminado, no hay un giro de guión para salvarlo. Porque a menudo el fútbol nos depara un final injusto y cruel. 

Incluso la estética del juego pierde agilidad cuando está en los pies de actores. Cualquiera que haya visto fútbol detecta la impostura, la épica prefabricada y la torpeza de los gestos. 

Tal es el fracaso del cine para imitar el juego, que muchas veces los anuncios han salido más airosos, incluso reproduciendo situaciones más inverosímiles. Los de mi generación seguro que recuerdan el mítico Au revoir de Cantona con Nike.

Aquello era un ejercicio de ficción, de puro cine fantástico con Maldini, Ronaldo y compañía enfrentándose a un combinado del inframundo en un Coliseum en llamas. Pero los aficionado al fútbol lo compraron, porque esos tipos eran futbolistas de verdad. Para suplir estas limitaciones, lo que han hecho los directores de cine es poner el foco fuera del césped. En ese terreno se mueve la película de Letizia Lamartire, estrenada recientemente en Netflix, pero sin lograr nada trascendente. 

Una oportunidad perdida porque Baggio es un personaje con aristas, un jugador muy popular pero con inquietudes que se alejan del arquetipo de futbolista estrella. Un tipo que encontraba paz en el budismo y que se pasó su vida buscando la aprobación de su padre. 

Una de las cosas que le juegan en contra a la película son las prisas con las que nos presenta el personaje sin darnos tiempo a poder empatizar con él. Hay elipsis muy bruscas entre el Baggio que está empezando y el que trata de ganar un Mundial. También una narrativa demasiado amable y previsible, siempre a favor del personaje y complaciente con espectadores que busquen los clichés de la épica del héroe.

La sensación es que hubiera funcionado mucho mejor como un documental, aunque tenga sus momentos como esta conversación entre Baggio y Mazzone, su técnico en el Brescia. 

-Explícame esta cosa de ser budista. 

-Nada, que soy budista.

-Pero cazas. Y eso no es muy budista.

-Cazaba de pequeño solo para pasar más tiempo con mi padre, porque siempre estaba trabajando y tenía otros siete hijos.

-Mira, he visto a muchos jugadores y todos son iguales. Ven a su entrenador como a un padre. Por eso has tenido siempre problemas. Querías todo el amor para ti. Pero tranquilo, en este equipo solo habrá una estrategia: todos te pasarán el balón y tú marcarás. 

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