Messi, a contramano

Veronica Brunati

Las diferencias del juego que Lionel Messi despliega en el Barcelona y en la selección argentina es un tema recurrente desde hace casi una década. De hecho, fue el eje sobre el que giró la resistencia que el rosarino padeció en el país hasta hace un par de años, cuando su anuncio de que abandonaba el equipo tras la derrota en la final de la Copa América 2016 hizo reflexionar a la mayoría y la relación con los hinchas vivió un súbito cambio.

Pero aunque el sábado volvió a comprobarse la hondura de esa grieta que separa al “Messi de allá” con el “Messi de acá”, algo se ha modificado. Si antes se editaban videos para demostrar que el problema era la falta de asistencia de sus compañeros, que no le pasaban la pelota en jugadas que “pedían” a gritos esos pases, ahora podría hacerse otro enseñando cómo lo buscan en exceso, casi como obligación o único recurso, incluso cuando las circunstancias indican que no se trata de la mejor opción posible.

{"zeta-legacy-video":{"videoId":"4394012"}}Es lógico que en el Barça conozcan a Leo mejor que en ningún otro lado. Entrena con ellos todos los días, en algunos casos desde hace más de diez años. Saben de sus reacciones, cuándo va a ir a buscar una devolución o una cortada y cuándo va a esperar el pase al pie. También cuándo no conviene dársela y armar la acción por otro lado hasta esperar que llegue a él en el instante de la definición.

Con la Argentina ese entendimiento casi de memoria no ocurre. Podría decirse que nunca sucedió, entendiendo por “nunca” una habitualidad natural y no solo acciones puntuales.

Si como se vio ante Islandia Messi participa en la elaboración de prácticamente todas las jugadas de ataque del equipo (no en la del gol de Agüero, curiosamente), en el Barcelona esa aparición permanente no siempre es necesaria. Lo hace a menudo pero no como una constante matemática que lo desgasta y le hace sentir que su participación es imprescindible para llegar al arco rival con opciones.

Y por otro lado, la enorme frecuencia de sus intervenciones en el partido es un factor que le activa la ansiedad por decidir personalmente los partidos. Un estado anímico que se va haciendo más evidente cuando pasan los minutos y el equipo no encuentra la forma de desequilibrar. Entonces Leo entra en una especie de estado de abstracción: se olvida de todos y quiere resolver por su cuenta haciendo cosas que rara vez efectúa en el equipo blaugrana: pasar por donde no se puede, gambetear donde no es aconsejable, rematar encima de los defensores… o desviar disparos que en Barcelona, sin esa interferencia emocional, los arqueros rivales van a buscar irremediablemente adentro.

El combo, por supuesto, es nefasto para el equipo, y Messi se convierte, como alguna vez dijo César Luis Menotti, en “el jarrón de un millón de dólares que se guarda en el baño”. 

Otra vez al borde del abismo, la Argentina de Sampaoli tiene 48 horas para buscarle remedios a estas patologías crónicas, e intentar que la búsqueda del mejor se haga solo cuando conviene y no cuando está rodeado por tres o cuatro fornidos defensores. Es decir, en el momento que esté en condiciones de sacar a relucir su magia.

Quizás de esa manera el propio Leo logre reducir su ansiedad, los planetas se alineen de una buena vez y podamos dejar de hablar de este tema.