¿Qué fue de Ricardo Serna? El héroe que no salía en la foto

Serna, en el banquillo del Camp Nou

Serna, en el banquillo del Camp Nou / sport

Javier Giraldo

Javier Giraldo

El motín del Hesperia supuso una auténtica revolución en Can Barça: un buen número de víctimas, más de la mitad de la plantilla y a cambio, poco después, un buen número de jugadores que llegaron al equipo para suplir tantas bajas. Ricardo Serna Orozco fue uno de los que aterrizó en Barcelona con la misión de reconstruir el equipo bajo las órdenes de un recién llegado Cruyff.

En su caso, venía del Sevilla, el club en el que se había formado y en el que llevaba ya seis temporadas como jugador de Primera, a pesar de sus 24 años. Era un central elegante y de trazo fino, un libre de los de antes. Le querían el Madrid y el Atlético, pero el Barça puso más interés. También pesó otro factor, el barcelonismo de Serna. Como si le hubiesen bautizado con agua milagrosa, marcó dos goles en su primer partido con el Barça: un disparo de media distancia y un remate de cabeza contra el Sporting de Gijón. Pero ahí se quedaría su producción goleadora con el Barça: no volvió a marcar.

El sistema de Cruyff ya era demasiado arriesgado como para permitir que los defensas se concediesen ciertas alegrías. Empezó su primera temporada marcando un doblete y la acabó sacrificándose por el bien del equipo: el Barça se jugaba el pase a la final de la Recopa ante el CSKA de Sofía y Serna cometió una falta que le costó la amarilla. Era la segunda cartulina de la competición, sinónimo de sanción. No jugaría la final. “Pero era una de esas faltas que tienes que hacer sí o sí, porque el gol del rival estaba casi asegurado”. Después del partido, tanto Núñez como Cruyff le felicitaron por su compromiso.

Como todos los integrantes de la generación Wembley 92, está a punto de celebrar el 25º aniversario del mayor éxito de su vida, aunque en su caso, aquella Copa de Europa tuvo una espina clavada. Había jugado prácticamente todos los partidos de la competición y apuntaba a titular en la final, pero se lesionó cuatro días antes, en un partido en el Camp Nou ante el Mallorca. Nada grave, apenas una contractura, pero suficiente para dejarlo otra vez fuera de la final, como en la Recopa de 1989.

Las lágrimas de Núñez A su llegada, cumplió el protocolo habitual de los nuevos jugadores del Barça. “Soy culé desde pequeño”, afirmó ante las cámaras. Nada nuevo, el guión de cada debutante. Pero en su caso, era verdad. “Yo había firmado un contrato por tres años y cuando me tocaba renovar, fui a hablar con el presidente Núñez. Le dije que yo era del Barça desde niño y él me contestó algo así como que eso ya lo había oído muchas veces, que era lo que decían todos. Pero yo le saqué una foto mía de pequeño, con mi hermano, ambos vestidos con la camiseta del Barça. ‘Presi, para que vea que lo que yo le digo es cierto’. Y Núñez casi se echa llorar”, explicaba el propio Serna.

Una foto con historia

La foto tenía su historia. “Mi padre era policía nacional y en un viaje coincidió con la expedición del Barça, con Montal de presidente y Cruyff de jugador. Le regalaron unos banderines y unas insignias y al llegar a casa, nos vistió a mi hermano y a mí del Barça, agradecido por aquel gesto del club”.

En marzo de 1993 dejó el Barça para firmar por el Deportivo, aquel ‘Superdepor’ que aspiraba a todo y en el que sin embargo, apenas participó: solo dos minutos oficiales en dos temporadas. “Cuando llegué, vi que Lendoiro y Arsenio Iglesias casi ni se hablaban. A mí me había llevado Lendoiro y Arsenio no me dio la oportunidad de jugar”. Fueron dos años perdidos. Y además, vivió el penalti de Djukic desde el otro lado, con la camiseta del Depor. En La Coruña, muchos aún murmuran que Serna se alegró de aquel desenlace. “Eso son tonterías, gente con ganas de hacer daño”.

Se retiró en 1996, tras jugar en el Mallorca y media temporada en Segunda B con el Granada. Sigue vinculado al fútbol: puso en marcha una escuela de fútbol (“de educación deportiva”, precisa) en Sevilla, trabajó en la Federación Andaluza (por sus manos pasaron Joaquín y Sergio Ramos cuando aún eran unos adolescentes) y se convirtió en entrenador (pasó por banquillos tan dispares como el del Tánger, Ciudad Real, el Don Benito de Badajoz y el Toledo). Ahora vive tranquilo en Sevilla, convertido en el embajador del Barça en Andalucía: colabora con el club en actos sociales, charlas y conferencias, con la misma predisposición con la que jugaba cada partido, aún consciente de que los héroes no siempre salen en la foto.