LA PAÑOLADA

El fin de la inocencia

Véndanlo todo, pero al menos déjennos con la certeza de que lo que vemos es lo que es

Véndanlo todo, pero al menos déjennos con la certeza de que lo que vemos es lo que es / sport

Ernest Folch

Sabemos que hemos perdido la inocencia. Jugamos en horarios estrambóticos por culpa de las televisiones. Los espectadores, más que hinchas, somos figurantes de cartón-piedra para que los asiáticos que nos observan a miles de kilómetros tengan sensación de autenticidad. Nuestro escudo ya no es el protagonista de la camiseta sino una mera plataforma para que compañías poco edificantes dejen allí su dudoso mensaje a cambio de un puñado de euros. Y los directivos que teóricamente dedican de manera tan altruista su tiempo al club de su vida en realidad usan a menudo los privilegios que les da el cargo para hacer oscuros negocios por la puerta de atrás. Son los tiempos que nos ha tocado vivir, y habrá que aceptar que no le podremos pedir al fútbol la pureza que no le exigimos a nuestra sociedad. Vale, nos resignamos. Pero lo que ya resulta insoportable, como hemos vuelto a leer esta semana, es que otra vez tengamos la sospecha que se han amañado unos cuantos partidos de las últimas temporadas. Las dudas crecientes acerca de algunos partidos de Osasuna de la temporada pasada, incluido el que jugaron en Cornellà-El Prat, provoca un desasoiego casi existencial. Véndanlo todo, subasten nuestros símbolos, pero al menos déjennos la certeza que lo que vemos es lo que es. Que todo fue ganado y perdido con el sudor auténtico de cada jugador y que las lágrimas y las risas eran de verdad. Hemos entregado los nombres de los estadios, el pecho de las camisetas y las tardes de domingo. Hemos aceptado que los jugadores se cierren en su búnquer y se olviden que todo lo que son en realidad se lo deben a aquellos que ignoran desde su jaula de cristal. Lo último que nos queda es la ilusión de que nuestros héroes no sean burdos teleñecos movidos por los hilos de oscuros intereses mafiosos sino representantes de unos colores que, si no los sienten como nosotros, al menos los defiendan con autenticidad y honestidad. Hemos perdido la inocencia, de acuerdo. Pero déjennos al menos nuestro minúsculo rincón de pureza.