LA ÚLTIMA

El dedo en el ojo de Elisa

Emilio Pérez de Rozas

Feliciano Giménez Martí es uno de esos emocionados culés que hay por el mundo. Concretamente en Talavera de la Reina. Antiguo regente de imprenta, Feliciano lo ha leído todo y con su cabeza es difícil entender determinados comportamientos. Tolerarlos ya ni les hablo. El caso es que Feliciano es ya un abuelo feliz, más preocupado por compartir con sus cinco nietas, todas ellas del Barça, su educación que de cualquier otra cosa. Si exceptuamos, claro, los partidos del Barça. No, es broma, por encima de la educación de las nietas de Feliciano no hay nada. Ni la excelencia del equipo de Pep Guardiola. El caso es que Feliciano vivió el otro día uno de esos instantes inesperados, imprevisibles, estrambótico cuando su hijo y su nuera regresaron, a media tarde, de un bautizo de otro miembro de la familia nacido en Fuenlabrada. Hacia allí fue toda la familia incluidas, como no, sus dos nietas gemelas de 10 años, Elisa y Marta. Ya se sabe lo que son esas fiestas, esos encuentros. Felices aunque, a veces, se producen desencuentros. Ante esos acontecimientos, uno acude, sí, temeroso de que aparezca o rebrote alguna antigua, vieja y ya olvidada rencilla. No fue el caso. Todo transcurrió preciosamente y las diversas familias que había en el bautizo del nuevo miembro compartieron su felicidad. Pero... ven, siempre hay un pero. Mientras se organizaba cómo se distribuían los miembros de la familia en los diversos coches hasta la merienda de celebración, los niños, todos, se fueron a un descampado, no, a una nave industrial propiedad de uno de los miembros de la familia del recién nacido, a revolotear, a jugar, a compartir travesuras. Y, cómo no, jugando, jugando, se preguntaron “¿y tú de qué equipo eres?” y, cómo no, las gemelas de Feliciano dijeron orgullosas lo que pregonan siempre: “Del Barça”. Y, de pronto, el más travieso ¿o forofo? ¿o gamberrito? de la familia, otro niño de 10 años, se acercó a Elisa y le metió el dedo en el ojo. Todo el mundo, en ese mundo infantil (y adulto), sabía de lo que hablaba y qué había ocurrido. Sí, todo el mundo empezando, cómo no, por el agresor (bueno, no, que eso no es agresión), que se acercó a Elisa y, casi sin pedirle disculpas (no, no, no se las pidió), sí le rogó que no se lo dijese “por favor, por favor” a sus padres. Elisa no lo contó, pero, al final, todo se supo, entre otras razones porque la niña ha estado 20 días con un escandaloso derrame en el ojo, rojizo durante un par de semanas, que hizo imposible el disimulo y, mucho menos, la ausencia de explicaciones, que no chivatazo.

Talavera de la Reina. Fuenlabrada. Feliciano Giménez. La pequeña Elisa. Su agresor. José Mourinho. La vida misma. Ejemplos a desterrar.

De todos y por todos.