Un virus muy peligroso que puede infectar el VAR

Una jugada que traerá cola

Una jugada que traerá cola / EFE

Ernest Folch

Ernest Folch

Si era necesaria otra prueba concluyente sobre <strong>el penalti inventado que le regalaron</strong> al Madrid en Levante, el Levante confirmó ayer que Doukoure se lesionó en el cruzado de su rodilla “al golpear al aire”. Tampoco hacía falta, porque las imágenes, también las que vio el VAR, son concluyentes: no es solo que no sea penalti, es que Casemiro debería haber recibido una tarjeta amarilla por simulación descarada.

Llevamos ya dos días de vueltas y vueltas sobre la jugada, y la focalización sobre la acción es en realidad una doble trampa: primero, porque no hay ni siquiera polémica puesto que fue un invento y segundo, porque se engrandece la parte para que no hablemos del todo.

La cuestión primordial no es ninguna acción puntal sino todo lo que ha sucedido a raíz de la llamada de Florentino Pérez a Luis Rubiales tras el supuesto penalti sobre Vinicius en el Bernabéu contra la Real Sociedad el pasado 6 de enero. Hay un VAR antes y otro después de la llamada, hay unos arbitrajes antes y otros después de la llamada y hay una presión mediática antes y otra después de la llamada.  Porque en realidad lo que se debate no es el VAR ni una tecnología que ha aterrizado para mejorar el fútbol y hacerlo más justo.

El problema es que en la sala del VAR, donde solo debería haber cámaras y medios para juzgar mejor ha entrado un virus muy peligroso que amenaza con infectar el mejor invento del fútbol de los últimos tiempos. Este virus perverso ha sido infiltrado a través de al menos una llamada y su objetivo no es otro que meter miedo primero y luego condicionar todas las decisiones que se toman dentro.

El presidente del Levante dijo ayer que Velasco Carballo, responsable del VAR, le había dicho que había habido “cierto contacto” de Doukoure con Casemiro, una forma como cualquier otra de retorcer la realidad hasta alejarla definitivamente de la verdad.  El VAR tenía que ser el triunfo de la transparencia y, en consecuencia, de la justicia. Después de un gran arranque, corre el peligro de transformarse en un cuarto oscuro en el que se descuelgan las llamadas de siempre pero todavía con más opacidad.