La vieja del visillo

Sánchez Martín, junto a Cancelo, en un lance del FC Barcelona - Atlético de Madrid

Sánchez Martín, junto a Cancelo, en un lance del FC Barcelona - Atlético de Madrid / Javi Ferrándiz

Carme Barceló

Carme Barceló

Vivir al límite supone tener una capacidad de aguante, mental y físico, fuera de lo normal. Que se lo digan a los socios y socias que tuvieron a bien subir al Estadi Lluís Companys, con un frío húmedo que calaba los huesos, sabiendo que aquella noche era ‘la noche’.

Como la de Champions ante el Oporto. Como tantos días que son ‘el día D’ y se les convoca como si no hubiera un mañana. Al que “no se’l pot enganyar’ siempre está, a pesar de sentirse muchas veces un cero a la izquierda para las grandes decisiones y un número de euros a multiplicar cuando toca pagar.

Menos mal que los de Xavi regalaron al respetable en cuerpo presente uno de aquellos partidos de los que sales orgulloso y con la sensación de que los que cobran han hecho felices a los que pagan.

A la masa social blaugrana hay que hacerle un monumento. A la que se desplaza físicamente a Montjuïc, a la que se queda en casa y a la que aguanta lo que Joan Laporta definió como ‘madrisimo sociológico’, que es toda. El ‘affaire Negreira’, del que he escrito ampliamente en esta contraportada, está bien alimentado por quien corresponde y tiene calorías y preparación suficiente para resistir tres maratones consecutivas.

Desde que se dio el disparo de salida de esta temporada, no hay jornada en la que el FC Barcelona no esté en el centro del huracán. Perjudicado, casi siempre. Pero tras conocerse los pagos al vicepresidente del CTA -éticamente muy reprobables pero de los que no se ha demostrado su incidencia en los resultados-, el club blaugrana ya no puede quejarse de nada. Insisto: de nada.

Hay errores que claman al cielo, que han sido denunciados aquí y allá, que se ha demostrado por activa y por pasiva que el colegiado o el VAR han fallado y, automáticamente, aparece el apellido Negreira para atajar cualquier demanda de revisión. O lo que es lo mismo: que el Barça parece no tener derecho a justicia y sí a ser juzgado.

El triunfo ante el Atleti fue merecido, luchado, aplaudido y mal arbitrado. Hay indignación en el vestuario, en el palco y en la grada. Un penalti claro a Joao Félix no fue señalado. Una tarjeta roja a Azpilicueta no fue mostrada.

Pero, para mí, eso no fue lo peor. Tuve la sensación de que Simeone, a sabiendas de que los colegiados se sienten presionados por el ‘caso Negreira’ y miran con lupa a los azulgranas, dio las órdenes precisas para frenar el juego local contundentemente. 

Lea entre líneas lo que yo no puedo escribir, lector, se lo ruego. Y tome buena nota de lo que sí hizo el asistente 1, Raúl Cabañero, quedándose con la oreja pegada en la puerta del vestuario barcelonista en el descanso y también al final del encuentro. 

La intención no era otra que saber de primera mano qué opinaban de la actuación arbitral los jugadores y los miembros del cuerpo técnico. Edu Polo, integrante del staff de Xavi Hernández, le preguntó el porqué de su presencia allí.

El linier dio buena cuenta de ello al trencilla, Sánchez Martínez, al que le faltó tiempo para exigir identidades y detallarlo en su informe. Fuera y dentro del campo, presión arbitral. Cual ‘vieja del visillo’, observan y espían. Y se esconden tras la cortina los más poderosos. Los que incitan. Los que castigan desde la sombra. Los de siempre.