Que se vayan todos a la playa. Por decir algo

Verstappen delante de Sainz en el último libre; Pérez quinto y Alonso séptimo

Max Verstappen. EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

El GP de Francia supuso el paso del ecuador de la temporada de F1, pero en realidad será la prueba de este fin de semana, la de Hungría, la que marca “de facto” este hito con el inicio de la pausa de verano hasta la próxima cita -Bélgica- dentro de un mes.

Pilotos, ingenieros, mecánicos y todos los que trabajan de un modo u otro en el campeonato necesitan este descanso tras doce carreras disputadas, y otras diez haciendo cola en el almanaque.

El reglamento obliga a que las fábricas de los equipos permanezcan cerradas durante este período. Está prohibido trabajar en ellas, e incluso el tráfico de correos electrónicos entre sus miembros está controlado.

Pero ya saben: hecha la ley… Siempre me ha costado mucho creer en el cumplimiento de esta normativa, a tenor de la competitividad entre los contendientes en la batalla. Me parece un poco ingenuo pensar que durante este paréntesis laboral obligatorio no haya quien lo aproveche para seguir con su misión. Aunque sea “a hurtadillas”. Con otra dirección de correo o, por qué no, desde su casa u otro lugar de producción “paralelo” al oficial, con algún proveedor externo, o la ayuda de freelances. Dar credibilidad a lo contrario es ser un negacionista del teletrabajo.

Sin embargo, a más de uno le iría bien sustituir el mono de trabajo por el bañador y darse un buen chapuzón para refrescar el ánimo, las ideas y el temple para encarar lo que les espera cuando aterricen en los toboganes de Spa. Empezando por los responsables deportivos del campeonato.

Nadie está contento con la gestión de las carreras por parte de los comisarios: falta de congruencia en la aplicación de las sanciones, multas extrañas (como la que se metió a los preparadores físicos por acceder al pitlane cuando no se podía, la que le cayó a Vettel por abandonar la reunión de pilotos con gritos de por medio, o la que amenaza a Hamilton por sus abalorios), inconstancia con los criterios reguladores… Ni siquiera la designación de dos directores de carrera en lugar de uno ha servido para sofocar el incendio que se montó el año pasado con las polémicas suscitadas por Michael Massi, que para mayor escarnio se ha vuelto a su casa en Australia dejando plantada a la FIA que le ha finiquitado con un protocolario comunicado en el que le desea “lo mejor para su futuro”. Y un jamón.

Mohammed Bin Sulayem lleva poco más de medio año como presidente del máximo organismo regulador del automovilismo, en sustitución del astuto Jean Todt, y la verdad es que no paran de explotar minas a sus pies. No está teniendo una gobernanza especialmente plácida, no. Los pilotos están muy encabronados con algunas decisiones que les han perjudicado de forma discutible. Alonso, sin ir más lejos, ha sido uno de los críticos más agrios con la situación. Se masca un motín de pilotos, los brieffings son cada vez más tensos, los comentarios de unos y otros a través de las radios en plena carrera van subiendo paulatinamente de tono, y ya nadie se corta en el momento de criticar a la Dirección de Carrera.

Más pronto que tarde saltará la espoleta, y me cuesta ver a Bin Sulayem imponiéndose en un cónclave de pilotos como lo hizo en su momento el dictador Jean Marie Balestre.

Mientras tanto, Bernie Ecclestone está siendo investigado en su retiro dorado por el fisco británico por un supuesto delito fiscal. Y a pesar de ello, no falta quien suspira ante el momento actual y le echa muchísimo de menos.

Y en Ferrari, el equipo con más historia del mundial, las aguas andan revueltas. Leclerc está tirando por la borda sus opciones de ser campeón, los fallos se encadenan como en el pasado, y la Scuderia hace como Draghi: parece dimitir de sus responsabilidades.

Esto está que arde. Que se vayan todos a la playa, y lo recomendado: tómense un polo, una horchata y dense un bañito refrescante. Yo lo haré.