Trincadores, unidos, jamás serán vencidos
Los vividores (los de despacho y corbata) campan a sus anchas por las avenidas amplias y luminosas del fútbol. Conocen todos sus rincones, callejuelas y portales en los que esconder sus finos trabajos para seguir trincando. Es un escándalo mayúsculo que podría remontarse al ‘Chusín, el precio lo pongo yo’ y que sigue siendo hoy un lema perfectamente actual. Ahí está Malcom, que últimamente se ha llevado todos los palos, pero el abanico es amplio e incluye a todas esas futuras estrellas brasileñas que vistieron fugazmente la camiseta del Barça para desaparecer con la misma velocidad que llegaron y sin avisar. O las medianías europeas que llegan cambiando de agente horas antes de firmar por el nuevo club (hay casos a decenas). Clubs y agentes (no todos, que nadie se ofenda si no está incluido en esta clasificación de trincadores) están compinchados.
Dos rasgos distinguen a los vividores: nunca tienen suficiente porque ninguna cifra logra saciar su cartera y siempre tienen una justificación más o menos creíble para seguir trincando si alguien les descubre, que no pasa casi nunca. Es algo parecido a la forma de hacerlo de los políticos corruptos. Necesitan a votantes dóciles y creyentes a los que venden ideología de mercadillo barato para seguir llenándose los bolsillos. También hay periodistas que se suman a esta vorágine capitalista como se ha visto recientemente, pero en el mundo del fútbol ese trabajo viene de casa porque al fiel seguidor de un equipo se le suele embaucar con facilidad gracias a su fe incorruptible en el escudo. Quien disfruta de su equipo prefiere mirar hacia otro lado. De hecho, quienes atacan a los vividores A son los vividores B que quieren convertirse en vividores A. Las guerras por el poder en el Barça son una prueba irrefutable de ello. Y así sigue girando la rueda mientras el aficionado se enfunda la camiseta de uno de los dos bandos, labrando el terreno para que todo siga igual y nada cambie. El mundo se divide entre quienes amasan dinero y quienes lo gastan. No hay más.
Clubs como el Barça son ecosistemas perfectos para atraer a estas sanguijuelas que inflan precios y que sangran las arcas de la entidad. Los mecanismos de control son la cinta que recibe al ganador de una carrera y caen con el mínimo roce del vencedor, en este caso quien ha colocado su producto sobre el césped. Obviamente, no todo el mundo actúa de la misma manera, pero la honradez escasea cada día más entre quienes presiden los despachos y quienes los visitan. Un apretón de manos y todo arreglado, que aquí estamos todos en el mismo barco, el de la pasta.
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