Los dueños del Barça no esconden su rostro

Más de 700 socios acudieron a la asamblea el mes de junio en el Camp Nou

Más de 700 socios acudieron a la asamblea el mes de junio en el Camp Nou

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

El capitalismo es un mago que ha hecho creer al pueblo que el poder está en sus manos. No hay mejor fórmula de control social que la que no se ve o se ve poco, como cuando un trilero esconde la bolita creando en quien observa la ilusión de ganar la apuesta mientras su socio roba la cartera al pobre despistado. El capitalismo no es más que una forma de trilerismo a escala mundial. El sistema ha logrado ser tan sofisticado que usa un lenguaje propio, alejado de la calle para que quienes la pisan no entiendan nada. Y quienes mueven los hilos se esconden en grandes corporaciones que no son más que unas siglas sin rostro. Fondos de inversión capaces de derrocar gobiernos, provocar guerras o construir crisis económicas con las que hacerse más poderosos. ¿Nadie se ha preguntado por qué Suiza sale siempre indemne de cualquier conflicto geopolítico, religioso o de raíces nacionalistas? Los poderosos nunca cuestionaron su neutralidad activa en las dos guerras mundiales porque el país helvético es uno de los grandes depósitos monetarios del planeta y allí convergen todo tipo de intereses. El dinero es la paz.

Cuando Tebas habla de CVC su cara siempre aparece ilustrando la noticia, como la de Romeu o Laporta felicitándose por el acuerdo con Goldman Sachs. Estos bancos de inversión que esconden la identidad de sus inversores han logrado que sus caras visibles sean aquellos a quienes prestan dinero, grandes cantidades de dinero con los que seguir infiltrándose en entidades que siguen ajenos a su control absoluto, cada vez más escasas, en peligro evidente de extinción en un ecosistema financiero que asimila a los disidentes o los destruye. El Barça es hoy una rareza apetecible que está en esa tesitura. Eduard Romeu explicó que, de haber sido una empresa normal, estaría en la quiebra. No lo está porque, precisamente, no es una empresa normal y vive lo suficientemente liberada del control de un sistema que la quiere sometida a su yugo. No es normal porque unos pocos centenares de socios siguen haciendo sudar a quienes asumen periódicamente el gobierno del club sin, la gran mayoría, entender el lenguaje que el capital no quiere que entiendan. Y, pese a no hablar el mismo idioma, mandan. Todos ellos tienen nombres y apellidos. Lo demuestran en asambleas, referendos, elecciones, desplazamientos y en el Camp Nou. Con sus hijos, madres, padres, nietas o amistades. Todos ellos tienen rostro y las únicas siglas tras las que se esconden son FCB. No piden garantías asociadas a derechos de televisión ni intereses a corto o largo plazo. Solo piden que nunca más nadie se atreva a cuestionar quienes son: los dueños del Futbol Club Barcelona.