Una experiencia inolvidable con Di Stéfano en el Mundial del 78

Kubala y Di Stéfano, el sueño fue posible por algunos días... El Madrid, con malas artes, no lo permitió

Kubala y Di Stéfano, el sueño fue posible por algunos días... El Madrid, con malas artes, no lo permitió / Archivo

Josep M. Minguella

Josep M. Minguella

Alfredo di Stéfano ha sido, sin duda, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Era impresionante verle jugar:la jerarquía que tenía con el resto de sus compañeros, cómo era capaz de mover al equipo y marcar goles. Un futbolista de época que, más allá de los colores de cada uno, hay que respetarlo y remarcar su increíble categoría.

A nivel personal tuve la suerte de poderlo conocer. Alfredo era un tipo de carácter duro, pero al mismo tiempo muy simpático. Era divertido escuchar cómo contaba historias. Te reías mucho cuando estabas con él y podías disfrutar de sus anécdotas. En mi caso, coincidí con él muchas veces en el Mundial 82 de España. Salíamos juntos y se unía a veces Pelé. Entonces todo era mucho más sencillo que ahora. Te podías citar con grandes personalidades en el hotel y no había tanta lío como hoy en día. Un Mundial prácticamente se ha convertido en una gala del espectáculo y las figuras viven protegidas en búnkers.

Pues en el Mundial de España salíamos a cenar y Alfredo era muy simpático, igual que Pelé. Fueron días en los que disfruté mucho de su compañía, mientras se disputaba un gran evento. A Di Stéfano ya había tenido la ocasión de conocerlo cuatro años antes, en el Mundial del 78. Fue una experiencia inolvidable. La situación fue un tanto extraña. Alfredo, aún desconozco el motivo, estaba medio solo por Argentina. Así que me junté con él y fuimos a ver algunos partidos. Me acuerdo especialmente de uno que nos desplazamos a Rosario. Fue un Brasil-Argentina correspondiente a la segunda fase de la Copa del Mundo. Los semifinalistas salían de una fase de grupos en la que Brasil y Argentina se la jugaban con Polonia y Perú.

Di Stéfano era muy cobarde con los aviones. Como era invierno y el tiempo era inestable, el vuelo se movió sin cesar por la mañana. Alfredo se quejó mucho, “¡Qué pasa!”, decía constantemente con otros improperios que no puedo reproducir... Era su forma de hablar, que incluso en los peores momentos te arrancaba una sonrisa. Llegamos a Rosario, vimos el partido, que terminó 0-0, y teníamos la opción de volver nada más acabar el encuentro. Alfredo no quería volver a subirse al avión. Me pidió que nos quedáramos a dormir, que ya regresaríamos en coche al día siguiente. Tuve que esforzarme mucho para persuadirle y conseguí convencerle para coger el vuelo. Nos ahorramos una buena paliza. Menos mal.