El ‘bartorosellismo’ no existe

Josep Maria Bartomeu y Sandro Rosell

Josep Maria Bartomeu y Sandro Rosell / Javi Ferrándiz

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

El ‘bartorosellismo’ ni existe ni ha existido nunca. Es una invención. Es poner al mismo nivel a Rosell y a Bartomeu. Y, se mire por donde se mire, no es lo mismo. Dicen en los bares y en algunas redacciones que “todos trincan”, una expresión que, ‘tuneada’, también sirve para los políticos cuando les acusan de ser “todos iguales”. Y no, no todos son iguales. Ni en el fútbol ni en el deporte ni, claro, en la vida. Sería higiénico empezar a desmontar mitos transformados en ley en la mente colectiva de un grupo importante del barcelonismo. 

Para empezar, existen hechos irrefutables contrastados por el mejor garante de la veracidad: el paso del tiempo. El mejor Barça de la historia se construyó gracias a un grupo de enérgicos culés que entraron en el club como un elefante en una cacharrería. El paquidermo era azul y, contradiciendo el mito, supo aunar su fortaleza animal con la astucia de un zorro y la estrategia de una araña. Lo petaron. Hablamos, sí, de 2003, cuando Laporta inició la presidencia de una junta directiva formada por, entre otros, Rosell, Soriano, Ingla, Bartomeu, Castro o Ferrer. Aquello era un equipazo que no solo abrió la puerta del siglo XXI, sino que se plantó en él convirtiéndose, a partes iguales, en referencia y envidia del resto de los grandes clubes europeos.

Todos trabajaban en la misma dirección. O, por lo menos, daban esa sensación. Cuando la unión se rompió (a estos niveles siempre se rompe), volvieron los ‘ismos’, facciones enfrentadas de una misma célula original. Lo vivimos con Sandro y la acción de responsabilidad. Luego Bartomeu alcanzó la presidencia. Ambos enfrentados con el ‘laportismo’, que, hábil, bautizó a sus herederos con ese ‘bartorosellismo’ tan brillante como falso. Rosell y Bartomeu se parecen en su gestión tanto como un huevo a una castaña.

El primero, riguroso en las finanzas, rectificó la economía del club y, con su propio sello, no se desvió del camino marcado en 2003, aquello del ‘círculo virtuoso’; el segundo, en cambio, se puso en manos de los futbolistas, liderando con miedo y estirando el presupuesto de forma artificial para mantener el equilibrio entre ingresos y gastos. Al primero lo echaron quienes no soportaban que fuera el número uno y al segundo lo echó el socio, que, en parte, también recibió la ayuda de quienes no soportaban que fuera el número uno.

Rosell se fue demasiado pronto y Bartomeu, demasiado tarde. Hoy el círculo virtuoso, que gira gracias a Arquímedes, ha regresado al club de la mano de su primogénito, Joan Laporta. El tiempo dirá si al invento hay que añadirle un apellido más y convertirse en el ‘bartolaporosellismo’, un engendro, también irreal, que solo funcionó en su génesis, aquel añorado y ya empapado de nostalgia 2003.