Córdoba convierte a la Vuelta en una sauna

Magnus Cort Nielsen consigue su segunda victoria en el día más caluroso con el termómetro alcanzando los 41 grados

Primoz Roglic vuelve a caer aunque Nelson Oliveira, del Movistar, se lleva la peor parte por los cortes provocados por un alambre de espino

El pelotón soportó un intenso calor durante la etapa

El pelotón soportó un intenso calor durante la etapa / AFP

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

El cercado era de espino. Era una propiedad privada por los montes de Córdoba. Era la trampa. Volaba Primoz Roglic pero como si tuviera un ángel protector por ser el principal candidato a la victoria de la Vuelta casi no se hacía un rasguño. Segunda caída del ciclista esloveno. Nelson Oliveira, el corredor portugués del Movistar, se veía involucrado en el mismo accidente, como Adam Yates, y su pierna acababa llena de arañazos, rasgada por el alambre y sin bajar de la bici, agarrado al descapotable del médico de carrera, le desinfectaban la herida. Duro oficio el de ciclista.

La meta de Córdoba, junto a la puerta de Almodóvar, era la llegada de los abanicos. Los cordobeses no querían perderse el anunciado esprint, segunda victoria del danés Magnus Cort Nielsen, y cualquier cosa servía para intentar darse un poco de aire. Si levantaban la vista y contemplaban el termómetro que había junto a la meta, solo podían pensar que valor se suponía estar junto a las vallas de la zona de llegada: 41 grados en Córdoba cuando apareció el primer pelotón de la Vuelta.

Era imposible refrescarse en carrera porque a los pocos minutos el agua fresca de los botellines se convertía en un caldito que habría calentado el cuerpo a las mil maravillas pero en diciembre, en vísperas de Navidad y no en un tórrido mes de agosto.

Fue la etapa de la lencería fina: medias que se destrozaban para llenarlas de hielo y entregarlas a los corredores. El hielo se derrite sobre el cuello y da una sensación de frescor que sirve para que el calor cordobés no se note e impulsar un poco más los pedales mientras se asciende como si no hubiera mañana por la cumbre del 14%. Se cortan casi todos los velocistas. Enric Mas se mira con Roglic, que después de haberse vuelto a caer, prefiere estar en la retaguardia. Está claro que los que pelean por la Vuelta prefieren sudar, como el resto, pero compartiendo los olores de un pelotón tremendo. Todos sudan. Todos se echan agua, o caldo, o té, porque es tan caliente lo que sale de los botellines que no hay ser humano que se lo pueda beber. Y los gregarios, los más flojos en montaña, los que van a por el coche buscando bidones, se encuentran lejos, rezagados, porque el combate, aunque parezca que todos están metidos en una sauna, no cesa entre los que quieren ganar la etapa, como Romain Bardet o Giulio Ciccone, que atacan pero son pillados.

A pecho descubierto

Es también el día del pecho depilado porque todos van con el maillot abierto, felices por el aire que los refresca cuando afrontan el descenso del puerto del 14% camino ya de la meta de los abanicos, de una Córdoba convertida en una sauna con un sol justiciero.

Cruzan el puente del Guadalquivir y dejan la Judería a la derecha. No están para turismo, solo para cruzar la línea de llegada y buscar la ducha en el hotel. Nadie sube a los autobuses. Todos se van directos a las habitaciones. Llegan repartidos en pelotones. La gente corre. Da igual el calor. Primero son los ciclistas a los que se les chilla pidiendo bidones. Los botellines vuelan y la policía trata que no haya un alboroto al recoger frascos convertidos en reliquias.

Nielsen levanta los brazos y antes de subir al podio se refresca la espalda con el hielo que le entrega su auxiliar. Se abraza con su compañero belga Jens Keukeleire que lo ha lanzado en el esprint de forma colosal. Cuando llega Oliveira con las cicatrices provocadas por el alambre de espino la gente ya empieza a irse. Todos sudados y alguno malherido.