Encarna Caracuel: "¿Sexo débil? Eso no existe"

Hace cinco décadas una de las integrantes del primer combinado de la selección española femenina

“Mi padre, muy machista, no quería que jugara con chicos, tenía que hacerlo a escondidas”

Encarna, una de las pioneras del fútbol español

Encarna, una de las pioneras del fútbol español / EDUARD PUJOL

Arnau Segura

La RAE define como pionera esa “persona que inicia la exploración de tierras nuevas”, y eso es lo que fue Encarna Caracuel (Priego de Córdoba, 1952); una de aquellas tantas mujeres anónimas que abrieron la puerta al fútbol femenino en España y al nacimiento de una selección que sigue dando pasos de gigante.

Al igual que muchas familias andaluzas en los 60, los Caracuel, madre, padre y seis hijos, emigraron a Catalunya buscando un mañana mejor y se instalaron en una colonia textil de Osona (Orís). Encarna todavía no había cumplido los 15 años.

“Trabajaba 12 horas: ocho por la noche y cuatro por la tarde, sábados incluidos. Y cuando salía lo único que quería hacer era jugar al fútbol. Mi madre me reñía porque ni comía. Y mi padre, muy machista, porque no quería que jugara con chicos. No me dejaba. Tenía que hacerlo de escondidas, pero siempre encontraba la forma de hacerlo. Era la única chica”, narra Caracuel. 

Persiguiendo la pelota en esa pista, la descubrió el técnico del recién creado equipo del Vic. El cuadro de Osona fue, en el curso 1971-72, uno de los 14 que participó en el I Campeonato de Cataluña de Fútbol Femenino, la Copa Pernod, y Caracuel se erigió en una de las jugadoras más destacadas del torneo. Ganó el Trofeo Pastis 51 a la máxima artillera con hasta 59 goles, superando en 28 a la segunda; aunque el título fue para el Espanyol.

“Prodigio de intuición y clase que es Caracuel, y solo es factible frenarla con agarrones u otras artimañas porque su gran dominio del balón, su dribling endiablado y su fuerte chut hacen que su sola presencia sea un auténtico espectáculo” o “la mejor artillera de España”, decían las crónicas, entre anuncios de sastres y carreras de galgos. 

LAS PIONERAS

Sin dejar de trabajar en la colonia Ymbern, Caracuel se labró un nombre a base de goles y fue convocada para formar parte del primer equipo femenino estatal, que hace justo 50 años jugó amistosos ante Portugal e Italia. Ese equipo fue la madre de la primera selección oficial (1983).

“Nosotras fuimos las pioneras, las que abrimos la puerta, la raíz de todo lo que ha ido llegando después”, asiente, buscándose entre viejos recortes de prensa. Su sonrisa tan solo se apaga al recordar aquella oferta de Italia que no pudo aceptar: “Mi padre dijo que mientras estuviera bajo su mando no podía irme a ningún lado, y en aquellos años no había derecho a réplica”.  

AHORA CALLAN

“Cuando jugábamos muchos nos humillaban. Nos insultaban, y nos decían de todo: ‘vete a fregar platos’, ‘vete a la cocina’, ‘las mujeres no sirven para jugar al fútbol’. Pero no les escuchábamos. Ahora la mayoría ya se callan, porque cuando ven como juegan se tienen que callar. El fútbol femenino comienza a tener el apoyo que tenía que tener. Y esto es imparable. Es que debe haber igualdad. ¿Por qué una mujer no va a poder jugar al fútbol? Tiene el mismo derecho que un hombre. ¿Sexo débil? Eso no existe, ni en el campo ni fuera. El camino es el bueno, y se ha andado mucho, pero todavía falta, y el camino es cuesta arriba”, afirma.

Y añade: “Ojalá tuviera 18 años ahora, porque me ganaría la vida con el fútbol. Antes era otro mundo. Yo iba a jugar sin entrenar, porque trabajaba de noches. Nunca pude entrenar, y cuando jugué en el Barça, el Espanyol y el Sabadell tampoco. Yo entrenaba jugando con los chavales en la calle. Recuerdo que el Vic comenzó a pagarme 8.000 pesetas para que no tuviera que trabajar los sábados por la noche y pudiera jugar habiendo dormido”. 

UN EJEMPLO A SEGUIR

La Copa Pernod desapareció de repente, como el propio fútbol femenino desapareció de los periódicos durante muchos años, y Caracuel no volverá a tener 18 años, pero tendrá siempre el triunfo de haber contribuido a derribar un muro que parecía infranqueable. Y un triunfo sin igual: “Ahora la nietecilla mayor juega con el Torelló. Le encanta, y muchas veces dice: ‘Yo quiero ser como la Encarna’”.