Muere Guillermo Timoner, leyenda de los velódromos

Tenía 97 años, era mallorquín y fue seis veces campeón del mundo tras moto entre 1955 y 1966

Guillermo Timoner, deportista español

Guillermo Timoner, deportista español

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

Hubo un tiempo en el que los velódromos eran como campos de fútbol. Los aficionados pagaban una entrada, encendían los puros, todos hombres por supuesto, ocupaban el asiento y esperaban la llegada de los héroes, como el de los gladiadores en el circo romano.

Podían pasarse seis días con sus noches, como quien va a una fiesta, oliendo no sólo el sudor de los corredores sino el de la gasolina de las motociclistas, el arte de ir tras moto, el que practicó como el mejor del mundo Guillermo Timoner, mallorquín de pura cepa, que ha fallecido este jueves a los 97 años en su localidad natal de Felanitx, en la zona más llana de la isla.

Era el mejor en la época de los velódromos, por donde pasaban todos, los que se hacían especialistas sobre el cemento, y lo que llegaban del Tour a recoger los frutos, pesetas de la época, por sus éxitos en la carretera. Y allí siempre estaba Timoner, arrimado a la moto, impulsándose a una velocidad de vértigo para convertirse en campeón del mundo, hasta en seis ocasiones, entre los años 1955 y 1965 del siglo pasado, después de una exitosa carrera de éxitos en los velódromos españoles desde los tiempos de la posguerra.

Ir a la estela de una moto requería valentía y habilidad porque una caída podía ser mortal de necesidad. O casi. Eddy Merckx estuvo a punto de matarse en 1969 en el velódromo de Blois donde sufrió el peor accidente de su carrera deportiva. Hacía tras moto a la estela del habilidoso y experimentado piloto Fernidand Wambst, que hizo una maniobra extraña para tratar de regatear a un corredor caído, pero con tan mala suerte que los cascos, apenas chichoneras que llevaban en la cabeza, no les sirvió para amortiguar el terrible impacto contra el cemento de la pista. Wambst murió camino del hospital y Merckx se tuvo que pasar un mes y medio inmovilizado en la cama.

Timoner, sin embargo, años antes del estallido de Merckx, ya era toda una institución en los velódromos, siempre en la especialidad del medio fondo tras moto, una técnica que hoy en día ya ha pasado a la historia. El ciclista, léase Timoner, se enganchaba a una especie de rodillo que llevaba la motocicleta y venga a dar vueltas y más vueltas al velódromo bajo el testimonio de los aplausos del público.

La voz de Matías Prat en el NODO servía para que los espectadores que acudían al cine descubrieran antes del doble pase de las películas las hazañas de Timoner sin necesidad de oler la gasolina y descubrir que había sido campeón del mundo en Milán (1955), Amsterdam (1959), Leipzig (1960), otra vez Milán (1962), París (1964) y en el famoso velódromo de San Sebastián (1965).

Nadie le hizo sombra a Timoner empujado por una moto y para convertirse en el padre (o mejor dicho el abuelo) de una escuela mallorquina de la pista que décadas después tuvo a Joan Llaneras en su máximo exponente con cuatro medallas olímpicas (dos de oro y dos de plata, entre 2000 y 2008) y siete títulos mundiales.

En 1984, con 58 años, decidió volver a la pista y hasta disputó el Campeonato del Mundo que se disputó en Barcelona, donde abandonó pidiendo perdón al público.

Quiso demostrar, casi en la barrera de los 60, que seguía activo sobre la bici y logró convertirse en campeón de España tras moto antes de su desilusión en el Mundial.

Era una época convulsa para Timoner, que un año antes había sido embargado por Hacienda al no pagar los tributos. Le reclamaban 87.000 pesetas por las ventas en los dos comercios de bicis que tenía en Felanitx y Porto Colom. Y quisieron embargarle las medallas de oro, incluida la Cruz de Isabel la Católica, que escondió a buen recaudo. Aquello fue un drama personal para Timoner porque las cuentas estaban a nombre de su mujer.

Siempre fue el corredor de la tierra llana de Mallorca, en contraposición a la mayor exigencia de la sierra de Tramontana. Pero sobre Felanitx siempre se eleva un templo ciclista y a la vez religioso, el santuario de la Mare de Déu de Sant Salvador, el lugar escogido por Guillermo para depositar los ‘maillots’ de su carrera deportiva. Y para dejar una inscripción en el primero de los seis jerséis arcoíris de campeón del mundo. “Mi fe en vos fue la causa mí de triple triunfo de campeón mundial. Lejos de vos, excelsa madre, cuando lejos de mi Patria pedaleaban mis piernas en ansias de triunfo, de mi corazón salía siempre la misma oración, que pedía vuestra divina protección”.