El ex del Barça es jugador y director deportivo del Eldense

El bueno era Mario

Mario Rosas recuerda sus años en el Barça cuando parecía destinado a marcar una época. Nostalgia, autocrítica y fútbol. Mucho fútbol 

Dídac Peyret

Los que asistían con asiduidad al Mini el año 1998 solían clavar la mirada en el dorsal 10 del filial, a pesar de que en ese equipo estaban Xavi y Puyol, entre otros. Mario Rosas era de esos futbolistas reconocibles. De lejos era fácil detectar esa media melena cortada por el patrón de entonces (el casquete se hizo muy popular en las inferiores) y su gambeta tenía el encanto del fútbol callejero.

Mario jugaba al trote canchero con esa capacidad de temporizar el juego, meter el cuerpo y controlar el cuero de los mediapuntas puros. La misma personalidad que hizo que el 'Boquerón' Esteban lo recomendara al Barça con solo 12 años. “Durante un tiempo estuve jugando en el Málaga, pero me sentía mucho mejor con mis amigos de siempre y decidí volver a mi barrio. Pero entonces Esteban me vio  jugar y me dijo si quería hacer una prueba en Barcelona”, recuerda.

La propuesta cayó como una bomba en la familia, pero la decisión estaba tomada. “Cuando volví de hacer la prueba ya sabía que me querían y mi madre me preguntó: ¿Qué quieres hacer? Yo le contesté que ni me lo había pensado, me iba para allá. Se queda un poco a cuadros [risas]. Pero ¡Imagínate! ¿Sabes la ilusión que te hace que te llame el Barça con 12 años?”.

Su integración a La Masia fue tan rápida que sus recuerdos de entonces son inmejorables.  “Todos echamos de menos a nuestra familia pero cada uno lo vive a su manera.  El caso más llamativo es el de Iniesta, que lo pasó bastante mal. Pero yo llegué allí, conocí a Jofre, y éramos los dos tíos más felices que había en La Masia ‘[rompe a carcajadas].  Compartíamos todo: íbamos al cole juntos, entrenábamos juntos, compartíamos habitación... Era como mi hermano”.

En las inferiores conoció a una figura clave en su formación. Joan Vilà se convirtió en una pesadilla necesaria. Acostumbrado a entender el juego como un desafío individual, en el Barcelona encontró un estilo que promovía la circulación rápida del balón. Para un chaval como él, el pase rápido era aborrecible.

“Me acuerdo que me cabreaba mucho. Pensaba: ‘¡Joder, este hombre, siempre corrigiendo!’ Me había criado en el sur, era una mentalidad distinta. Joan es una persona muy testaruda. Si había un chico al que veía muchas cualidades, aunque fuera un poco rebelde, persistía con él”. El malacitano fue quemando etapas en un sistema, el 3-4-3 que animaba su talento, desde la mediapunta.

Su generación era puro talento. Y al lado de jugadores como Xavi, Gabri, Puyol, Jofre y Luis García hicieron historia en el filial. Muchos aún recuerdan el doble enfrentamiento ante un Real Madrid B que contaba con jugadores como Cambiasso o Mista con el ascenso a Segunda en juego. En el Mini, los de Gonzalvo se impusieron por 5-0 con tantos de Puyol, Ismael, Gabri, Mario y Jofre. Tras el encuentro, la alegría era inmensa. “La primera parte ha sido de cine”, destacó el técnico azulgrana.

Una semana después, con el club tratando de concretar el fichaje de Ronald de Boer, el filial silenció el Bernabéu (0-2, Luis García y Miguel Angel) con Van Gaal en la grada. Los jugadores que vivieron aquello aún recuerdan las el desparrame en los vestuarios y el rifirafe entre el holandés y Lorenzo Sanz en el palco. “Vete a berrear a tu campo”, le espetó el entonces el presidente blanco.

No tardó Van Gaal en reparar en una camada brillante y Mario debutó el último partido de la temporada 97-98, junto con Jofre, ante el Salamanca. Unos meses después fue citado para la pretemporada, pero el infortunio se cruzó en su camino tras un amistoso en Alicante. El rival era Boca, Van Gaal tenía pensado darle la titularidad en ese encuentro (con vistas a la Supercopa ante el Valencia) y cayó lesionado en el entrenamiento de recuperación. Un mes y medio fuera y el ánimo por los suelos.

Ese curso Mario no encontró su sitio en esa montaña rusa que suponía estar en dinámica de primer equipo pero jugar con el filial. Buscó respuestas en Van Gaal pero el holandés le recordó la presencia de Kluivert, Figo y Rivaldo. “En esa época no era tan fácil subir al primer equipo. Y luego, con Van Gaal, ya no había esa figura del mediapunta. Era un 4-3-3 y los interiores tenían que ser algo más físicos, así que me ponía en posiciones de ataque que no era las mías”.

Ahora reconoce que no supo convivir con la situación y fue perdiendo la motivación hasta buscar una oportunidad en el Alavés. Ahí encontró una dura realidad: “Cuesta acostumbrarse a no tener el balón, a que todo sea más físico. Tuve parte de culpa al no ser más receptivo a ese fútbol”. Para Mario esa cesión marcó una carrera irregular. “Si hubiera caído en un equipo, con continuidad habría podido volver al Barça como han hecho otros. Pero me equivoqué y ya fue imposible volver”. Tras su paso por el conjunto de Vitoria protagonizó una carrera nómada en equipos como Salamanca, Numancia, Cadiz, Girona y Hércules, entre otros. Solo en el Castellón, donde estuvo cuatro campañas (2005-2009), pareció encontrar cierta estabilidad.

En la actualidad, con 33 años, recuerda con cierta nostalgia su paso por el Barça, un tiempo en el que coincidió con grandes talentos. Uno de ellos de ingrato recuerdo azulgrana. “Siempre sentí una admiración brutal por Figo. Me parecía como persona aún mejor que como futbolista. Es muy humilde y le encantaba ayudar a los jóvenes. También Luis Enrique”. Lejos del glamour de la élite, Mario aún sigue dando guerra como director deportivo y jugador en el Eldense. “Podía haber seguido en el Hércules, contaba con ofertas de Segunda, pero tenía ganas de hacer otras cosas”.